Esta semana se ha dado a conocer el ‘Motu Proprio’ del papa Francisco, que ahonda en la reorganización de la curia de febrero y que elimina la excepcionalidad jurídica de la jurisdicción católica
Cuando Monseñor Escrivá de Balaguer divisó por primera vez en Roma la cúpula de San Pedro desde la Vía Aurelia, quedó conmovido y rezó un credo. Era el 23 de junio de 1946. El fundador del Opus Dei había alquilado con su comitiva unas habitaciones de un apartamento en la plaza de Cittá Leonina 9, que tenía una terraza desde la que se veía la Basílica de San Pedro y el palacio Pontificio y desde donde pasaría 30 años gestionando la Obra y su encaje en Roma.
«Esa noche se quedó el Padre —como recordaría Álvaro Portillo— a pesar del viaje accidentado y de estar enfermo, rezando toda la noche, un episodio que puede dar una idea de la intensidad con la que el Fundador amaba a la Iglesia y al Papa». Escrivá de Balaguer rezaba el credo con una fórmula castellana aprendida de su madre y cuando llegaba a las palabras «creo en la Santa Iglesia Católica, añadía el adjetivo romana y, a continuación, un paréntesis: ‘A pesar de los pesares…'».
Cuatro Papas después de aquella noche y de que Escrivá de Balaguer falleciera y fuera canonizado tras una beatificación exprés en 1992, el papa Francisco ha reformado —parcialmente— uno de los sueños del fundador de la obra, el que cumplió Juan Pablo II en 1982 con ‘Ut Sit’, que les otorgó —ya fallecido Escrivá de Balaguer— la prelatura personal al Opus Dei, la única de toda la Iglesia.
Jesús Juan, director de comunicación del Opus Dei en Madrid explica a El Confidencial que el ‘Motu Proprio’ que se ha conocido esta semana con los cambios jerárquicos de la obra estaba ya incluido en la reorganización de febrero de la curia, la ‘Predicate Evangelium’, «que están contentos de servir al Papa y tienen la confianza del Santo Padre para rehacer sus propios estatutos y que mucha gente dentro de la organización está contenta con la decisión, que es sobre todo de tipo organizativo, jerárquico y que no afecta en sí a la prelatura personal«.
Lo cierto, sin embargo, es que el cambio es histórico y reabre además un viejo runrún en el seno de la Iglesia; la desconfianza que la Compañía de Jesús mostró a partir de los años 40 hacia el ascenso del Opus Dei fundado por Escrivá de Balaguer en 1928. Durante medio siglo, la obra luchó por deshacerse del ropaje jurídico, como ellos explican, de Institución Secular —que en su momento consideraron un logro— y lo consiguieron con la prelatura personal otorgada por Juan Pablo II. ¿Estamos ahora ante una reversión del papa Francisco, jesuita?
¿Un Papa progresista?
Acusado de progresista y poco ortodoxo, la realidad es que Francisco refuerza la jerarquía tradicional de los religiosos, porque no se puede olvidar, como recalcan ellos mismos a El Confidencial, que el Opus Dei es una obra basada en los laicos, según Jesús Juan: «Para nosotros como institución tener más o menos gente trabajando en El Vaticano, es como tener más o menos gente trabajando en la SEAT. Vamos, que el objetivo de mi institución no es ese, es que cuantos más trabajen en la sociedad civil desde el punto de vista de la obra es mejor. Lo otro me saca de mi foco central. Nuestro mundo está en el mundo civil y no en la parroquia, porque no somos una orden».
«Para nosotros, como institución, tener más o menos gente trabajando en El Vaticano es como tener más o menos gente trabajando en la SEAT»
Francisco ha revisado además otras tantas instituciones religiosas laicas como ‘Comunión y liberación’ , ‘Schonstatt’ o ‘Palabra de Vida’, acusadas de abusos espirituales y dogmáticos. Hay un mensaje claro: la obra de Dios la controla el Santo Padre. Punto. Aunque nadie en la Obra se atreve a discutir o cuestionar públicamente la decisión, el motu proprio del Papa es un navajazo en la jerarquía opusina en toda regla, porque un breve repaso a los escritos, memorias e historia oficiales del propio Opus Dei, como la de José Luis González Gulllón y John F. Coverdale -‘Historia del Opus Dei, (Rialp)- se entrevé el gran logro y espaldarazo a su misión que supuso aquella decisión de Juan Pablo II de otorgarles la prelatura. No hay medias tintas con eso, la imbricación jurídica era uno de los puntales del Opus.
