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El problema de fondo del crecimiento de los evangélicos es que sus representantes en los gobiernos y parlamentos abogan por suprimir el Estado laico
Brasil ha sido y aún sigue siendo el país con mayor número de católicos del mundo. ¿Hasta cuándo? Según los expertos en sociología religiosa, antes de 10 años la mayoría religiosa del país será evangélica. Es un hecho que preocupa y merece un análisis tanto del punto de vista de la fe como de la política.
Quizá por ello se multiplican cada año los estudios, las publicaciones, los debates sobre las consecuencias no solo religiosas sino políticas que significa ese avance de los evangélicos. Uno de los últimos análisis aún en fase de estudio, adelantado por Ruth de Aquino, es el del director de cine Alberto Renault, quien prepara una serie titulada Evangélicos. Es una experiencia de campo, con entrevistas a familias de evangélicos en los varios estados del país, respaldada por el antropólogo Juliano Spyer presenciando diversos momentos importantes de sus vidas como bodas, bautizos, cumpleaños o entierros. Se trata de un estudio sobre el evangelismo desde un punto de vista humanista.
El problema en Brasil del crecimiento de los evangélicos en detrimento de los católicos no es solo religioso sino social, aunque acaben infiltrándose fuertes dosis de política a la hora de disputarse, derechas e izquierdas, los votos de esos más de 30 millones de personas.
Los nuevos estudios intentan analizar desde un punto de vista cercano a los evangélicos las diferencias de tipo de relación personal de las familias con los sacerdotes católicos, sus iglesias y con los pastores evangélicos y sus templos. En cuanto a estos últimos, se destacan diferencias fundamentales que atañen a las clases más bajas de la sociedad. Las iglesias católicas son majestuosas, ricas en objetos sagrados y liturgias complicadas para los menos favorecidos culturalmente. En esos templos y catedrales los más pobres se sienten con un cierto desasosiego, como si hubiesen sido invitados a un banquete de una familia rica.
La diferencia con los templos evangélicos es total. Si se exceptúan algunos monumentales en las grandes ciudades con capacidad hasta para 3.000 personas, el 99% del resto de los evangélicos son lo más parecido a la casa de una familia humilde: puede ser un garaje, un simple salón con sillas de plástico, un viejo almacén de cemento. En ellos los pobres se sienten más a gusto.
¿Y los pastores? Otro abismo entre católicos y evangélicos. Para llegar al sacerdocio en la Iglesia católica se necesitan unos 14 años de estudios. Muchos de ellos han frecuentado varias universidades. Para ser pastor evangélico basta saber leer y escribir y algún curso sobre temas bíblicos, pero conocen mejor el lenguaje de los pobres. Con una diferencia crucial: los católicos están obligados al celibato, lo que les impide no solo formar una familia sino entender a fondo los problemas y dramas de las mismas y menos de las más pobres. Y quizá se deba a ello la lacra vergonzosa del abuso de menores en colegios y seminarios.
La diáspora de los católicos hacia los evangélicos lo habían entendido los creadores de la Teología de la Liberación con fuertes acentos sociales y diálogo con las clases proletarias y su apostolado en los suburbios pobres de las grandes ciudades. Curiosamente, el declive, por condenación de la Iglesia oficial de Roma, de la llamada también teología de los pobres coincidió aquí en Brasil con el bajón del número de los católicos que se reduce cada vez más a las clases medias.
Puede parecer una paradoja, pero muchas de las características que poseían las vitales comunidades de base de la Teología de la Liberación entre los más pobres es lo que hoy enriquece a muchas iglesias evangélicas, como el sentirse una familia, donde se escuchan sus pequeños o grandes dramas, porque además los pastores evangélicos también tienen familia.
¿Y el problema de los pastores millonarios, dueños de cadenas de radio y televisión en connubio con la política? Es otro tema espinoso porque se pasa de los temas humano-religiosos a los de la política, sea local que nacional. Basta ver los esfuerzos que el católico Lula está haciendo para conseguir los millones de votos de los evangélicos concediendo a sus pastores desagravios fiscales y económicos, que acaban siendo un privilegio para dichas iglesias que son fundamentalmente conservadoras y con miedo de las nuevas políticas de género, centradas como están muchas veces en su propio subsistencia. No es posible olvidar que la gran mayoría de los 30 millones de evangélicos, el 90%, pertenece a las clases más pobres y menos alfabetizadas de la población.
Un problema que concierne a las diferencias entre católicos y evangélicos es que, de estos últimos, sus pastores pueden actuar en política. No acaso en el actual Parlamento una de las facciones más fuertes y que influyen en la creación de las leyes es la llamada “bancada de la Biblia”, formada por pastores evangélicos que se codean con la de la Bala, formada por militares y policías. Al revés, la Iglesia católica nunca ha permitido la participación directa del clero en la política activa. Una paradoja si se piensa que, justo el Vaticano, ha tenido siempre un influjo muy fuerte en los gobiernos del mundo, generalmente más cercano a los regímenes dictatoriales que a los democráticos. Basta recordar la ayuda abierta de los papas a la dictadura franquista a la que cargó de privilegios, empezando por el poder salir en las procesiones religiosas al generalísimo Franco bajo palio, algo que siempre se hizo con la Eucaristía.
El problema de fondo del crecimiento de los evangélicos es que sus representantes en los gobiernos y parlamentos abogan por un Estado teocrático y no laico como lo es el actual, por lo que forcejean, como hizo el ultra Bolsonaro, por un cambio de la Constitución para convertirla en confesional.
Si Lula triunfa en su tercer Gobierno tendrá que tomar muy en serio la metamorfosis que en Brasil se está realizando en el complejo mundo de la fe. No le va a bastar colmar de privilegios a los pastores de dichas iglesias, sino abordar, sin cálculos electorales, el peligro más eminente de que el país más católico del mundo, que siempre convivió con un régimen laico, pueda acabar cooptado por el lado más peligroso: el de poder convertirse en una teocracia más de las que ya asolan al mundo.