No a los datos exactos sobre el número de abusos sexuales en la Iglesia española; no a un fondo de compensación económica para las víctimas; y no a un estudio retrospectivo sobre esta lacra, como han hecho otras Iglesias europeas y norteamericanas.
El secretario general de la CEE no logra disipar las dudas sobre el efectivo compromiso de la Iglesia española en la lucha contra los abusos sexuales.
La insistencia de la prensa logra hacer traslucir la desinformación y descoordinación con la que Añastro sigue abordando una cuestión para la que el Papa decretó “tolerancia cero”.
No a los datos exactos sobre el número de abusos sexuales en la Iglesia española; no a un fondo de compensación económica para las víctimas; y no a un estudio retrospectivo sobre esta lacra, como han hecho otras Iglesias europeas y norteamericanas. Tantos ‘noes’ seguidos no presagiaban nada bueno y lograron ahogar la comparecencia virtual ante la prensa del secretario general del Episcopado, Luis Argüello, para dar cuenta de los trabajos realizados por la Comisión Permanente en su reunión de los días 23 y 24 de febrero.
La insistencia de los periodistas dejó noqueado al también obispo auxiliar de Valladolid, que creyó que le bastaría, ante las previsibles preguntas sobre la pederastia eclesial, con el as en la manga que la providencia le había proporcionado tres días antes en forma de un demoledor informe de la Fundación Anar sobre abusos sexuales en España, y salió tan confiado y ¡tan sin datos!, que su jefe de prensa tuvo que correr a buscarle y llevarle, casi sin voz, a reponerse a la esquina del cuadrilátero en que se convirtieron las pantallas de los periodistas.
Respuestas inquietantes
Tres ‘noes’ inquietantes a tres cuestiones que no han supuesto ningún cisma en otras Iglesias de nuestro entorno, asumidas con dolor, eso sí, por las conferencias episcopales de Alemania, Francia o los Estados Unidos, por ejemplo, como paso ineludible en la senda marcada hace ahora dos años por el papa Francisco en la histórica cumbre contra los abusos celebrada en el Vaticano con la asistencia de los presidentes de los episcopados del mundo.
“Es que honradamente no sé el número”, logró finalmente balbucear el portavoz episcopal sobre la cifra total de abusos cometidos al amparo de la Iglesia católica en España, tras encajar al respecto sucesivas preguntas al hígado del periodista de El País, medio autoerigido en abanderado de la lucha contra la pederastia eclesial.
La argumentación que no pudo ser
Tal confesión del portavoz episcopal, inaudita, inesperada y sobre todo inexplicable, aunque la responsabilidad no sea solo suya, decantó la suerte final de la rueda de prensa, como luego atestiguaron los titulares. Y eso que Argüello llevaba bien fundamentado un argumento en forma del citado informe que dejaba en mal lugar al conjunto de la sociedad española y, de paso, también a los medios, que apenas le han dedicado espacio. Argüello amagó con un golpe que se perdió en el aire al citar el espacio que algún medio (sin nombrar a El País) le había dedicado la víspera a la denuncia de que “casi la mitad de los abusos sexuales a niños y adolescentes son cometidos por un familiar”.
Porque, efectivamente, la víspera El País informaba en el último tercio de una página de la advertencia de la Fundación Anar sobre que “los abusos contra menores se han disparado en los últimos años: ha detectado 1.093 casos en 2020, cuatro veces más que en 2008, que cerró con 273”. Las dos terceras partes que abrían la página habían sido reservadas a la noticia, de elaboración propia, de que “los obispos ya admiten 45 casos de abusos a menores, 20 inéditos”.
¿Por qué solo escandalizan los abusos en la Iglesia?
Solo quien haya tenido verdadero interés estos días se habrá enterado de que la Fundación Anar ha analizado para su estudio, recién presentado, 89.808 peticiones de auxilio entre 2008 y 2019, lo que ha posibilitado detectar, gracias a las llamadas de los afectados, 6.183 casos de abusos. Solo el 0’2% de los mismos se produjeron en el ámbito eclesial…
Sin embargo, la imagen que hay en la sociedad es la de que solo hay una institución abusadora: la Iglesia. Y es una institución que ha abusado y abusa, cierto. Pero ni es la única ni es la más depredadora, como pone de manifiesto la Fundación Anar. ¿Cuál es la razón entonces de que en el imaginario colectivo sea la Iglesia quien acapare todas las miradas de recelo? Lo ponía de manifiesto también el director del citado estudio: la concienciación social es un tema pendiente en España porque el abuso sexual sigue siendo un tema “tabú”.
Freud también tendría que algo que decir en este análisis colectivo. Solo así se explica que se mire para otro lado ante los abusos domésticos o que se consientan en ciertos ambientes las relaciones de personas adultas con menores. Un asunto que ha comenzado a aflorar hace unos meses en Francia con el llamado #MeTooInceste a raíz del libro La familia grande, donde Camille Kouchner, hija del exministro Bernard Kouchner, denuncia los abusos que sufrió su hermano gemelo cuando era adolescente por parte de su padrastro, un reconocido politólogo.
La hipocresía del mundo de la cultura
O la también impactante obra El consentimiento, de Vanessa Springora, basada en un hecho real sucedido en 1986, cuando ella tiene 14 años y comenzó, con la aquiescencia de su madre -que en medio de círculos intelectuales a la avant-garde no quiso parecer mojigata- una relación con un famoso escritor francés de 50 años. Springora descubrió con horror que la tolerancia que había con ese escritor en los 80 era la misma que había en 2010.
Estas obras parecen demostrar que en el país vecino el tabú sobre el abuso sexual a menores en la familia o en círculos de amistades parece haberse roto para siempre. ¿Llegará esta catarsis a España como, a la fuerza, está llegando a la Iglesia? Indudablemente, aunque primero hay que hacer pagar a nuestros particulares demonios mientras una cierta parte de nuestra intelectualidad (y medios) sigue anclada a este respecto en los 80. Si no no se entiende que quienes, desde el mundo académico levantan el dedo acusador contra la Iglesia, se indignen ante el cuestionamiento que algunos escritores han hecho al homenaje en el Instituto Cervantes al poeta Jaime Gil de Biedma con motivo del 30º aniversario de su muerte.https://www.youtube.com/embed/hj3ChRewIlM
Los que dudan de la conveniencia no ponen en duda las excelencias poéticas del galardonado autor, sino el reconocimiento expreso que él mismo hizo en sus diarios, con una cierta jactancia, de haber prostituido a niños que vivían en la miseria durante la estancia que pasó en Manila como director general de la Compañía de Tabacos de Filipinas.
“La Iglesia no va en serio”
Dicho lo cual, la Iglesia no puede permitirse que en ella “todavía hoy existen lugares en los que se continúa negando la evidencia de los abusos”, como reconoció la pasada semana Hans Zollner, el jesuita que dirige desde la Gregoriana la lucha contra los abusos en la Iglesia. O que un destacado experto en esta materia en nuestro país, y eclesiástico, me confirme que “a todas luces, el tema de los abusos en la Iglesia española no va en serio, por lo menos hasta que un juez no sentencie con una indemnización con seis ceros”.
Lamentablemente, tras la rueda de prensa, da la sensación de que la Iglesia en España tiene mucho camino que recorrer no solo para convencer a los medios, sino para acabar de creérselo ella misma. Lo de que va en serio. O de que es capaz de dar esa sensación. A ver si la anunciada creación de una oficina de coordinación en la Conferencia Episcopal les ayuda a arrojar un poco de luz.