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No existe un Dios que exista

Sobre las respuestas racionales acerca del mal o la creación

Benedicto XVI saluda a Stephen Hawking en 2008, en el Vaticano. archivoMediante una de las afirmaciones más desgarradoras de toda la historia, decía Dostoyevski que la muerte de un niño desafía frontalmente la existencia de Dios (demos provisionalmente por respetable el sentimiento del escritor ruso, después de que hubiera muerto su hijo Alexei). ¿Qué pensar, entonces, acerca de que 475 niños de 2 a 12 años fueran víctimas de abusos sexuales por parte de sacerdotes católicos belgas entre los años sesenta y ochenta del siglo pasado? ¿Y si además trece de esas víctimas terminaron suicidándose?

El informe belga sobre paidofilia llega poco después del irlandés, y se suma al australiano, al canadiense o al estadounidense, difundidos años atrás, y es probable que con el tiempo se desarrollen también investigaciones oficiales en Polonia o en Alemania.

Desde la perspectiva de Dostoyevski, cabría preguntar cómo tal volumen de mal puede ser compatible con la creencia en un Dios bueno. ¿Cómo es posible que un rayo divino no fundiese al abusador, una persona consagrada, entregada a lo sagrado, antes de depredar sobre un niño de 2 años? De acuerdo: no metamos directamente a Dios en danza. Entonces, ¿cómo es posible que un enviado suyo, un ángel de Dios, cuya función desde los tiempos bíblicos es contar, pesar y medir las acciones de los hombres, no detuvo la atrocidad? Vale de nuevo: no acudamos a la deidad y a sus auxiliares, pero sí a la forma visible en la que subsiste: ¿cómo los obispos católicos, sucesores de los apóstoles, no intervinieron radicalmente para evitar que durante ¡30 años! -70 en Irlanda, 50 en EE UU…- la pederastia se extendiese en sus diócesis? ¿Cómo pudo Marcial Maciel llegar a ser calificado de conductor de la juventud por Juan Pablo II? Normalmente hemos analizado el problema a través de estas últimas preguntas, y el propio Papa Benedicto XVI ha dado indicios suficientes de que el desastre es achacable a la propia Iglesia («una preocupación fuera de lugar por el buen nombre de la Iglesia y por evitar escándalos», señaló el Pontífice en su carta a los irlandeses).

Sin embargo, el informe belga, tan inmediato al irlandés, podría traer efectos demoledores. No hablamos de oleadas de apostasía, pero sí de desafección, de alejamiento, de extrañamiento en creyentes más o menos decididos con respecto a los postulados de la fe.

Voltaire decía que la teodicea, la explicación racional de la existencia de Dios, había muerto a continuación del terremoto de Lisboa, y Adorno, judeo-alemán, sentenciaba algo semejante después de Auschwitz. ¿Queda un resto de teodicea que acompañe al católico después de que los escándalos de la pederastia hayan marcado la Iglesia contemporánea?

Hay una doctrina desarrollada: la del Dios cosufriente -el Dios crucificado-, pero de origen luterano y receptora de las pegas católicas por insinuar un conflicto en el seno de la Trinidad: Dios Padre envía a Dios Hijo a la cruz. Una de las últimas palabras doctrinales al respecto fue la de Juan Pablo II: el problema del mal no se esclarece mediante elucubración teológica, sino venciendo al mal, creyendo en la resurrección y etcétera.

La rendición de la teodicea es evidente, y desconocemos sus consecuencias venideras. Tampoco se ve teodicea posible cuando un astrofísico -como acaba de suceder con Stephen Hawking- reafirma que Dios no es el creador del Universo gracias a que una fluctuación gravitacional cuántica produjo que la nada nadeara, es decir, que surgiera el Cosmos. Si esto no es metafísica, que venga Dios y lo vea. No es el caso de Hawking, pero de la física cuántica se ha llegado a extraer recientemente hasta una «conciencia cuántica», o extraño y confuso encuentro de la conciencia humana con el «enigma cuántico». ¿No es esto seudorreligión? Es más, se publican libros de autoayuda basados en ello.

¿Acaso no hay respuesta racional ante ello? ¿Han desaparecido la teología y la teodicea? El teólogo luterano Dietrich Bonhoeffer se amparaba en la subjetividad de un Dios «personal» y afirmaba: «No existe un Dios que exista», pero las paradojas poco solucionan.

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