INTRODUCCIÓN
Los especialistas de la memoria saben que el pasado es múltiple, que se
reconstruye permanentemente desde el presente y que su línea unifica-
dora depende más del ahora fluctuante que del ayer por descubrir.1 No
cabe duda, sin embargo, de que ambos se retroalimentan, porque aho-
ra podemos hacernos preguntas que antes eran imposibles y porque
con cada una de ellas encontramos aspectos del pasado que no parecía
relevante rescatar.
Pasado y presente; este libro tiene un objetivo doble y muy preciso:
mostrar la importancia histórica para México de la construcción de la
laicidad en el país y entender la relevancia contemporánea de dicho
concepto para las libertades en nuestra nación y en el mundo. La obra
gira alrededor del acontecimiento múltiple y central en la historia de
México que constituyó la elaboración y promulgación de las llamadas
Leyes de Reforma. Momento crítico en el desarrollo de un sistema de
libertades prácticamente inexistentes en la primera mitad del siglo XIX y
ahora reconocidas en nuestro país: libertad de conciencia, de expresión,
de religión, de participación política, de voto, de circulación, de tener la
preferencia sexual que se desee, de unirse en matrimonio independien-
temente de ésta, de decidir sobre lo que sucede en nuestro cuerpo, de
vivir y de morir con dignidad, entre otras cuestiones. El contexto histó-
rico y político ciertamente ha cambiado, pero no lo han hecho ni las
condiciones sociales y culturales que le dieron origen, ni las oposicio-
nes teológicas y filosóficas que se le han enfrentado. Para decirlo con
otras palabras, no siempre estas libertades han gozado de la simpatía de
todo el mundo, ni han podido avanzar sin sobresaltos, interrupciones
y retrocesos. La tradición, “la verdad” teológica o doctrinal y, en suma,
el conservadurismo, se han empeñado en cerrarle el paso, con mayor o
menor éxito, según las variadas circunstancias geográficas, sociales y
políticas. De ahí la importancia de re-construir la memoria, de regresar
y revisar nuestra historia, para distinguir y resaltar la experiencia gene-
radora de la situación que vivimos actualmente.
En términos históricos y socioestructurales hay tres elementos que
valen la pena ser resaltados para enmarcar lo sucedido en materia de
libertades en el mundo occidental. El primero es la existencia de un
proceso identificado como “modernidad” y que supone muchos cam-
bios sociales, entre ellos una comprensión ilustrada, luego científica del
mundo, una secularización de la vida pública, el crecimiento de una
economía de mercado y la llegada al poder del liberalismo político. La
modernidad significó en el mundo occidental el fin de un régimen de
cristiandad (en nuestro caso de catolicidad) y dio paso a un régimen que
luego habría de llamarse de laicidad. El proceso de secularización pro-
dujo una diferenciación de esferas (la económica, la política, la cultural,
la científica y educativa) y una creciente autonomía de ellas frente a la
esfera religiosa, que antes lo englobaba todo. El mundo económico, po-
lítico y cultural moderno, allí donde existía, comenzó a regirse por cri-
terios diversos a los religiosos, con reglas y ética propias. También, como
consecuencia de ello, en Occidente y luego en otras partes del planeta
se comenzó a hacer una separación entre los ámbitos de lo público y lo
privado, entre la política y la religión, así como entre los asuntos del
Estado y los de las Iglesias.
El segundo elemento a resaltar es que nada de lo anterior fue del
agrado de la jerarquía católica, la cual se sintió amenazada en sus bases
teológicas, filosóficas, doctrinales e institucionales. Con alguna razón,
porque el movimiento revolucionario en el siglo XIX, encabezado por el
liberalismo político, muy tempranamente sacudió al papado y terminó
incluso por hacerle perder los territorios pontificios a la Santa Sede.
