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Reflexiones en torno al discurso dogmático: Judaísmo

Iniciamos con esta primera entrega una serie de reflexiones relacionadas con los llamados discursos dogmáticos vinculados a las diferentes formas de ficción que el hombre ha desarrollado a lo largo de la Historia. En los textos que siguen pretendemos analizar algunos de los discursos que más han influido en sus formas de vida, como los relacionados con la religión, el nacionalismo o los sistemas de poder político. Permeados entre sí, los discursos religiosos, y de algún modo, los nacionales, han surgido como dogma, y muchas de las narrativas vinculadas al poder se han vuelto dogmáticas, en especial, las relacionadas con sociedades autoritarias. Las corrientes librepensadoras y las sociedades democráticas libres pretenden ser ajenas a la ficción dogmática, pero tampoco están libres de ella, como asimismo las ideologías políticas.

Desde sus orígenes, el ser humano ha aprendido a sobrevivir no sólo luchando contra los elementos naturales, descubriendo el fuego para calentarse o creando herramientas para cazar, sino también dominando la técnica de la ficción (1) para tratar de explicarse fenómenos incomprensibles. Los cromañones, y antes los neandertales, fueron capaces de crear en sus cuevas obras de arte, muy elaboradas en muchos casos, que acaso les ayudarían a soportar los rigores de la vida y soñar, tal vez, con un futuro ideal. Cuando el sapiens sapiens adquirió la habilidad del lenguaje articulado, comenzó a elaborar sus propias narrativas, producto de sus actividades y de su imaginación, transmitidas oralmente entre comunidades y generaciones; ficciones que más tarde quedaron fijadas mediante la escritura y han surcado la historia de la humanidad hasta nuestros días. Fantasías, en definitiva, que han confeccionado mitos, dioses o utopías y han sido y siguen siendo en la actualidad ensoñaciones del hombre para tratar de explicar la realidad, conjurar los males de la existencia o soñar la inmortalidad.

Entre las ficciones más conocidas figuran las que incorporan en su discurso un cuerpo de dogmas (2), siendo las de naturaleza religiosa, política y nacionalista las más extendidas. Hay que señalar que muchas de esas narrativas están permeadas entre sí: narrativas o relatos políticos que a su vez son religiosos y/o nacionalistas; estos últimos son políticos igualmente, y en casos como el judío o musulmán, también religiosos. Frente a todos ellos, mencionaremos los discursos producto del libre pensamiento, cuya naturaleza dista de ser dogmática, si bien no en todos sus aspectos, como podremos observar.

El discurso religioso

Entre los muy numerosos relatos religiosos construidos sobre dogmas, los que forman parte de las tres grandes religiones monoteístas actuales son acaso los más dominantes.

Siguiendo un orden cronológico, empezaremos por el judaísmo. Comparte con las otras dos doctrinas monoteístas la convicción de presentarse como la revelación de Dios a los hombres, y no como una religión más entre el conjunto de creencias. Además de ser una de las tres grandes del monoteísmo, el judaísmo posee un destacado componente nacionalista, acaso mayor que las otras dos, y desde luego, mayor que el cristianismo, con alguna excepción que veremos. La identificación de religión y nación judía es absoluta, adquiriendo aquélla en sus orígenes la condición de tribal, al igual que el Islam. Si algo caracteriza a la nación judía es su consideración de pueblo exiliado y perseguido desde la conquista del reino de Israel en el año 722 a.C. por los asirios. En el año 587 a.C. fueron deportados decenas de miles de hebreos a Babilonia por el rey Nabucodonosor II – el llamado “cautiverio de Babilonia”-.  A lo largo de su historia, los judíos han sido expulsados de diferentes lugares. Como bien conocemos, en el siglo XX la humanidad sufrió la que muchos historiadores y otros estudiosos coinciden en calificar como su mayor tragedia vivida, el genocidio de seis millones de judíos, más unos cinco millones de otras nacionalidades, etnias y credos políticos, según fuentes solventes. En consecuencia, no se puede entender esta religión sin su componente nacionalista ni tampoco sin la deriva política, como por otra parte ocurre también en el mundo musulmán.

Bajo la óptica judaica, los tres discursos, el religioso, el nacionalista y el político, se reducen a una sola palabra: Israel. “Los pensadores de ascendencia judía vivieron la tensión entre cosmopolitismo y etnonacionalismo de distintas maneras, y su ambivalencia en muchos casos se intensificó con el Estado de Israel”. Son palabras de John A. Hall, biógrafo de Ernest Gellner (3).

El judaísmo, y en particular su variante más extrema, el sionismo, inculca a sus fieles la misión de promover la nación judía representada en Israel, proteger la pureza de su religión y de su lengua, o recuperar los territorios perdidos, sometiendo al pueblo palestino a una de las más cruentas persecuciones y represión de la época actual. El sagrado rito del Sabbat, que se extiende desde la puesta de sol del viernes hasta la del sábado, obliga a los judíos ortodoxos a no hacer nada, salvo rezar, hasta tal punto de que, por ejemplo, ni siquiera les es permitido cortar papel higiénico. En las escuelas rabínicas los niños sólo aprenden Historia del Pueblo Judío, de tal modo que desconocen la Historia universal –algo muy común a los nacionalismos. Si algo caracteriza al sionismo es el desconocimiento, cuando no desprecio, del resto del mundo gentil.

Para el Gobierno israelí, Jerusalén es la capital eterna del pueblo judío, y por consiguiente, indivisible, no pudiéndose establecer una capitalidad compartida entre cristianos, musulmanes y judíos. Éste es, entre otros, uno de los grandes obstáculos para una posible pacificación del conflicto árabe-israelí. Como señala el historiador Harari (4), no deja de ser, cuanto menos, curioso que una ciudad cuyos orígenes se remontan a 5.000 años atrás -y el pueblo que la ha tomado como suya tenga no mucho más de 3.000 años de existencia-, sea considerada eterna por las autoridades israelíes, frente a los 4.500 millones de años que tiene la Tierra y los 13.800 millones de vida que, según cálculos astronómicos, le quedan al Universo. Seguramente, los propagadores de esta condición atribuida a Jerusalén estén en la completa certeza de que la capital judía va a permanecer eterna durante los próximos 13.800 millones de años, incluso habiendo sido la Tierra absorbida algo antes por otro sol diferente del nuestro, dentro de unos 7.500 millones de años.

Javier Gimeno Perelló


(1) Utilizaremos indistintamente términos como ficción, narración, narrativa, discurso o relato. Desde hace algún tiempo, se ha puesto de moda este último , y como ocurre con las palabras cuando se utilizan de forma abusiva en diferentes contextos, se acaban desgastando y de alguna manera pierden el brillo de su significado-
(2) Seguiremos la tres acepciones que sobre el vocablo dogma ofrece el Diccionario de la Academia de la Lengua: 1. Proposición tenida por cierta y como principio innegable. 2. Conjunto de creencias de carácter indiscutible y obligado para los seguidores de cualquier religión. 3. Fundamentos o puntos capitales de un sistema, ciencia o doctrina.
(3) Gellner, E.: Cultura, identidad y política. El nacionalismo y los nuevos cambios sociales. Gedisa, 2019
(4) Harari: 21 lecciones para el siglo XXI. Debate, 2019


*Los artículos de opinión expresan la de su autor, sin que la publicación suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan todo lo expresado en el mismo. Europa Laica expresa sus opiniones a través de sus comunicados.  

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