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Sobre el atropello a Najwa. Luchemos por un Estado democrático, por un Estado laico

C: ¿Comes ostras?
A: Cuando las tengo, amo.
C: ¿Comes caracoles?
A: No, amo.
C: ¿Consideras moral comer ostras e inmoral el comer caracoles?
A: No, amo. Claro que no.
C: Cuestión de gustos, ¿no?
A: Sí, amo.
C: Y el gusto no es lo mismo que el apetito, y por tanto no se trata de una cuestión de moralidad, ¿no es así?
A: Podría verse de esa manera, amo.
C: Es suficiente. Mi toga, Antonino.
C: Mi gusto incluye… tanto los caracoles como las ostras.
                                                      Espartaco, Stanley Kubric
 
En estos días se ha producido un atropello con una adolescente llamada Najwa en el IES Camilo José Cela de Pozuelo de Alarcón. Este instituto, y posteriormente el San Juan de la Cruz, han vetado la entrada de una alumna por portar la hiyab, porque el Consejo Escolar había acordado en su reglamento de régimen interno que nadie podría llevar cubierta la cabeza en clase.
 
¿Acaso es una cuestión de estética?
En primer momento, nos han querido hacer creer, que el Consejo Escolar respeta la conciencia de la alumna, y que solo ha legislado sobre una cuestión de estética: está feo llevar la cabeza tapada. Todavía no entiendo porqué taparse la cabeza en un lugar cubierto está feo. Lo he preguntado a mi alrededor y al ponerles algunas objeciones, que el Rey se deja el sombrero militar en ciertos actos públicos a cubierto, la Reina de Inglaterra su corona, los judíos, los hindús, etc. nadie ha sabido pasar de una explicación que no acabara en un “porque sí”, como cuando te dicen que no se puede llevar playeras con smoking, o camisa de rayas con jersey de rayas, es decir, parece que es una cuestión de gusto, de moda que se tiene que resolver en un “porque sí”. Ante esta situación nos tendríamos que indignar y asustar como nunca porque nos encontraríamos con una decisión totalitaria de nuevo cuño: se podrían negar derechos fundamentales a un ciudadano por su estética, es decir, por su pretendido mal gusto.
 
Pero, ¿y si se tratase de una cuestión de apetito?
No obstante, como sabemos, la hiyab puede ser también una manifestación externa de una convicción religiosa, como el hábito de una monja cristiana, que también cubre la cabeza, y entonces entraríamos en el terreno de la ética y la  política, o de la política a secas, ya que la ética es una parte de la política, como pensaba Aristóteles. La discusión debería establecerse desde parámetros políticos y no de la moda, del gusto. Ahora entendemos que en el “caso Najwa” hay gato encerrado. Por medio de una consideración estética, sobre lo que consideramos bello, se quiere cerrar el camino a una discusión sobre lo que es bueno y justo que es sobre lo que han de versar las leyes en cualquiera de sus rangos.
¿Dónde radicarían los errores de los dos Consejos Escolares que niegan la escolarización a Najwa? Superando el ridículo argumento estético, su fallo se sitúa en que no entienden qué es un Estado democrático, porque no han pensado en uno de sus pilares fundamentales: la laicidad. A su vez, la Comunidad de Madrid, gobernada por un partido de corte católico, ampara tal proceder y se suma a la ceremonia de la confusión alegando que los Consejos Escolares son “autónomos”, poniéndolos por encima de las leyes del Estado para que avance su agenda adoctrinadora. Incluso El País no ayuda a aclarar la cuestión al indicar en su editorial “El `hiyab’ de la discordia” –título completamente tendencioso- que había “contradicción entre la libertad individual del alumno y el principio de laicidad; pero también entre ese principio y el derecho a la enseñanza”, dando a entender que los defensores del laicismo somos los que nos oponemos a que Najwa entre con su hiyab en clase. Pero al menos la editorial de El País tiene la virtud de descubrir que se está dilucidando cuestiones vinculadas a la laicidad del Estado.
 