Junto a las llamadas revoluciones burguesas, la ciencia moderna puso
en cuestión ciertas verdades establecidas, sacudiendo así una manera
de entender la historia cristiana y el papel social de la Iglesia. La Santa
Sede contraatacó y propuso una visión antimoderna de la sociedad, es
decir integral e intransigente. Soñó en efecto con recuperar una visión
integral (no separada en esferas y ámbitos de acción) del mundo y mos-
tró una intransigencia frente a los modelos liberal y socialista, con todas
sus derivaciones, proponiendo a su vez un modelo de acción social
propio, organicista, populista, tradicionalista y conservador.2 El resul-
tado, sobre todo donde la Iglesia católica tenía una presencia importan-
te, fue una enorme lucha de poder que hasta cierto punto no ha termi-
nado. Ello explica en cualquier caso el conflicto casi-permanente y las
dificultades para llevar a cabo las reformas liberales en los países de
tradición católica.
El tercer elemento es el relacionado con la cultura de libertades e
igualdad en aquellos países donde el principio cuius regio, eius religio,
establecido en la Paz de Augsburgo de 1555, fue mantenido durante
siglos. En esa ocasión los príncipes y monarcas europeos que estaban
enfrascados en las llamadas guerras de religión, decidieron aprobar el
principio de que cada soberano decidiría la confesión religiosa de su
preferencia y sus súbditos tendrían que seguirla, con el derecho de
emigrar para quienes no estuviesen de acuerdo con la voluntad de su
príncipe. La enorme consecuencia que esto tuvo para los territorios go-
bernados por los monarcas españoles, comenzando por el emperador
Carlos V del Sacro Imperio Romano Germánico (Carlos I de España),
convertidos en defensores del catolicismo romano, no ha sido suficien-
temente enfatizada en nuestra historia. La imposición de una sola fe,
con la consecuente persecución de las otras en los territorios conquista-
dos y luego colonizados por España y Portugal (otro imperio católico),
habría de tener un impacto en la cultura y la identidad de las poblacio-
nes allí asentadas y las que inmigrarían allí. Iberoamérica se convirtió
así en una de las regiones más intolerantes del planeta, puesto que no
se permitió la entrada a ninguna persona que no fuese de confesión ca-
tólica, siguiendo así fielmente el principio establecido por la Paz de Augs-
burgo. Así, mientras que en Francia, Inglaterra (luego en el Reino Unido),
Países Bajos y otros países donde fue imposible aplicarlo en la práctica,
el principio cuius regio, eius religio se resquebrajó, dando paso a edictos
de tolerancia y diversas formas de convivencia religiosa, en lo que des-
pués llamaríamos América Latina la intolerancia sentó sus bases. Y lo
hizo con la convicción de que ése era el mejor método para conservar
la unidad política y de preservar “la” verdad ante el error (es decir el
protestantismo, el judaísmo y las otras creencias religiosas), el cual, se-
gún está lógica, no debía tener cabida. Desde esa perspectiva, la intole-
rancia era una virtud que debía cultivarse entre la población.
A nadie debería extrañar entonces que las naciones latinoamerica-
nas independientes nacieran casi todas como países formal y oficial-
mente intolerantes. Predominaba la idea de que la religión era proba-
blemente lo único que podía darle una cierta unidad a la nueva nación
y que la pluralidad de creencias (y por lo tanto, de otras posturas) era
nociva para el país. La noción de una “identidad católica” esencial de las
nuevas naciones, frente a la cual todas las nuevas ideas de la modernidad
no eran más que intromisiones extranjeras ajenas a nuestra tradición y
cultura, habría de dificultar el ingreso del liberalismo y, en consecuen-
cia, de las libertades que éste acarreaba. La primera de estas libertades
cuestionadas fue precisamente la libertad religiosa, que suponía la po-
sibilidad de tener creencias y prácticas distintas al catolicismo. Pero esa
libertad estaba inevitablemente ligada a otras, como la libertad de mi-
grar a estas tierras o la de comerciar con ellas y en ellas. Los problemas
y los retos para los nuevos países que se asumían católicos, se presen-
taron de manera casi inmediata y obligaron a replantear los términos de
la identidad católica nacional. Pero había otros elementos que empuja-
ban a un replanteamiento de esa identidad; uno de ellos era el republi-
canismo, que asentaba su poder en la noción de soberanía popular y
que por lo tanto obligaba a cambiar las formas de legitimidad del poder
político. Lo sagrado en general y la institución religiosa en particular
podían seguir siendo legitimadoras del poder público, pero los actores
eclesiásticos no podían ya, aunque lo pretendieran, ser la fuente prime-
ra de la autoridad política ni mucho menos dictar las directrices de la
política pública. El choque era inevitable e inminente.
