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Sin alternativa

MI hija tiene cuatro años. Mi hijo, nueve. Ella no va a clase de religión. Él tampoco y encima ha decidido cometer el pecado social de no hacer la primera comunión. Su madre y yo lo respetamos como hubiéramos respetado lo contrario. No es fácil para un niño renunciar a la avalancha de regalos que recibirán sus amigos, en muchos casos porque sus padres profesan la religión social de la indiferencia o del temor infundado a señalarse. Aun así, desde la normalidad, los entendemos y respetamos. Hoy pedimos que, con la misma normalidad, también se nos entienda y respete.

Religión. Creyentes. Iglesia. Confesión. He utilizado esos sustantivos omitiendo premeditadamente el adjetivo que todos tienen en la cabeza: católica. Admito que sea la confesión social mayoritaria, pero no podemos ni debemos tolerar que sea impuesta por la vía de los hechos y del Derecho en un Estado constitucionalmente aconfesional. Empezando por los propios católicos. Por ejemplo, es de sentido común que no existan asignaturas diferenciadas en el diseño curricular para niños y niñas de 3 a 6 años que aún no saben leer ni escribir. Con una salvedad inadmisible: religión. Creo esencial la formación ética y espiritual del ser humano. Y estaría completamente a favor de la enseñanza del hecho interreligioso a esos niños y niñas cuando sepan leer y escribir, incluso con especial referencia al cristianismo. Pero no es eso lo que ocurre. La denostada por laicista legislación educativa, así como nuestro gobierno autonómico, consienten que mis hijos no tengan alternativa de hecho ni de derecho a la asignatura de religión. Ella se cambia solita de clase y pasa la hora con otra seño mientras sus compañeros dibujan vírgenes y santos. Mi hijo, afortunadamente, no se encuentra tan solo y junto con otros cuatro amigos esperan a que un docente les atienda sin una programación curricular definida. Otras veces ven pelis. Otras leen. Otras juegan. Y otras, nada.

No hay alternativa a la asignatura de religión. Aunque se llame alternativa, legalmente es nada. Depende de la buena voluntad de los profesores (que la tienen). No vale como argumento que fue solicitada por la mayoría puesto que ni social ni jurídicamente hay otra opción educativa. Es la religión (no importa cual sea) la que debe salir de las aulas e impartirse en los hogares y centros de culto, por la misma razón que la religiosidad habita en el corazón y no en las rodillas.

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