Somos librepensadores. Consideramos la religión como un asunto privado y ansiamos que se separe a la Iglesia del Estado, se la confisquen los bienes y que viva el sacerdote del óbolo de los fieles. En lo porvenir, no considerándose la práctica de los ritos como una función productiva, el sacerdote habrá de unir su esfuerzo a la obra común; después, libre será él y libres serán todos de tributar culto y eleva preces a los dioses.
“Somos revolucionarios, librepensadores, queremos la república y la federación. ¿Quién se atreve a dudarlo?
Queremos renovar por entero la base del actual régimen económico, trabajamos por una hondísima transformación que remueva hasta la esencia misma de las relaciones sociales, que sustituya, con el cambio de la actual forma de la propiedad, el egoísmo por un sistema en que todos los intereses de los hombres sean armónicos, en que mi bien sea el bien de todos, no como hoy, que el bien de uno es el mal de otro, o de otros. Trabajar por el advenimiento de semejante organización social, ¿no es ya ser revolucionario?
¡Qué preconizamos los medios legales! Cierto; pero sin que eso implique que repudiamos la fuerza. Queremos sacar de los medios legales lo mucho que pueden dar; pero si un día nos consideramos capaces de conquistar violentamente todo aquello que nos proponemos, acudiremos al terreno de la violencia, si, como es de temer, las vías pacíficas se nos obstruyen, como se obstruyeron casi siempre a toda reforma transcendente.
La revolución, a nuestro entender, está más en las ideas que en el método; en el programa, no en los procedimientos; preparar los elementos para la transformación social es ser profunda y sinceramente revolucionario.
Queremos la república social, y aun con gusto, ayudaríamos a la implantación de la república burguesa. Nuestro régimen es absoluta y completamente incompatible con el predominio de un hombre o de una entidad sobre otro u otros hombres. Estimamos contrario a la libertad y al bienestar de unos la dominación de otros; peleamos por ver al hombre libre de todas las tiranías, la del rey, la del magistrado, la del sacerdote, la del patrono; suspiramos por que todos los nacidos trabajen y todos administren el fruto de sus afanes, ¿no hemos de ser republicanos? ¿Quién concibe un régimen de igualdad económica con dependencias personales, sean éstas del linaje que fueren?
Queremos la completa autonomía del individuo y de sus agrupaciones en pueblos, grupos productores, etc. ¿Quién duda de que somos federales? Más es: practicamos la Federación como nadie. Federal es nuestra organización política, federal la organización económica. Autónomas en absoluto son las Agrupaciones políticas y autónomas las Sociedades económicas federadas, y viven sin otro vínculo que un pacto libremente contraído, pacto reformable y revocable en todo momento, que liga sólo para la acción común concertada y para el mutuo apoyo, sin que en el desarrollo y funcionamiento de cada entidad tengan para qué inmiscuirse las demás.
Aun en el régimen capitalista nos parece la Federación la forma más racional de organización de las naciones, y nos placería verla implantada por toda la faz de la tierra.
Somos librepensadores. Consideramos la religión como un asunto privado y ansiamos que se separe a la Iglesia del Estado, se la confisquen los bienes y que viva el sacerdote del óbolo de los fieles. En lo porvenir, no considerándose la práctica de los ritos como una función productiva, el sacerdote habrá de unir su esfuerzo a la obra común; después, libre será él y libres serán todos de tributar culto y eleva preces a los dioses.
Cien veces hemos dicho todo esto, todavía no ha querido entendérsenos.
Y es que aquí no se tiene por revolucionario sino a quien habla siempre de fuerza, así carezca de ella y de sazón su empleo. No se tiene por republicano sino a quien de república habla a destajo. Y no se tiene por federal sino a quien, tal vez sin practicar sus ideas en la organización de su partido, no deja esa palabra en reposo.
No se tiene por librepensador sino a quien se abandera en ciertos organismos, a quien predica el exterminio de las Órdenes religiosas, a quien se hace corifeo de propagandas nocivas.
Quien siente y practica sus ideas sin alardes ni alharacas, quien pone mesura y templanza en su palabra y en su pluma huyendo de las ridículas y vanas violencias del lenguaje, reñidas siempre con la energía y la seriedad, ese es un reaccionario, un auxiliar del presente ignominioso régimen.
Aquí sólo alcanzan plaza de enérgicos los fanfarrones vacíos de meollo; los que huyen del énfasis y del ruido, los modestos y serios son reputados como tibios y aun cobardes.
Jamás seremos de los primeros y seguiremos laborando sin ostentación, mas con tenacidad y empeño, contra el capitalismo, que de este modo trabajamos mejor por la libertad económica, política y religiosa.”
El Socialista, número 765, de 2 de noviembre de 1900.