De hecho, ya en la tradición regalista, acentuada por la dinastía bor-
bónica española, la Iglesia constituía o bien un brazo de la Corona o un
instrumento más de ella. El regalismo, establecido claramente desde Car-
los I y de manera contundente por Felipe II en el siglo XVI, habría de
perdurar y consolidarse a lo largo de la Colonia. Su instrumento prin-
cipal sería el Patronato Real, el cual habría de convertirse en una heren-
cia envenenada para las nuevas repúblicas independientes. El Patrona-
to, para decirlo brevemente, permitía a la Corona española controlar
todo el aparato eclesiástico católico en sus dominios. La Iglesia era
administrada en su totalidad por medio del Consejo de Indias y Roma
tenía muy poco que decir acerca de lo que sucedía con la Iglesia en
América. Por la misma razón, la Santa Sede quiso aprovechar el mo-
mento de la independencia de las nuevas repúblicas para recuperar su
autonomía, aunque pretendía que éstas le permitieran preservar sus
privilegios como institución religiosa monopólica y aliada del Estado.
Cuestión que resultaba imposible, tanto por el regalismo transformado
en “jurisdiccionalismo” de los nuevos funcionarios de los Estados na-
cionales, como de las contradicciones que surgían de pretender la per-
manencia de privilegios sin estar subordinada al poder político, o por
la dificultad de conciliar los nuevos principios filosóficos y políticos de
las nuevas repúblicas con el rechazo a la modernidad por parte de la
Iglesia. Ése es el dilema con el que se enfrentan los liberales mexica-
nos, después de varias décadas de esperanzas de conciliación frustra-
das, de muchos debates infructuosos y de desgastantes guerras fratri-
cidas. La República católica chocaba con el principio igualitario de la
República democrática. Ya Montesquieu había señalado que las repú-
blicas se fundan en el principio de la virtud y la pasión por la igualdad,
mientras que la monarquía se establece bajo el principio de la des-
igualdad y la pasión del honor.3 El ideal de los primeros constituyentes
mexicanos se acercaba en ese sentido más al de la monarquía que al de
la república, por lo menos en materia religiosa. El choque, producto de
esa contradicción, era inevitable. Las llamadas Leyes de Reforma cons-
tituirían un esfuerzo considerable para dejar atrás el orden colonial y
establecer las bases de un nuevo régimen basado en una concepción
moderna del mundo, en las libertades individuales, en el desarrollo eco-
nómico y en el progreso de la humanidad; en suma, para construir una
República laica.
Los textos que aquí se presentan constituyen reflexiones diversas
acerca de las Leyes de Reforma, de las circunstancias que les dieron ori-
gen y de su gestación. Pero sobre todo, de las consecuencias de éstas en
la construcción del México moderno y su impacto en otros países, como
Colombia o Francia.
Lo que sucedió en México en la segunda mitad de los años cincuen-
ta del siglo XIX forma parte de un proceso más amplio que no ha con-
cluido, en la medida en que la filosofía que le dio origen al Estado laico
continúa generando demandas igualitarias para sectores de la pobla-
ción no antes comprendidos por estas reivindicaciones, como las muje-
res o los homosexuales, y en temáticas completamente imprevisibles
hace dos siglos, pero que ahora son centrales para nuestras vidas, como
la clonación, la fertilización in vitro, la eutanasia, o el derecho de las mu-
jeres a decidir sobre lo que sucede en su propio cuerpo. Por ello este
libro es una reflexión histórica desde la perspectiva contemporánea,
siendo la construcción de la República y el Estado laico en México su
hilo conductor. No pretende ser una reflexión complaciente, sino un
análisis sobre los alcances de una revolución social que no ha dejado de
generar nuevos retos a las sociedades actuales.