Es más, el propio Escrivá de Balaguer rechazó formar parte del Concilio Vaticano II porque no quiso dar a entender que se conformaban con el ropaje jurídico de institución secular tal y como recordó el primer prelado, Álvaro Portillo: «Aunque deseaba muchísimo intervenir personalmente en la reuniones conciliares, no le pareció conveniente tomar parte a título de presidente de un Instituto Secular. De hecho podría significar, si no la aceptación de un estatus jurídico inadecuado a la naturaleza de la Obra».
Encontronazos con los jesuitas
De esa época serían también los encontronazos con los jesuitas, que acabarían ya en los setenta con el propio general de la orden, el vasco Pedro Arrupe. «José María Escrivá de Balaguer les había pedido a las personas de la Obra que no tuvieran particular trato con los miembros de la Compañía de Jesús. Con esta actuación intentaba superar las dificultades nacidas cuando algunos estudiantes de los colegios de jesuitas pidieron la admisión en el Opus Dei». ¿Por qué estas dificultades y desconfianzas?
Según explica el experto Lino Camprubí a El Confidencial, autor de ‘Los ingenieros de Franco. Ciencia, catolicismo y Guerra Fría en el estado franquista’ (Crítica, 2017). «Escrivá de Balaguer había puesto en marcha una idea muy de joven que en realidad ya manejaban los jesuitas, como fue el caso del padre Pérez del Pulgar. Es decir, que el catolicismo, para sobrevivir en el mundo materialista tanto capitalista como soviético, tenía que mantener su firmeza moral pero abrazando el capitalismo. Ramiro de Maeztu también tenía una obra de 1927 llamada ‘El sentido reverencial del dinero‘, así que Escrivá se apunta a ese carro por decirlo de alguna forma: nos tenemos que hacer un poquito protestantes, vamos, el trabajo santifica».
La idea central de ‘Camino’ sería fundar un catolicismo moderno que pudiera dar respuesta a los retos de la Iglesia en el contexto de los años 30, que es algo que también buscaba la Compañía de Jesús. Monseñor Escrivá formula y hace propia esa idea de modernización, solo que para Camprubí se acaba de perfilar más bien en 1938, no en 1934 —primera edición de ‘Camino’— y no por la influencia del Espíritu Santo, sino de un grupo de jóvenes laicos: «Es a partir del 37, con el paso de los Pirineos huyendo de la Guerra Civil, donde se empieza a perfilar la obra. Son, además de Escrivá, unos jóvenes universitarios que están terminando sus doctorados y que crearán el CSIC. El Opus está muy ligado a la creación del Centro Superior de Investigaciones Científicas.
Una de las mayores novedades es que se puede conseguir la santidad fuera del sacerdocio y dentro del matrimonio
Una de las mayores novedades es que se puede conseguir la santidad fuera del sacerdocio y dentro del matrimonio, que hay que llegar a la nueva élite productiva, y de esa gente se rodea, los que quieren llevar una vida normal con una religiosidad. José María Albareda, uno de los más relevantes de ese grupo, por ejemplo cuando cruzan de San Sebastián a Burgos de vuelta a España, en el bando nacional, se hace muy amigo de Ibáñez Martín, que es jesuita, no del Opus, y que será ministro de Educación. Ya entonces se postula ese servicio de investigación al servicio de la patria y no del materialismo, que es lo que cristalizará en 1939 con el CSIC«.
