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«No olvides rezar a Alá para que destruya América»

Guantánamo encerró a inocentes, pero también a yihadistas confesos y miembros de Al Qaeda, con testimonios recogidos en las fichas de algunos de los reclusos más peligrosos, según los documentos filtrados a EL PAÍS por Wikileaks. Las autoridades atribuyeron un perfil de riesgo "alto" a 317 de los casi 800 presos del penal. La mayoría de ellos viajaron a Afganistán para recibir entrenamiento paramilitar. Ahora el 60% están de vuelta en sus países o en otros lugares de acogida

Junto a menores, ancianos, enfermos mentales y perfectos inocentes, Guantánamo encerró a yihadistas confesos, miembros de Al Qaeda y a una docena de los cerebros del 11-S. Hombres como el marroquí Ibrahim bin Shakra, convencido de tener su lugar en el cielo por haber matado a no creyentes, según decía a los guardias. O el saudí Maad al Qahtani, que viajó a las montañas afganas de Tora Bora porque así se lo pidió Osama bin Laden, al que llamaba "mi príncipe".

Son testimonios recogidos en las fichas de algunos de los reclusos más peligrosos, según la información a la que ha tenido acceso EL PAÍS a través de Wikileaks. Las autoridades atribuyeron un perfil de riesgo "alto" a 317 de los casi 800 presos del penal. Casi todos viajaron a Afganistán para recibir entrenamiento paramilitar. La mayoría luchó del lado de los talibanes en lo que consideraban una guerra santa. Muchos, además, estaban dispuestos a convertirse en mártires.

El 60% de ellos están hoy de vuelta en sus países o en otros lugares de acogida. Los 134 restantes siguen en el presidio que abrió el presidente George W. Bush hace casi una década.

Resulta prácticamente imposible saber con seguridad cuántos auténticos yihadistas pasaron por Guantánamo. Porque han quedado demostradas las torturas, delaciones forzadas y criterios arbitrarios que usó Estados Unidos para clasificar a cada recluso por su peligrosidad. Atendiendo a sus propias estimaciones, el Departamento de Defensa solo consideraba una amenaza "probable" al 42% de los presos.

Los 300 top de la base militar en la isla de Cuba reciben diversas acusaciones que en los papeles del Pentágono se resumen en solo una: constituir una amenaza para los intereses de EE UU y sus aliados. En este cajón caben los guardaespaldas de Bin Laden -pertenecientes al grupo denominado dirty thirty (los 30 sucios)o el saudí que entregó un millón de dólares al líder de Al Qaeda para apoyar la causa islamista.

Sorprenden algunas conclusiones a las que llegan los militares estadounidenses. Por ejemplo, atribuyen un alto riesgo a un afgano cuya hermana está casada con el comandante supremo de los talibanes, el mulá Omar, pese a que en su ficha se reconoce que ni es un líder talibán, ni pertenece a Al Qaeda ni tiene un mínimo valor para los servicios de inteligencia.

EE UU aplicó raseros muy distintos en los criterios para capturar a "combatientes enemigos". Porque menos del 20% de los afganos y paquistaníes encerrados eran de alto riesgo, mientras que este porcentaje oscilaba entre el 65% y el 80% en el caso de yemeníes, sirios y procedentes del norte de África. Especialmente flagrante fue la selección de chinos: solo uno de los 22 reclusos tenía asociado el riesgo más elevado. En el extremo contrario estaban los británicos y los franceses. Todos, menos un francés, constaban como muy peligrosos.

A la hora de explicar las motivaciones que les llevaron a la guerra santa, muchos reclusos echan mano de la persecución contra los musulmanes en la guerra de Chechenia o de Bosnia. Un saudí cuenta que se comprometió con la causa tras ver un vídeo que mostraba las tropelías que los rusos cometieron en la república caucásica. Pero la religión no es el único motor de los crímenes cometidos por los habitantes de Guantánamo. Muchos tuvieron vínculos con el tráfico de drogas o fueron ellos mismos toxicómanos. El tunecino Hasham bin Ali bin Amor, por ejemplo, entró en la yihad para salir de las drogas "y encontrar el camino correcto hacia Alá", según su ficha.

En contadas ocasiones los mandos militares se atreven a hacer una descripción psicológica del prisionero. "Es básicamente un funcionario corrupto que serviría a quien estuviera en el poder, sin prestar atención a su ideología política", dice el documento de Nazibulá Darwaish, un afgano que trabajó bajo la Administración de los talibanes con el presidente Hamid Karzai y que, pese a pertenecer al grupo terrorista Hebzi-i-Islami, recibió a las tropas estadounidenses cuando se hicieron con el país "con los brazos abiertos". También está el responsable durante la época talibán de seguridad de la localidad de Shebergan, al que se acusa de haber asesinado a cientos de civiles inocentes, y del que incluso el mulá Omar dijo que sus prácticas eran demasiado extremas. El Pentágono atribuye a este recluso un riesgo medio.

Los papeles de Guantánamo ofrecen también algunos retazos sobre la visión del mundo de los yihadistas. Mencionan una nota colgada en una mezquita afgana en la que se explica a los habitantes del pueblo cómo empezó la guerra contra el terrorismo. El documento culpaba del conflicto al presidente de EE UU por no haber resuelto pacíficamente "el asunto Osama bin Laden", decía que los talibanes propusieron a Washington pedir al líder de Al Qaeda que abandonara el país por su cuenta, pero que EE UU rechazó esta propuesta. Y que a pesar de todos los esfuerzos del Gobierno talibán, Bush atacó a Afganistán, el único sistema puramente islámico del mundo.

Al leer las fichas de los detenidos llaman la atención los constantes viajes por las áreas de influencia del mundo musulmán que realizaron casi todos aquellos que después pasarían por el penal. Abundan los relatos de hombres que cruzan la frontera de Pakistán a Afganistán a pie. Y se mencionan las características en común que guardan muchos yihadistas: el reloj Casio que Al Qaeda entrega a sus miembros para explotar bombas a distancia; los 10.000 dólares que la red islamista da a sus miembros para financiar sus actividades o las casas de huéspedes en distintas ciudades afganas donde se encontraban los futuros yihadistas antes de internarse en los campos de entrenamiento.

"No olvides rezar a Dios para destruir América", escribió en una carta a su familia el kuwaití Nasser Najiri Amtiri. Él paso cuatro años en la prisión militar. La media de estancia entre el grupo de alto riesgo sube hasta los 6,3 años. Un centenar de los 317 siguen hoy encerrados en Guantánamo después de haber pasado allí nueve años. De los que han salido del penal, uno de cada cinco ha sido repatriado a un país que no era el suyo.

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