Así por ejemplo, en su texto “La Reforma: ‘tiempo-eje’ de México”,
Enrique Krauze retoma la noción de Luis González y González para
definir la revolución política e intelectual que modificaría la matriz
teológico-política de México, pero que también generaría un proceso de
largo aliento, de “mímesis” mediante el cual el naciente Estado liberal
“fue adquiriendo desde un principio (desde 1860 por lo menos) los
rasgos de intolerancia que caracterizaron, en el gozne del siglo XIX, a la
Iglesia mexicana”. Desde su perspectiva, entonces, el legado de la Re-
forma se vuelve paradójico porque “vertió el viejo vino de la intoleran-
cia en el odre nuevo de la intolerancia estatal”. Krauze nos propone un
recorrido por la intolerancia, tanto religiosa como ideológica, para con-
cluir que si queremos abrir un nuevo ciclo al iniciado hace 150 años,
“hará falta una nueva Reforma que desate, acote, disuelva, libere, el or-
den establecido”.
En su contribución titulada “Algunas consideraciones sobre el libe-
ralismo mexicano de la primera mitad del siglo XIX”, Roberto Breña cues-
tiona varias verdades establecidas del periodo. Propone, por ejemplo,
que se debe tener cierta cautela en relación con las propuestas “sobre la
existencia de un republicanismo en América Latina durante la primera
mitad del siglo XIX, claramente diferenciado y ‘diferenciable’ del libera-
lismo”. En su opinión, muchos de los aportes del republicanismo du-
rante los procesos emancipadores hispanoamericanos se han sobredi-
mensionado. También adelanta la idea de que no todas las etapas de la
historia moderna de México deben ser estudiadas desde la óptica del
liberalismo, en particular la historia decimonónica, la cual, desde su
perspectiva “ha sido estudiada en buena medida bajo un prisma libe-
ral”. Finalmente, el autor propone algunos motivos para explicar lo que
llama “esta persistencia liberal”, a pesar de “las evidentes limitaciones
en aspectos fundamentales para el desarrollo de sociedades tan desigua-
les como las de Hispanoamérica”.
Brian Hamnet, por su parte, identifica el republicanismo, el consti-
tucionalismo y el federalismo como las tres líneas principales que carac-
terizaron la Reforma mexicana. Identifica dos corrientes reformistas en
el México de la primera mitad del siglo XIX, que se remontaban a sendas
raíces; la tradición de Vicente Guerrero, que vino de la insurgencia, y la
tradición de Valentín Gómez Farías, que vino de las cortes gaditanas y
de la Ilustración. La primera se ancla en rebeliones populares en el
campo. La segunda venía de una experiencia urbana, incluso capitalina,
y representaba el constitucionalismo de los letrados. Para este autor, “la
fuerza política de Juárez resultó del hecho [de] que él, más que nadie
en el movimiento liberal, pertenecía a las dos tradiciones”. Hamnet re-
salta también —y esto es de suma importancia— la aparición de un
liberalismo popular, así como la complejidad y las repercusiones del
proceso de desamortización tanto de las tierras y propiedades eclesiales
como de los terrenos baldíos. Finalmente el autor muestra que la tra-
dición liberal-constitucionalista habría de confluir en una oposición a
Díaz, que tomó el nombre de Juárez como distintivo, alrededor de dos
causas fundamentalmente liberales: el antireeleccionismo y la defensa
de la autonomía municipal.
