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Pedir peras al olmo

Mientras no vivamos en un Estado realmente laico será un imperativo seguir demandándolo

Tengo en casa, como cualquier filólogo que se precie, un ejemplar de un libro maravilloso e imprescindible que recoge todo el bagaje de la historia del refranero español. Es el Refranero General Ideológico Español, de Luis Martínez Kléiser. Casi mil páginas, que son el fruto de un largo e intenso trabajo de investigación y de catalogación del refranero español, nos abren la puerta a conocer en profundidad los miles de sentencias y refranes, en todas sus variantes, que enriquecen, con la densidad de la sabiduría popular, nuestro idioma.

Los refranes, las locuciones y las citas populares han sido a lo largo de la historia el sustituto de la cultura y el conocimiento en esas capas de la población relegadas, hasta mediados del siglo XX, al analfabetismo y a la imposibilidad de acceder a la formación académica. Han cumplido, por tanto, una misión excepcional y, además, han sido también un instrumento de sarcasmo, de sátira y de burla, cuando la crítica al poder y al orden establecido era, y lo ha sido casi siempre, una quimera; de lo cual no andamos tan lejos si nos fijamos, por poner sólo un ejemplo muy reciente, en la Ley Mordaza que pende, por obra y gracia de los del PP, sobre nuestras maltrechas cabezas.

Una de esas sentencias populares, que es una preciosa y archiconocida metáfora que aparece en El Quijote (Cap.22 de la primera parte, en un párrafo al respecto de Ginés de Pasamonte), “pedir peras al olmo”, alude a la imposibilidad de obtener respuesta cuando se requiere de alguien o de algo carente de ella. Ejemplos de ello hay a raudales. No es infrecuente que se esperen respuestas coherentes de fuentes que llevan a bien la incoherencia. Forma parte, como diría Clarín, de la prosa de la vida cotidiana.

El pasado martes 16 de mayo, en su comparecencia en la Comisión de Educación en la que se debate sobre el Pacto Social y Político por la Educación, el presidente de Europa Laica, Francisco Delgado, reclamó la eliminación de la asignatura de Religión en la escuela y en el currículo educativo. En su opinión, y en la opinión de muchos, esa materia es un “mal endémico” en la enseñanza española.

De otro lado, Izquierda Unida registró en esa misma semana, en el marco del Grupo Parlamentario Confederal de Unidos Podemos, una proposición no de ley en la que, además de a otras cosas, insta al Gobierno del PP a que garantice el imprescindible carácter laico que debe revestir la Escuela como institución pública, dejando la Religión confesional fuera del sistema educativo oficial, es decir, del currículo y del ámbito escolar”. En este contexto, y para ello, IU propone la derogación del Concordato y los posteriores acuerdos con el Vaticano, así también como la derogación de los acuerdos suscritos con otras confesiones religiosas, en tanto son invocados como base legal para mantener privilegios y una inadmisible injerencia privada en el sistema educativo…”.

Tanto Europa Laica como IU y Podemos hacen lo que realmente tienen que hacer. Exigen democracia. Exigen laicidad. Exigen y plantean en el Parlamento español el debate sobre uno de los grandes males endémicos de España, la injerencia intensa de la religión en la enseñanza y en los asuntos de Estado. Lo tienen que pedir. Y lo piden. Muy difícilmente se es progresista si se acepta la injerencia de los idearios totalitarios en la vida pública de los ciudadanos; y los idearios de las religiones son los más totalitarios de todos. Pero piden peras al olmo. Pedir laicidad a un gobierno de la cateta y absurda derecha actual española es como pedir a un pirómano que se dedique a cultivar bosques.

Si ya es difícil y hasta la fecha de hoy ha sido imposible implantar la laicidad en este país, gobierne quien gobierne, estando en el Gobierno el Partido Popular el asunto se convierte en una utopía y en un muro infranqueable. Bien por Europa Laica, bien por IU y bien por Podemos por poner sobre la mesa un asunto de tanta importancia para este país: la laicidad del Estado es la garantía principal de toda democracia. Y mientras no vivamos en un Estado realmente laico será un imperativo seguir demandándolo. Porque la creencia es, en esencia, no sólo el polo opuesto del pensamiento racional, sino también un freno implacable de la libertad, de los Derechos Humanos y del progreso.

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