En el Vaticano existe una guerra declarada –incruenta, por supuesto- entre sectores enfrentados ideológica e institucionalmente en torno a la figura del papa Francisco: a su manera de gobernar la Iglesia, sus posicionamientos en materia social, política, económica y sus pronunciamientos a escala internacional.
A esto cabe añadir sus críticas constantes a la Curia Vaticana, a la que en el discurso de Navidad de 2017 diagnosticó 15 enfermedades, entre ellas el alzheimer espiritual, la fosilización mental y la esquizofrenia existencial, y llegó a referirse a los “traidores” que había en su seno.
Durante los primeros años del pontificado de Francisco, el sector contrario a él estuvo capitaneado por el cardenal Gerhard Ludwig Müller, nombrado en 2012 presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe por Benedicto XVI para dejarlo todo atado y bien atado en el terreno doctrinal. El mismo cargo ocupó durante casi medio siglo el papa emérito.
Ahora la oposición a Francisco está liderada por el ultraconservador cardenal Robert Sarah, presidente de la Congregación del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Los pronunciamientos episcopales anti-Francisco a veces están alentados por el papa emérito Benedicto XVI, bien de manera discreta, bien de forma declarada, como demuestran no pocos de sus textos muy críticos con las tendencias renovadoras de la Iglesia, que suelen alejarse de las propuestas renovadoras de Francisco.
El último ejemplo ha sido la firma conjunta con el citado cardenal Sarah del libro Desde las profundidades de nuestros corazones, quese opone a la ordenación sacerdotal de personas casadas -justo cuando se espera que se reconozca dicha ordenación en la Amazonía en el documento del Sínodo a punto de publicarse-, declara incompatible la celebración de la eucaristía con el lazo matrimonio, establece una vinculación intrínseca entre sacerdocio y celibato y califica a los presbíteros casados de sacerdotes de segunda clase.
Ante el fuerte impacto negativo generado en la opinión pública y el malestar producido en el Vaticano por la firma de Benedicto XVI junto con el cardenal Sarah, se ha ordenado la retirada del nombre del papa emérito de la edición del libro, acusando a Sarah de manipular al papa emérito. Acusación desmentida por las cartas de Benedicto XVI, que demuestran su conocimiento del contenido del libro y su aprobación de la publicación.
El rechazo de Benedicto XVI a las reformas de Francisco no debe sorprendernos ya que está en continuidad con la orientación neoconservadora y contrarreformista primero durante su presidencia de la Congregación para la Doctrina de la Fe, caracterizada por la condena de numerosos teólogos y teólogas que no coincidían su manera dogmática de hacer teología, y después durante su pontificado, en continuidad con el paradigma eclesial de Juan Pablo II, de quien él había sido el principal ideólogo.
Los actuales enfrentamientos dentro del Vaticano tienen su reflejo en el episcopado mundial, dividido hoy entre los seguidores de las reformas de Francisco, que las ponen en práctica en sus iglesias locales, e incluso van más allá, como es el caso del episcopado alemán liderado por el cardenal Reinhard Marx, arzobispo de Munich –antigua diócesis del papa emérito-, y sus detractores, que siguen moviéndose dentro el paradigma eclesial neoconservador de Juan Pablo II y Benedicto XVI y se oponen a los cambios introducidos durante el pontificado actual, como es el caso de un importante sector de la iglesia española, como vamos a ver a continuación. Estos son quizá los más numerosos, los más beligerantes y con una presencia más mediática. Llegan incluso a acusar al papa de hereje.
En plena sintonía con el PP y VOX
¿Los conflictos en Roma tienen también su reflejo en España? Yo creo que sí. Cabe observar que actualmente hay más homogeneidad en el episcopado español que en la época de la Transición, en la que hubo un amplio pluralismo en todos los terrenos: teológico, político y pastoral. Un grupo numeroso de obispos fue nombrado por los papas anteriores y comparte su mentalidad y sus prácticas eclesiales. Se muestran más fieles y se sienten más deudores de los papas Wojtila y Raztinger que de Francisco.
Durante más de dos décadas la Iglesia católica española estuvo liderada con un fuerte centralismo organizativo y un conservadurismo teológico y político por el cardenal Rouco Varela, presidente de los obispos durante cuatro mandatos, hombre de confianza del Vaticano y con gran influencia en el nombramiento de obispos. Fue un periodo que bien podríamos calificar, utilizando la expresión del teólogo alemán Karl Rahner, de “larga invernada eclesial”, en la que predominó la práctica unanimidad impuesta por el Vaticano y seguida por una jerarquía más romana que española y políticamente beligerante, que actuó como la verdadera oposición al PSOE y sus políticas en materia de educación, modelos de familia, educación, origen y final de la vida.
Actualmente sigue habiendo un importante núcleo episcopal duro y muy bien organizado, que permanece leal al todavía influyente Rouco Varela. Entre ellos los hay abiertamente integristas que forman el frente anti-Francisco y están en plena sintonía con el PP e incluso con VOX, a quien consideran un partido de derechas, no de extrema derecha, y absolutamente constitucional. Lo acaban de demostrar ante el gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos con las llamadas a rezar por la unidad de España, las voces de alarma sobre la presencia del marxismo-comunismo en el Gobierno y la acusación al presidente del Gobierno de no tener conciencia ni firmeza.
Hay ciertamente un grupo de obispos que se caracteriza por su talante renovador, se declara seguidor de Francisco y está poniendo en práctica algunas reformas eclesiales. Sin embargo es muy reducido, lo hace con cierta timidez, sin la firmeza ni la radicalidad evangélica del papa, y carece del protagonismo necesario para un cambio de tendencia en la jerarquía española. Creo que debemos apoyar a este sector, pero, peor no haciendo de claque, sino animándole a dar pasos más valientes y radicales en dirección a una Iglesia profética de salida a las periferias, donde encuentran los colectivos empobrecidos por mor del sistema neoliberal, de la violencia de género y de las políticas que no respetan el medio ambiente.
Yo creo que en el episcopado catalán hay más pluralismo que en el resto de España, predominan los obispos seguidores de Francisco y algunos son más sensibles a la Iglesia de los pobres, si bien entre quienes se declaran “franciscanos” hay quien se comporta de manera autoritaria. A su vez existe un sector que se alía con los planteamientos de los más conservadores de la Conferencia Episcopal España.
Reforma o contrarreforma
En suma, salvo excepciones, la reforma del papa Francisco no ha pasado el Pirineo. A los hechos me remito. ¿No será quizá esta la razón por la que Francisco, tras siete años de pontificado, no ha visitado todavía España, ni parece tener intención de hacerlo?
El problema de fondo de la jerarquía eclesiástica española es teológico y eclesiológico: está en la opción entre reforma o contrarreforma, evangelio o dogma, ortopraxis o rígida ortodoxia, seguimiento de Jesús de Nazaret o sumisión a la disciplina eclesiástica, Iglesia de los pobres o Iglesia al servicio de los poderosos. Pero es también político: está entre el apoyo a las organizaciones, partidos y sectores conservadores, o el apoyo a partidos y organizaciones que buscan la transformación de la sociedad a través de políticas redistributivas, defensoras de la justicia y la igualdad de género, sensibles a la defensa del medio ambiente y comprometidas con las clases populares más desfavorecidos. La suerte todavía no está echada.