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Benjamin Netanyahu. (Imagen de archivo)

Las nuevas cruzadas político-religiosas. Del Éxodo al Apocalipsis · por Roberto R. Aramayo

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El primer ministro israelí ha decido huir hacia delante, aunque nos precipite por un abismo. Su índice de popularidad se incrementa con la escalada del conflicto. Los compatriotas retenidos nunca fueron su objetivo prioritario. Su propósito es acabar con sus enemigos ampliando las fronteras para que los colonos tengan un mayor perímetro de seguridad. Las víctimas colaterales no tienen mayor importancia, porque son utilizadas como escudos humanos de unas bandas terroristas. Va multiplicando sus frentes bélicos, confiando en que su sistema defensivo, la Cúpula de Hierro, neutralice los misiles balísticos iraníes, algo para lo que también cuenta con el apoyo del ejército estadounidense. Un político que debía rendir cuentas ante los tribunales de su país y ahora debería hacerlo ante la justicia internacional, está imponiendo su ley a sangre y fuego.

La industria de armamento está lucrándose como nunca y suben como la espuma sus acciones. Luego habrá que reconstruir las ciudades devastadas y además habrá sitio para nuevos pobladores, tras el colosal éxodo que provocan las acciones militares de un bien pertrechado ejército. Hasta su servicio secreto despierta ciertas dosis de admiración con sus punteras virguerías tecnológicas. Nada parece fuera de su alcance. Se permiten asesinatos en embajadas y territorios extranjeros, lo que viola todas las convenciones del derecho internacional y que admite un calificativo muy concreto, aunque no sea prudente señalarlo, porque no conviene ofender a quien abusa de la fuerza con semejante saña.

Nos hemos acostumbrado a ver hospitales devastados con criaturas mutiladas, como si fuera una plaga bíblica

Nos hemos acostumbrado a ver hospitales devastados con criaturas mutiladas, como si fuera una plaga bíblica. El premier israelí ha llegado a dictar órdenes bélicas desde la propia ONU, demostrando el respecto que le merece una organización internacional creada para prevenir los conflictos bélicos o mediar en las negociaciones tendentes a solventarlas. Resulta desalentador que un pueblo pueda declararse heredero de quienes padecieron el holocausto nazi cuando sus dirigentes no dudan en recurrir a una violencia indiscriminada y no reconocen como iguales a sus vecinos, de los que cabe recelar porque profesan una determinada religión y no comparten su credo.

Resulta interesante ver el documental titulado Apocalipsis en el trópico, donde se destaca el papel jugado por los evangelistas brasileños en la sorprendente victoria de Bolsonaro, quien se bautizó en el río Jordán añadiendo “Mesias” a su nombre de pila inicial. Los paralelismos de su etapa presidencial con la protagonizada por Trump son asombrosos, incluyendo el asalto a las instituciones por no reconocer la derrota electoral Incluso Lula, que no deja de ser un hombre religioso, pese a creer en un Estado laico, tuvo que acabar yendo a las iglesias evangélicas para desmentir bulos tan absurdos como el de los retretes indiscriminados. Daba igual que hubiese paliado el hambre de muchos brasileños durante su primer mandado, los evangelistas decidieron aliarse con los ultra-neoliberales y demonizar cuanto no comulgara con esa directriz económica. Convirtieron los pulpitos de sus congregaciones en palestras políticas donde se predicaba una verdad terrenal incontestable utilizando las Escrituras.

Las cruzadas religiosas parecían cosa del pasado, pero sigue invocándose a una u otra deidad para justificar las tropelías más infames

Un evangelista irlandés del siglo XIX hizo una nueva lectura del Apocalipsis, ese libro donde Jesús no se muestra muy compasivo con los pecadores y utiliza el Juicio Final para redimir a los justos. Ya no se trataba de propiciar una paz milenaria para su advenimiento, sino que convenia su intervención para librase de los malvados. Bajo la óptica del ultra-neoliberalismo más recalcitrante, los indigentes no tienen la gracia divina y algo habrán hecho para ser unos perdedores. Lo asombroso es llegar a convencerles de que un magnate como Trump defienda sus intereses, pero el caso es que lo consiguen, gracias a la vulnerabilidad epistemológica y a los enredos de las redes.

Las cruzadas religiosas parecían cosa del pasado, pero sigue invocándose a una u otra deidad para justificar las tropelías más infames, generando una polarización e intransigencia que socava la convivencia pacífica y vulnera el sistema democrático. Es una lástima que las diferencias no puedan dirimirse con argumentos y que las religiones monoteístas queden manipuladas por quienes provocan éxodos masivos cuyo destino es un terrorífico juicio final. En lugar de construir un paraíso en la tierra, parecemos empeñados en hacer del exhausto planeta un verdadero infierno dantesco. Los protagonistas del Éxodo relatado por su Antiguo Testamento parecen querer propiciar un auténtico Apocalipsis en la Tierra Prometida desvirtuando el genuino espíritu evangélico, cuyo mensaje de paz y amor se transmuta en un repudiable afán vengativo.

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