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El sacerdote acusado de sedar y violar a feligresas, en una imagen de cuando era párroco de Santa María Micaela, en Melilla DIÓCESIS DE MÁLAGA

Sobre la iglesia, ‘El Club’ y los abusos · por Santi Fernández Patón

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El único motivo del supuesto arrepentimiento de la Iglesia por las violaciones a niños y mujeres es la herida reputacional que le ha provocado la repercusión mediática

No tengo ningún respeto por la Iglesia católica. Sospecho que comparto este sentimiento no solo con un amplio sector de la sociedad en general, sino en particular también con un buen número de cristianos, asqueados con una institución que ha pervertido hasta el horror una doctrina de corte humanista. De eso pueden dar buena cuenta sus hijos devorados, empezando, por no remontarnos demasiado, con aquellos curas de la liberación, a la postre excomulgados por su “opción preferente por los pobres”. En realidad, a nadie se le escapa que la interminable lista de deméritos de esta entidad es casi tan larga como su propia fundación y que, como cualquier organismo ávido de poder, por regla se ha situado siempre del lado de los opresores. Agarrarse a cualquier excepción para contradecir esta obviedad no deja de ser pura demagogia.

La Iglesia es, seguramente, la máxima representante institucional del patriarcado en occidente. De modo que, por muy dolorosa que resulte, no es en absoluto sorprendente su connivencia con todos esos violadores de niños y mujeres que acoge en su seno. Tradicionalmente, ha protegido a esos violadores, a veces en retiros con todos los gastos pagados y a merced de una vida ociosa. Fue uno de los descubrimientos que llevó a Pablo Larraín a rodar El Club, con la que de manera muy merecida ganó en 2015 el Gran Premio del Jurado en el Festival Internacional de Cine de Berlín.

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