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¡Menudo negocio con las entradas para visitar templos constando como donación! “Un negocio brutal”. Además cualquier monasterio, catedral, iglesia, ermita o torre “se puede vender”, comenta radiofónicamente Raquel Ortiz, de Valencia Laica.

“Ahí pone una placa que es la casa número uno de Valencia”. Ortiz señalaba la catedral valenciana en la convocatoria por la devolución de bienes usurpados al común por la Iglesia católica. Trescientas personas acudieron al pie del Micalet emplazadas por la Coordinadora Recuperando en un acto simultáneo en diecisiete ciudades. “El Micalet es del pueblo valenciano”. “Inmatriculaciones de la Iglesia católica=robos”. “El Micalet es nuestro”. “Recuperando nuestro patrimonio cultural”. Pancartas y arengas también congregaron a transeúntes que circundaban el conjunto catedralicio. La torre–campanario promovida su construcción por los “Jurats” (jurados, órgano ejecutivo supremo, máxima magistratura urbana) con la previa autorización real ¿cómo no? se culminó a principios del siglo quince. ¿Por qué el dos de julio del año dos mil catorce, la historia y los derechos de la ciudadanía volvieron a saltar por los aires incluyendo la citada atalaya, nido de ametralladoras durante la Guerra Civil, a la inmatriculación de la catedral? ¿Por qué hay que soportar que se convierta en bien de la Iglesia (como otros miles) cuando se levantó para alertar a la ciudad de ataques?

¿Y la gente joven qué opina al respecto? “Como lo de la Iglesia no va con ellos, gente joven siempre viene muy poca”. ¿Será esta desidia religiosa de las nuevas generaciones lo que habrá hecho virar el negocio hacia el sector turístico para facturar? Tiques abonados en efectivo. A dos euros para el Micalet, ocho para la catedral y tres para el museo. Con cero impuestos y cero IBI (Impuesto Bienes Inmuebles) y cualquier restauración por cuenta del dinero público. A Valencia, el millar de bienes raíces usurpados le supone una pérdida de casi cuatro millones de euros anuales. Tal como apunta Valencia Laica: “Haciendo negocio porque ni declara, ni tributa”. ¿Qué máster hay que hacer para gestionar de manera tan provechosa y sin acechanzas?

“De tener carácter público -indicaba Joan Ribó- se pondrán en marcha los procesos legales correspondientes para recuperarlos”. En román paladíno: como esto viene de tiempo atrás no nos metamos en camisa de once varas, quien venga detrás que resuelva.

Con una ley franquista del año mil novecientos cuarenta y seis, todo cuanto no estaba registrado pertinentemente: bienes rústicos con miles de hectáreas, aparcamientos, bajos comerciales, cementerios, aquello que no fuese de carácter religioso, ¡a la saca! Pero para el tragabolas eclesiástico el premio gordo llegó en mil novecientos noventa y ocho gracias a Aznar, que amplió el expolio a bienes de índole religiosa. ¿Qué manita les echó el equipo de registradores y registradoras de la Propiedad? ¡Señoras y señores, se abren las taquillas!

Carlos Gómez-Centurión Jiménez, en su ensayo histórico titulado La Iglesia y la religiosidad, inserto en el capítulo trece de una obra conjunta, expone: “En cuanto a la propiedad rural, las posesiones de la Iglesia eran inmensas. Se calcula que a finales del siglo XVII poseía alrededor de una sexta parte de las tierras cultivables, casi siempre las de mejor calidad. También la propiedad urbana era fabulosa, y convertía a la Iglesia, en su conjunto, en el principal propietario de inmuebles de la mayoría de las ciudades españolas. Además, la Iglesia, en cuanto institución, estaba autorizada para adquirir bienes, pero no para enajenarlos, lo que conducía a una acumulación creciente de riqueza. Durante todo el siglo se dejaron oír voces que protestaban contra este desmesurado aumento de la propiedad eclesiástica.”

¿Por qué se mantiene oculto este escándalo? ¿Por qué una organización privada atesora hacienda usurpándosela al pueblo? ¿Por qué Estados extranjeros son dueños de España? ¿Por qué el Vaticano tiene más patrimonio en España que el propio Estado?