Francisco Morales, en su texto sobre la Iglesia católica y las Leyes
de Reforma, sostiene que mientras que el grupo liberal hizo un consi-
derable esfuerzo para definir la identidad del Estado como laico, “la Igle-
sia católica mexicana llegó a la segunda mitad del siglo XIX sin encontrar
una doctrina teológica que le diera identidad en el mundo seculariza-
do”. El autor señala que su respuesta ante esa situación de precariedad
“fue el resaltar la autoridad papal a niveles hasta entonces no conoci-
dos”, mediante la doctrina de la “sociedad perfecta” alrededor del pri-
mado de jurisdicción del papa. A pesar de lo anterior, el autor señala
algunos casos aislados de eclesiásticos que mostraron una apertura al
liberalismo, línea de pensamiento “que desafortunadamente no tuvo
continuadores en los años restantes del siglo XIX”.
En su contribución sobre liberalismo y religión, Rubén Ruiz se pre-
gunta si son conceptos contrapuestos, para luego presentar el desarro-
llo de una política eclesiástica como uno de los principales distintivos
del liberalismo mexicano. El autor muestra que éste no llegaba a cues-
tionar la existencia de una divinidad ni la pertenencia del sentimiento
religioso, pero sí concebía una nueva relación entre el ser humano y la
divinidad, la destrucción de privilegios e inmunidades, así como el des-
conocimiento de una naturaleza especial a los agentes religiosos. El
autor muestra también que el proyecto liberal buscaba un mayor invo-
lucramiento de éstos en la sociedad, ligado a la idea de un retorno a un
pasado ejemplar, en el que los asuntos eclesiásticos se separaban de los
del poder público y lo religioso dejaba de ser “un monopolio de los
ministros de lo sagrado”.
Jean-Pierre Bastian contribuye con una reflexión acerca de los rit-
mos de secularización y modernidad religiosa en el México del siglo XIX.
Señala que el concepto se refiere por un lado a la noción clave de dife-
renciación social, pero recuerda que también nos remite al proceso de
diferenciación interna de lo religioso, “caracterizado por la pluraliza-
ción de los actores religiosos y por la privatización de las creencias que
se vuelven una opción individual”. El autor realiza entonces un recorri-
do por los diversos “umbrales de secularización”,4 para concluir que,
hacia fines del siglo XIX el catolicismo reencontraría su lugar central en
el imaginario nacional, con la consagración de México a la Virgen de
Guadalupe, mientras que “el liberalismo resbalaba hacia un anticlerica-
lismo… que lo cortaba aún más de su cultura religiosa nacional”. Para
Bastian la secularización era más legal que real lo que enmarcaba el al-
cance societal de las Leyes de Reforma, por lo que se perfilaría un um-
bral de secularización mucho más radical.
La contribución de Patricia Galeana insiste en un aspecto poco es-
tudiado hasta ahora de nuestra historia: el impacto de la Reforma libe-
ral en la vida de las mujeres, cuestión que ella define como trascenden-
tal. Las razones expuestas son varias: la posibilidad para la mujer, luego
del triunfo de la Reforma, de tener acceso a una educación laica, el es-
tablecimiento del matrimonio como contrato civil y la supresión de las
corporaciones religiosas, con la recuperación de sus dotes y el haber-
se liberado de una forma de vida que les había sido impuesta. Galeana
menciona igualmente otros pasos importantes que los liberales dieron
en defensa de los derechos de la mujer, en particular la institución del
depósito, reconociendo sin embargo las limitaciones de la legislación
liberal. La autora hace un repaso del impacto de la educación laica en
las mujeres, lo que permitió a fines del siglo XIX que las mujeres fueran
entrando “a cuentagotas” a la Universidad. Finalmente, Galeana señala
la relevancia de la ley de libertad de cultos, como “una verdadera revo-
lución cultural que también tuvo un impacto en la vida de las mujeres”.