El teorema del pensamiento laico
El laicismo es la filosofía política que pretende dilucidar la forma en que todos los ciudadanos pueden relacionarse con el Estado en un plano de igualdad, y por lo tanto de libertad de conciencia.
Gonzalo Puente Ojea, en su texto Fundamentación y horizonte de la laicidad, exponía el fundamento del pensamiento laico: “la sociedad no tiene mente, sólo tiene mente y conciencia el individuo”, pero que desgraciadamente “el pensamiento ha discurrido sobre la base de suponer que las sociedades o instituciones de carácter colectivo crean y tienen una mentalidad propia, una conciencia, producto de las conciencias individuales elevadas más o menos a un plano de transposición metafísica que se llama “ente social”. Y continúa “una reunión de creyentes”[…]es una simple reunión de individuos, únicos, porque son únicos[…]Y la institución no tiene conciencia. El Estado no tiene conciencia porque no tiene mente”.
De este modo pretender que un Estado tiene conciencia religiosa o ideológica, ya sea católica o islamista, capitalista o comunista, lo único que indica es que un colectivo de conciencias individuales, intolerantes y  fuertes políticamente, imponen sus conciencias al aparato del Estado para que este lo haga con el resto de la sociedad. Esto es lo que llamamos estados totalitarios, es decir, aquellos estados en los que una comunidad de creyentes absorbe el espacio público definido por el Estado y expande su dominio al resto de las comunidades de creyentes. Si el Estado pretende poseer conciencia, entonces el individuo no puede desarrollar libremente la suya, porque está constreñida por el poder de un Estado que está más próximo a un grupo que a otro. Los individuos se desarrollarán libremente al hacerlo en un plano de igualdad con el resto de sus conciudadanos y para esto se necesita que el Estado sea neutral, frente a las diversas conciencias y sus manifestaciones, de donde se derivará el reclamo de la separación de las Iglesias e las ideologías del Estado. Un Estado democrático bien fundado no puede ser ni capitalista ni comunista, ni católico ni ateo por definición, pero ha de velar porque las diversas conciencias se desarrollen plena y libremente conforme a las reglas del derecho común, sin que copen un espacio que es el de todos.
Una vez establecido el teorema de la laicidad se entenderá que un Estado verdaderamente democrático no impondrá ni privilegiará ningún conjunto de creencias, pero tampoco pretenderá suprimirlas. El estado democrático no podrá cruces, ni medias lunas, ni hoces y martillos en sus escuelas, pero permitirá que los ciudadanos, los alumnos, por no ser representantes del estado, lleven colgadas cruces cristianas, hiyab, camisetas del Che o las patriarcales y burguesas camisetas de la conejita de Play Boy, muy comunes hoy en día. Ni  pone cruces el Estado, ni se las quita a sus ciudadanos. Y si deseamos que nuestros conciudadanos no crean en ciertas ideas es necesario hacerlo por medio del debate racional con ellos, externamente a las instituciones del Estado.
Así que señor del El País que los alumnos puedan llevar hiyab o cruces libremente en las escuelas solo es posible si se aplica el teorema laicista y la escuela es laica.
 
Unos Consejos Escolares doblemente antidemocráticos
Como el teorema de la laicidad va impregnando a la sociedad, la asociación de ciudadanos que tradicionalmente ha impuesto su sistema de ideas al resto va perdiendo un terreno que nunca debió haber tomado. La Iglesia y el PP, su brazo político, pretenden atrincherarse en los Consejos Escolares para ver si en el cuerpo a cuerpo vienen tiempos mejores y frenan la marcha de la razón.
Tal estrategia ya la vimos en el caso de los crucifijos del Colegio Público Macías Picavea en Valladolid. Para imponer a todos los alumnos el crucifijo cristiano se arguyó que el Consejo Escolar tenía autonomía para decidir el ideario del centro. Se nos planteaba que una institución financiada con dinero público tuviera independencia absoluta del Estado en el establecimiento del código de régimen interno, por encima  de leyes superiores del Estado, como de los Derechos Humanos, etc. Con estas dos consideraciones podemos entender que aquel Consejo Escolar es doblemente antidemocrático. Primero por no reconocer que el Estado no debe tener conciencia y posteriormente por situarse por encima de leyes de rango superior.
Ahora, en la cuestión de los institutos de Pozuelo de Alarcón se observa otro doble procedimiento antidemocrático al negar, la otra forma de imposición, la manifestación externa de sus creencias a una ciudadana española, y argüir que los Consejos Escolares pueden estar por encima de los Derechos Humanos y de la libertad de conciencia de los ciudadanos.  Otra vez una comunidad autónoma gobernada por el PP organiza la trampa y escurre el bulto, dándole un barniz democrático al asunto con la cuestión de la “autonomía” de los Consejos Escolares. Fumándose un puro, también reniega de sus responsabilidades el Gobierno Zapatero al indicar que es asunto del Gobierno de Esperanza Aguirre y mientras tanto la niña está sin escolarizar. ¿Quisiera saber si la Consejera de Educación de la Comunidad de Madrid y el Ministro de Educación permitiría que los Consejos Escolares dictaminaran que se debe poner una foto de Hitler o de Pol Pot encima de las pizarras o que hay que quitarle la medallita de la virgen a todos los alumnos antes de entrar a clase?¿No les parece que los Consejos  Escolares tienen más independencia que el País Vasco y Cataluña juntas?
Hay que reclamar que todas las instituciones vinculadas en el asunto: la Comunidad de Madrid y el Gobierno abracen de una vez la causa de la democracia, que destituyan a los Consejos Escolares del IES Camilo José Cela y San Juan de la Cruz y desarrollen los principios democráticos en todas las instituciones de Estado, y  que se readmita a la ultrajada Najwa. Todas las personas demócratas de buen corazón debemos luchar porque el estado se democratice de una vez.
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