“Los Isidros de hoy están peor que el criado de Juan de Vargas en el siglo XIII”
En los inicios del reinado de Felipe IV, en el año 1622, se canonizaron cuatro santos muy destacados en la Historia, por parte del papa Gregorio XV: San Isidro, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier y Santa Teresa de Jesús. En realidad, fueron cinco canonizaciones, porque también estaría el florentino San Felipe Neri. Pues bien, este hecho fue conmemorado en el año 1922. Y sobre las celebraciones realizadas opinó el destacado político republicano Roberto Castrovido a través de un artículo publicado en El Socialista en el mes de mayo de ese año. Esta opinión fue principalmente una crítica social aprovechando la figura del santo labrador Isidro, para terminar siendo también un poco anticlerical.
Roberto Castrovido (1864-1941) tuvo una intensa vida como periodista y político. Empezó en la prensa en Barcelona y Santander, pero a partir de 1903 regresaría a Madrid donde fue nombrado director de El País y Vida Nueva. Se destacó por sus críticas a la Guerra de Marruecos y sobre la Semana Trágica. Se presentó a las elecciones generales de 1907, pero no consiguió sacar un acta de diputado. En 1912 sustituyó a Francisco Pi y Arsuaga como diputado por Madrid del Partido Republicano Federal, consiguiendo ser elegido en 1914, 1916, 1918 y 1919, siendo uno de los políticos más destacados de la Conjunción Republicano-Socialista. Volvería a tener cierto protagonismo en la Segunda República, ya que fue elegido en las elecciones a las Cortes Constituyentes de 1931, y también sería compromisario para la elección del presidente de la República en la primavera de 1936 por Izquierda Republicana. Se exilió en México donde fallecería.
Al parecer, según Castrovido era la primera vez en trescientos años que se celebraban las canonizaciones. No lo habría hecho Felipe V, porque “lo hubiera tenido casi a mengua”, en expresión del político republicano, seguramente en alusión a que era un Borbón, y aquellas habían tenido lugar con un Austria. Tampoco se hizo nada en 1822. Aquí no planteaba ninguna razón por parte de nuestro autor, pero nosotros nos aventuramos, ¿por tener lugar en pleno Trienio Liberal con toda la efervescencia política del momento?, pero eso solamente es una conjetura nuestra.
Pues bien, en el tercer centenario Castrovido se quejaba que no se había hecho ni una edición especial de las obras de Teresa de Cepeda, ni una biografía de la misma. En esta misma línea, al parecer Azorín se había lamentado que los organizadores del centenario no habían publicado el “Isidro” de Lope de Vega, ni habían recordado las dos comedias que el Fénix de los Ingenios dedicó a la infancia y a la juventud de Isidro. Solamente se había conmemorado la canonización. Y como decía Castrovido: “Aun dando a Dios sus santos, ¿por qué no entregar al labrador los campos?
Castrovido opinaba sobre el carácter de San Isidro, considerando que no parecía un santo español porque no combatía herejías, no organizaba milicias, no fundaba conventos, no viajaba, no convertía infieles ni mataba herejes. No era andariego, sino que labraba, trabajaba y rezaba, apuntando que sus apologistas decían de él que era sobrio, piadoso y humilde, y que cuando intervino “milagrosamente en la guerra contra los moros”, no lo hizo como caudillo a caballo (¿tenía en mente a “Santiago matamoros”?), sino como un “sencillo confidente”.
Castrovido opinaba que se conmemoraba más a los últimos Austrias, al valido Olivares, a los papas y cardenales, a los consejeros y nobles, más que al labriego, es decir, a los canonizadores más que al canonizado.
Se habían montado exposiciones agrícolas y ganaderas, concursos de máquinas y de abonos, pero reformas agrarias en la propiedad, y distribución y tributación de la tierra debían haber llenado, en su opinión, el programa de las fiestas si verdaderamente fuera sincera la devoción por el santo. Pero se le adoraba por sus milagros y por las mercedes y beneficios que la momia del santo y el culto a una reliquia pudieran traer sobre los señores de la tierra, sobre los propietarios. En este sentido, no debemos olvidar que San Isidro era labrador, el santo agrícola por antonomasia.
El centenario coincidía con un verdadero menosprecio de la agricultura, con los aranceles del hambre, con la imposibilidad de llegar a acuerdos comerciales con Francia e Inglaterra, con la ruina de los cultivadores de vides, naranjas, almendros, hortalizas, frutas. Se protegía al dueño de la tierra no al que la trabajaba, al que disminuía los jornales, al que veía aumentar sus rentas, y hasta se le amparaba con la violencia.
En realidad, el santo labrador era encarcelado, deportado y hasta acribillado a balazos. Si mendigaba era llevado de prisión en prisión hasta que moría en una de sus paradas. Si pedía justicia se la negaban, y tenía que emigrar, ya huyendo de un cacique, ya arrojado de la tierra. En muchos lugares se estaba desahuciando pueblos enteros. Por eso Castrovido afirmaba que los isidros de su tiempo estaban en peor situación que el criado de Juan de Vargas en el siglo XIII.
Y después llegaba la crítica anticlerical. El arca que guardaba el cadáver momificado del santo había sido empleada en la agonía de algunos reyes de la Casa de Austria, aunque ni les había aliviado el dolor ni prolongado sus vidas. En la guerra de Cuba fue exhibida y paseada en procesión por Madrid, y Cuba se perdió. En el tercer centenario fue abierta de nuevo, y se habían producido algunos sucesos trágicos en Madrid.
El alto clero que había asistido a la gran fiesta en la catedral no hizo ante el rey lo que solían hacer cantantes, cómicos y toreros, esto es, pedirle la vida de los reos que estaban en capilla.
Todo había sido, en conclusión, apariencia de poder, simulación de fuerza. “Nada más”.
Hemos empleado como fuente el número 4141 de El Socialista, del sábado 20 de mayo de 1922.