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NAVIDAD: Más allá del costumbrismo, por Juan José Tamayo

La Navidad cristiana comenzó a celebrarse a principios del siglo IV como cristianización de la fiesta pagana del natalicio del Sol, a la que terminó por suplantar hasta imponerse en toda la cristiandad. Hoy es la fiesta más celebrada en el mundo occidental. Para justificar la celebración del nacimiento de Jesús el 25 de diciembre se recurrió a textos de la Biblia que presentaban a Cristo como ‘sol de justicia’, ‘luz del mundo,’ astro que nace de lo alto’ (Cf. Floristán, Las navidades. Símbolos y tradiciones, Madrid, 2001). El buddismo Theravada celebra también con gran solemnidad el nacimiento, ‘el despertar’ y la muerte del Buda en una sola fiesta, que coincide con la luna llena del mes de Vaisaka (finales de mayo o principios de junio) y es la mayor del año. Similar solemnidad tiene entre los hinduistas la fiesta del nacimiento de Krishna y de Rama.

El proceso de secularización ha vaciado la Navidad cristiana de su sentido religioso y le ha dado un tono comercial y vacacional. Lo que queda todavía de la dimensión religiosa son los aspectos más folclóricos -algunos, asentados en una mentalidad mítica- y costumbrista, que están muy arraigados en el imaginario colectivo y son parte de las tradiciones populares: el belén, el árbol de navidad, los regalos, los villancicos, etcétera. Son fiestas plenamente integradas en el consumo e incluso legitimadoras del mismo. Ofrecen una imagen idílica de la sociedad, de la familia y de las relaciones humanas, que encubre los conflictos de fondo y las causas que los provocan.

Algunas personas que siguen celebrando la Navidad cristianamente tienden a orientar el sentido religioso a través de prácticas caritativas para con las personas menesterosas, unas veces desde una auténtica sensibildad solidaria, otras para tranquilizar la conciencia, pero, frecuentemente, con una actitud asistencial que no va a la raíz de los problemas ni contribuye al cambio de las estructuras que generan las situaciones de indigencia que se quieren remediar.

No pocos de los motivos de la Navidad proceden de los evangelios apócrifos y de los relatos de la infancia de Jesús, recogidos en los evangelios de Mateo y Lucas, que no son narraciones históricas propiamente dichas, si bien ofrecen algunos datos fiables.

Tres son, a mi juicio, los aspectos de la Navidad a acentuar en la perspectiva de un cristianismo crítico y liberador, más allá de su vertiente costumbrista y asistencial: la humanidad e historicidad de Dios en la persona de Jesús de Nazaret, la ubicación de éste en el mundo de la marginación y el despliegue de la fantasía. Veámoslo brevemente.

El Dios cristiano no se sitúa en una trascendencia intemporal y nebulosa, sino que se hace presente en la trama terrena; más aún, se torna histórico, se humaniza. No es, por tanto, como los dioses del olimpo, que parecen despreocuparse de los asuntos humanos, o como el Dios del deísmo, que, tras ejercer su función de Creador, se muestra ajeno a la marcha de la historia. Me atrevería a definirle, con el teólogo holandés E. Schillebeeckx, como ‘Dios humanísimo’. Su principal atributo es la compasión, no la omnipotencia; su sentimiento más profundo consiste en tener entrañas de misericordia, no en mostrarse impasible. La historia es el lugar de su actuación liberadora y la cátedra desde donde se revela.

La encarnación de Dios no se produce en un concepto abstracto de historia y de humanidad, sino en el mundo de la pobreza, en una persona que se encuentra en los márgenes de la sociedad. Jesús de Nazaret no posee sangre real, ni tiene madera de héroe, ni pertenece al mundo sacerdotal. Es, como afirma J. P. Meier, ‘un judío marginal’. Así nació, como tal vivió y, por mor de su solidaridad con las personas y los colectivos marginados y sus permanentes enfrentamientos con el poder, fue ejecutado. La conclusión no puede ser más nítida: la marginación y la exclusión constituyen el lugar social del cristianismo, pero no para legitimarlas cual si fueran voluntad de Dios, sino para luchar contra ellas. La celebración del nacimiento de Jesús es, por tanto, la ‘memoria subversiva’ de las víctimas y de los perdedores de la historia, más que la conmemoración de los éxitos de un megaestrella o de las conquistas de un triunfador.

En la Navidad hay también un despliegue de la fantasía y del sentido lúdico-festivo, que constituye el mejor contrapunto al cristianismo de Viernes Santo y al sentimiento trágico de la vida.

Son tres mensajes esperanzadores para una sociedad culturalmente secularizada, éticamente insolidaria y con preocupantes síntomas de cansancio.

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