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Entre las comunidades más perseguidas, después de la musulmana, se encuentran los Sijs, con cerca de 35 millones de fieles, la cuarta religión con más creyentes en India, después del cristianismo.
Que el Primer Ministro indio, Narendra Modi, es un mesiánico, capaz de las peores aberraciones, en defensa de sus intereses, articulando y fomentando el fanatismo religioso, no es una novedad para nadie.
Desde que llegó al cargo de Primer Ministro Principal (gobernador) del Estado de Gujarat en el año 2002, y ya como Primer Ministro de India, a partir de 2014, (en estos momentos, transita su tercer mandato consecutivo que llegará 2030), Modi junto a los militantes de su partido, el Bharatiya Janata Party o BJP, (Partido Popular Indio), y otras organizaciones del universo de la ultraderecha de su país, han asesinado a miles de los que él ha designado como sus infieles, focalizados fundamentalmente en la comunidad musulmana de su país, unos 220 millones de creyentes.
Con políticas de exclusión, provocación y persecución, alentando el odio religioso desde los medios, la televisión y el cine, que, si bien es de consumo interno, la industria es tan o más poderosa que la de Hollywood. Por estos instrumentos, Modi es el responsable de haber profundizado, todavía más, la ya peligrosa grieta que ha existido en India, incluso desde antes de la partición con Pakistán en 1947 entre hindúes y musulmanes.
Aunque sus políticas segregacionistas no solo apuntan al islām, sino también al resto de las religiones, para instalar su ideario fundamentalista hindú, englobado bajo los conceptos de la Hindutva, el marco teórico en el que estriba ese supremacismo, por sobre cualquier otra creencia en India.
Entre las comunidades más perseguidas, después de la musulmana, se encuentran los Sijs, con cerca de 35 millones de fieles, la cuarta religión con más creyentes en India, después del cristianismo.
Fundada en 1429, y tras la caída de su imperio en 1849, el sijismo ha propugnado por la creación de un Estado independiente: el Khalistan, que recuperaría el Estado del Punyab, aunque podría también pretender otros dominios del viejo imperio, como los Estados de Haryana, Himachal Pradesh, Chandigarh, Delhi, además de regiones de Cachemira y Rajastán. Una empresa tan pretenciosa como imposible.
De todos modos, la activa militancia sij no ha cesado, incluso, de las matanzas que continuaron la trágica resolución de la toma del principal centro de devoción sijs, el Harmandir Sahib (Templo Dorado), en la ciudad de Amritsar, del Estado de Punyab, en junio de 1984, bajo el gobierno de la Primera Ministra, Indira Gandhi.
Para la recuperación del templo, el ejército ejecutó la Operación Estrella Azul, en la que murieron entre quinientos y mil devotos. A consecuencia de este «éxito», Indira apenas sobrevivió, ya que, a consecuencia del asalto al Harmandir Sahib, sería asesinada el treinta y uno de octubre de ese mismo año, en su residencia de Nueva Delhi, por dos de sus guardaespaldas, fieles sijs. Lo que provocó una mayor ola de persecuciones y muerte contra la colectividad, habiendo sido asesinados más de tres mil sijs, en solo tres días.
A partir de entonces, la diáspora sijs se dirigió principalmente a Canadá, que cuenta con la población sij más numerosa en el mundo fuera de India, desde donde siguen alentando su causa.
Las políticas de persecución religiosa implementadas por Modi no se contuvieron en sus fronteras, sino que la inteligencia exterior india, la Oficina de Investigación y Análisis (RAW, por sus siglas en inglés), ha seguido hostigando a esa comunidad fuera del país, llegando incluso, a asesinar a algunos de sus principales referentes, tanto en Canadá, el Reino Unido y Pakistán, donde once activistas ya han sido eliminados, mientras que en este alambicado sistema de aniquilamiento, intentó matar a otro importante miembro de la comunidad radicado en Nueva York. (Ver Canadá: ¿Un presente griego para Modi?)
Estos crímenes, y particularmente, en el caso de Canadá, produjeron, en su momento, junio del año pasado, una rápida respuesta diplomática del gobierno del Primer Ministro Justin Trudeau, que, tras un cruce de sanciones como la restricción de visas, y la expulsión de diplomáticos, finalmente, la crisis no estuvo lejos, de derivar en el corte de relaciones. (Ver: India, cuando los Dioses matan a distancia)
Evidencias y articulaciones.
Aunque recién el veinte de octubre pasado, la policía canadiense consiguió pruebas de que diplomáticos indios se habían involucrado con una red criminal de origen indio conocida como Bambiha, para «intimidar, coaccionar y matar disidentes sijs en el país», obviamente, Nueva Delhi tachó estas últimas acusaciones de «extrañas y ridículas».
Según expertos en seguridad canadienses, el ascenso de la India a condición de potencia comercial y militar le ha generado la sensación de la idea de impunidad para operar ilegalmente fuera de sus fronteras. Estas conclusiones fueron avaladas por el propio Modi, que en un mitin del pasado abril dijo, según informó el Washington Post: «Hoy, incluso los enemigos de la India lo saben: este es Modi, esta es la Nueva India. Esta Nueva India entra en tu casa para matarte».
Estas declaraciones incluso las utilizó el enviado permanente de Pakistán, Munir Akram, durante una reunión de la Asamblea General de Naciones Unidas del mes de mayo.
El embajador Akram, calificando a la nueva India de «entidad peligrosa». Responsabilizó a Nueva Delhi de los asesinatos selectivos y extrajudiciales en su país y en otros lugares, e informó que su Ministro de Asuntos Exteriores denunció este hecho en el Consejo de Seguridad de la ONU.
El pasado día diecisiete de octubre, fiscales estadounidenses anunciaron que habían acusado a un ex oficial de la inteligencia india de coordinar el frustrado intento de asesinato a un destacado activista sij de la ciudad de Nueva York. Según lo que se reveló, habría quedado expuesto, hasta qué grado, funcionarios indios estaban implicados en el plan. (Ver: India, Sicariato S.A.)
Si bien es evidente la responsabilidad de India en la ejecución de militantes sijs fuera de sus fronteras, también es claro que por parte de Occidente y fundamentalmente de los Estados Unidos, con evidencias que apuntan a India, seguidas en detalle por los medios de comunicación, pretende exculpar a Modi, que, en verdad, por mucho que haya asesinado, es un Carmelita Descalza, si se lo compara con su gran amigo Benjamín Netanyahu, que en lo de matar, le lleva de ventaja varios cientos de miles, y a quien Occidente absuelve de toda culpa cada día, a pesar de la evidencia del genocidio que perpetra en Palestina y Líbano.
¿Qué diferencia hay entre el nazi-sionista y el nazi-hinduista, además de su religión? Es que Israel, está totalmente alineada a los Estados Unidos, aunque quizás sea exactamente al revés, mientras India, en su nuevo rol de potencia mundial, no acepta la presión de Washington para cambiar sus relaciones internacionales donde se la ve asociada vía BRICS, nada menos que con Rusia, China y ahora para colmo con Irán.
Modi también ha resistido, más allá de la insistencia del presidente norteamericano, Joe Biden, y abandonar su posición de neutralidad frente a la guerra que la OTAN libra contra Rusia en Ucrania. Permitiéndose, inclusive, incrementar las relaciones comerciales con Moscú, quien pudo colocar en India mucho de los excedentes exportables, que, desde febrero del 2022, cuando Estados Unidos, decreto al resto del mundo libre comerciar con Rusia. Lo que, al parecer, Narendra Modi, no se entera.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.