José David Cortés Guerrero lleva a cabo un análisis comparativo
acerca de las mutuas influencias entre las reformas liberales de México
y Colombia a mediados del siglo XIX, entendiendo el espíritu de una
época “en la cual el naciente Estado debía definir las relaciones con
otros actores sociales”. El autor identifica medidas específicas puestas
en práctica por un país y luego llevadas a cabo en el otro, como las leyes
de nacionalización, desamortización y la supresión de las comunidades
de regulares que los colombianos emularían de México, o las relativas a
la libertad religiosa, en lo que los liberales mexicanos vieron en Colom-
bia un ejemplo a seguir. Finalmente, Cortés Guerrero recuerda que fue
el Congreso de los Estados Unidos de Colombia el que le asignó a Be-
nito Juárez “el calificativo con el que será conocido en la posteridad, el
de Benemérito de las Américas”.
Jean Baubérot, con su texto: “Representación e influencia de la lai-
cidad mexicana sobre la laicidad francesa”, realiza un ejercicio pareci-
do, basado en la noción de “transferencias culturales”. El autor revisa
varios relatos de viajeros, la identificación general con el ideal liberal, a
mismo tiempo que se dividen en cuanto a la aprobación de la Interven-
ción francesa en México y se identifican con una visión que ve a Francia
“como la nación portadora por excelencia de valores universales”. Bau-
bérot señala cómo las Leyes de Reforma, que en un principio pasaron
inadvertidas para Francia, constituyeron sin embargo en los años sub-
secuentes un modelo ideal de laicidad que habrían de adoptar en buena
medida en la legislación de 1905. México, según algunos autores de la
época, habría logrado el ideal de Cavour: “una Iglesia libre en un Estado
libre”. Aristide Briand, redactor del informe que culminaría con la se-
paración en Francia, se refirió a México como el país que posee la legis-
lación más completa y armónica que nunca antes se haya puesto en
vigor hasta nuestros días”. Finalmente, Baubérot lamenta que en las ce-
lebraciones centenarias de la separación francesa se haya ignorado el
antecedente mexicano y se haya regresado a una visión “en la que Fran-
cia no tiene nada que recibir, pues ella ya lo ha inventado todo”. El autor
espera que México, por el contrario, le ayude a comprender que ella
por sí sola no podría ser universal y que más bien podría ayudarla “a
vencer sus miedos y abrirse más al mundo”.
Riccardo Cannelli, por su parte, realiza una contribución importan-
te a la historia del liberalismo en México, mediante un análisis de la vi-
sión que se tuvo desde el Vaticano, basado en sus archivos secretos. El
autor explica cómo la atención de la curia romana sobre México va au-
mentando como parte de una estrategia de acercamiento entre las Igle-
sias latinoamericanas y la sede apostólica, en un proceso de romaniza-
ción de las mismas. En su texto, después de hacer un recorrido por el
siglo XIX, Cannelli demuestra por un lado las presiones desde el Vatica-
no para establecer una nunciatura en México y por eliminar las Leyes
de Reforma, y por el otro la habilidad política extrema del dictador
Porfirio Díaz, quien a pesar de todo nunca cedió a las mismas ni permi-
tió los cambios sustanciales que el Vaticano demandaba: “Hay que decir
que la Santa Sede no consiguió sus objetivos diplomáticos. Una estra-
tegia de veinte años acababa sin resultados”, aunque el autor también
señala que “el movimiento católico en los años veinte demostraría una
inesperada energía en su oposición al nuevo orden revolucionario” y
que esto se debió, al menos en parte, “al fortalecimiento acontecido a la
sombra de la ambigua e insoportable tolerancia de Porfirio Díaz”.
Carlos Martínez Assad hace una revisión de los aportes internacio-
nales al laicismo y al anticlericalismo mexicanos. El autor inicia su re-
paso en la Revolución francesa, para luego mostrar el encuentro de ésta
con el clericalismo, que igualmente coinciden en México en los años de
Juárez. Martínez Assad hace un análisis del concepto de revolución,
para conectarlo, desde una perspectiva gramsciana, con el radicalismo
jacobino y el proceso de secularización o laicización de las instituciones
políticas mexicanas. Finalmente, el autor señala que “en el contexto
actual de México no está de más recordar nuestra historia, sobre todo
porque los costos fueron elevados”. Asimismo que Juárez demostró que
si bien la religiosidad era componente de los valores de los mexicanos
“también era saludable la administración laica despojada de la influen-
cia de la Iglesia católica”, y ahora se podría añadir “y de otras Iglesias”.