”Discursos muy bonitos de fratelli tutti, muy bonito, pero de eso nada, me parece una barbaridad el desalojo de religiosas que han hecho, algunos obispos se han hecho con sus bienes, al obispo de Oviedo no le importa desahuciar a religiosas mayores, no le importa”, comentaba Amparo, miembro de Dones Creyents, Antígona, Nicaragua Libre y la Coordinadora Feminista de Valencia. Mujeres en un circuito despóticamente patriarcal y machista se convierten en trabajadoras sumisas sin derecho a nada, ni ascensos en categoría, ni salvaguarda de sus bienes, ni pensiones de jubilación al abandonar el sistema eclesial o por no haber sido dadas de alta en la Seguridad Social. “Les han quitado obras de arte y las mandan a callar, se lo queda el arzobispado”. Televisivamente se ha dado espacio a la situación de atropello y rapacidad mercantilista sufrida por congregaciones femeninas que terminan bajo los cascos de la especulación gestionada por unos dirigentes denominados hombres de la Iglesia. “Las monjas como santa Teresa (ella y santa Catalina de Siena son las únicas Doctoras de la Iglesia) hicieron sus conventos por donde pasaban”, crearon órdenes a duras penas, batallando con el propio régimen al que estaban adscritas, soslayando obstáculos y condenas ejercidas por el hegemónico colectivo patriarcal que en este negocio priva histórica y férreamente. Si existen, o han existido, personajes femeninos valorados lo son a la sombra de algún mandante. “Las mujeres somos en la Iglesia mayoría” y, curiosamente, en tal corporación el “desprecio a las mujeres” es proverbial. ¿Techo de cristal y asunción de cuidados por razones de género? ¿Qué mujer puede llegar a dirigir un obispado o arzobispado, a tocarse con la roja birreta cardenalicia, o ser papisa abiertamente? ¿Por qué actualmente la mujer continúa excluida del poder eclesiástico?

¿Será por el perfecto manejo de la enjundia patriarcal por lo que gobiernos netamente masculinos se doblegan ante tal maestría aun estando en discrepancia con las reglas de juego de la Iglesia? ¿Qué pasaría si las naciones fuesen gobernadas por mujeres, continuarían los abusos, atropellos y la limitación de ascenso en esta y otras organizaciones?

“El que le quitó a la Iglesia los templos fue Carlos III en el siglo XVIII, todo pasó a la Corona”, José Antonio, ingeniero agrónomo jubilado como curioso investigador sabe de cuanto acontece desde hace siglos con respecto a los bienes inmuebles que la Iglesia atesora por la brava. “No hay que engañarse mientras que el régimen que tenemos siga funcionando” esto seguirá, sería preciso que “el monarca se marche de aquí y haya una república y sea consistente, la Iglesia y la monarquía han formado un cuerpo”. Tan sólo hubo un episodio de segregación cuando “Carlos III se cabreó con la Iglesia: ahora no vais a tener nada”. Este maduro y agradable participante en el mitin se lamentaba de que “la gente lee poca historia”. Mediante los libros comprueba que “no han cambiado las cosas mucho, tecnológicamente sí” pero el meollo continúa impasible, “¡el dinero sigue estando en los mismos bolsillos!”.

¡Novecientos veinte bienes constan en el listado de inmatriculaciones valencianas! de los cuarenta mil confesados por la Conferencia Episcopal. “Un expolio que el gobierno blanquea” hasta con las últimas decisiones. ¿Por qué tanto interés en dar carpetazo al asunto? ¿Quién puede soportar litigios de años para recuperar bienes robados como el campanario de Benicarló, en dos mil quince?

“En un estado aconfesional no tiene sentido que ninguna confesión se sitúe por encima de la ley” declaraba Pedro Sánchez (PSOE-actual presidente del Gobierno) en el momento adecuado. Por encima o por debajo la manipulación que se consiente en España clama al cielo. ¿Qué pasaría si estos latrocinios los cometiera otra religión?

San Bernardo abad y fundador del monasterio de Claraval, influenciaba tanto al señorío feudal, como a papas, servidumbre y monarcas. Este asceta es el destinatario de una de las cartas de Albino Luciani (papa Juan Pablo I) publicadas, poco después de su ¿desconcertante? muerte, bajo el título de Ilustrísimos señores. En ella redacta: “Un éxito aparente, aunque clamoroso, es en realidad un fracaso si se ha conseguido pisoteando la verdad, la justicia y la caridad. El que está por encima, está al servicio de quien está por debajo”. Luciani duró en la jefatura de la Iglesia católica ¡treinta y tres días!

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