En mi texto “Actualidad de las Leyes de Reforma; viejos problemas
y nuevos retos para el Estado mexicano” intento hacer una revisión de
las Leyes de Reforma a partir de nuestra actualidad. Muestro que los
liberales tenían no sólo propuestas legislativas para reformar ciertas
áreas económicas o políticas, sino todo un programa de transformación
del país. Señalo también ciertas coincidencias respecto al momento de
hoy, en cuanto a la necesidad de reformas profundas para transformar
nuevamente al país. Me pregunto si requerimos otra Guerra de Reforma,
aunque sea más en términos simbólicos que militares y si podemos por
vez primera arreglar nuestras diferencias y construir un camino común
a partir del interés público. Hablo de la reconfesionalización del espacio
público, de nuestra idea de laicidad y de la guerra de símbolos para re-
ferirme a lo que sería nuestro país sin las Leyes de Reforma. Abogo fi-
nalmente por recuperar la autonomía del Estado y afirmo que la Guerra
de Reforma no ha terminado, aunque ahora se manifiesta en la lucha
por los símbolos, los espacios y las leyes de la nación.
Todas estas reflexiones tuvieron lugar, inicialmente, en un coloquio
internacional titulado “Las Leyes de Reforma y el Estado laico en Méxi-
co; importancia histórica y validez contemporánea”. El coloquio, lleva-
do a cabo en las instalaciones de El Colegio de México en octubre de
2009, se debió a la iniciativa y al decidido apoyo tanto del rector de la
Universidad Nacional Autónoma de México, José Narro Robles, como
del presidente de El Colegio de México, Javier Garciadiego. Les agra-
dezco a ambos su compromiso y respaldo institucional, los cuales hicie-
ron posible también este libro.
Muchas otras personas e instituciones contribuyeron a su feliz tér-
mino, como el abogado general de la UNAM, Luis Raúl González Pérez, y
el secretario general de El Colegio de México, Manuel Ordorica. A ellos
les agradezco, así como a los muchos trabajadores administrativos que
hicieron posible su realización. De la misma manera, estoy en deuda
con mis colegas, quienes no sólo viajaron desde lugares cercanos o le-
janos para participar en estos debates, sino que entregaron sus textos de
manera cumplida y oportuna. Les doy las gracias por haber esperado
pacientemente a que este coordinador concluyera el inevitable e indis-
pensable trabajo de edición que una obra de esta ambición requiere.
También a mis asistentes, María Fernanda Apipilhuasco y María de la
Luz Maldonado, por haberme ayudado en los trabajos de edición de esta
obra. Si algún mérito tiene ésta se debe sin duda al concurso de tantas
voluntades, comprometidas no sólo con su trabajo académico o admi-
nistrativo, sino con un mundo de mayor justicia y libertades.
ROBERTO J. BLANCARTE
El Colegio de México
1 Me refiero aquí en primer lugar a la obra seminal de Maurice Halbwachs, Les ca-
dres sociaux de la mémoire, PUF, París [1927], 1952.
2 Reconozco aquí una vez más mi deuda con el maestro Émile Poulat y su amplia
obra. Para conocerla someramente, revísese mi prólogo a la edición en español de su
libro Nuestra laicidad pública, Fondo de Cultura Económica, México, 2012.
3 Montesquieu, Del espíritu de las leyes. Estudio preliminar de Daniel Moreno, Po-
rrúa (Sepan Cuantos, 191), México [1748], 1971, pp. 15-22.
4 Obviamente, Bastian está retomando aquí el esquema de Jean Baubérot sobre los
“umbrales de laicidad”, que este último ha expuesto en varias de sus obras.