Es decir, hay que entender antes qué es la Obra y por qué ha sido un pilar de la Iglesia en la segunda mitad del siglo XX, una organización acusada de secretista y hasta de prácticas masónicas, críticas dirigidas por otro jesuita entonces de prestigio, José Miguel Carrillo de Albornoz, que acabaría en cambio abandonando la orden. En 1940, incluso Falange Española en el apogeo de su poder político tras la victoria en la Guerra Civil, le hizo dosieres secretos a Monseñor Escrivá con el objeto de desprestigiarle. Más adelante, la Obra acabaría en cambio copando los ministerios, identificándose hasta cierto punto con el franquismo de la segunda mitad, marcada por los planes de desarrollo y la apertura y ejerciendo una influencia decisiva en el régimen.
En fin, si algo caracterizó al Opus es que se le consideró una Iglesia dentro de la Iglesia, algo de lo que tampoco escaparon los jesuitas en los siglos anteriores, con la salvedad de que la Compañía de Jesús es una orden religiosa y una fuerza desde hace siglos y la Obra es «una mujer, madre de cinco hijos, que puede ser santa», según explican ellos mismos.
El Opus fue acusado de secretista y hasta de prácticas masónicas
En la iglesia postconciliar y antes de conseguir la Prelatura, Escrivá de Balaguer y Pedro Arrupe tuvieron un acercamiento y al mismo tiempo una divergencia, que explica también esa tradicional percepción de enemistad entra la orden de la Compañía de Jesús y el Opus Dei: «En mayo de 1965, el vasco Pedro Arrupe fue elegido prepósito general de la Compañía de Jesús. En aquel momento los jesuitas vivían un periodo de ‘aggiornamiento’ a la luz del Concilio en el que buscaban formas de piedad, pastoral popular y acción social«, escriben José Luis González Gullón y John F. Coverdale. «En julio de 1965 Arrupe solicitó entrevistarse con José María Escrivá de Balaguer. Almorzaron en Villa Tevere el 12 de septiembre. Luego, durante los siguientes cinco años se vieron en otras ocasiones (…) Desde el principio, Escrivá de Balaguer planteó a Arrupe el fin de la animadversión de algunos padres de la Compañía de Jesús hacia el Opus Dei, que, por prolongarse durante dos décadas y media se había institucionalizado».
Según la misma fuente Arrupe sugirió la posibilidad de llevar a cabo una labor apostólica conjunta, a lo que Escrivá de Balaguer se negó por considerar las dos instituciones de naturaleza totalmente distintas, lo que unido a los ataques públicos de los jesuitas al Opus Dei acabaron por convencer a Escrivá de interrumpir esas entrevistas con Arrupe al tiempo que intensificaba ese itinerario jurídico en Roma. Lo que se buscaba era un ropaje que no desvirtuara el principio de ‘Camino’ y que se culminaría con la ‘Ut Sit’ de Juan Pablo II. Fue la época de la influencia de un miembro del Opus Dei, Joaquín Navarro Valls como asesor del Papa y una cierta marejada en la curia entonces. Con la prelatura, el Opus Dei cumplía un sueño jurídico y con el prelado como obispo que ahora desaparece. Es lo relativo a la curia a lo que ahora, sin embargo, restan importancia.
«Una parte muy pequeñita»
Jesús Juan elimina la polémica sobre la curia y la jerarquía recurriendo a la propia base del Opus: «Nosotros somos una parte muy pequeñita dentro de la reorganización que se ha hecho con la ‘Predicati Evangelio’. Ya me dirás tú, una señora casada con sus niños, qué tiene que ver con El Vaticano, así que la mayor parte que se gestiona con la Santa Sede tiene que ver con los sacerdotes, que es lo que afecta más a la relación con ellos.
Es un cambio que parece muy razonable. Una reforma de la curia mediante la que pasamos de depender de la congregación de obispos a la del clero. El Motu Proprio es para adaptarse a ese asunto, porque en los estatutos del Opus Dei se dice que depende de los obispos y eso hay que cambiarlo ahora. El tema de fondo de que el prelado sea obispo o no sea obispo, tiene que ver con la visión de la eclesiología, no de grupos de poder«.
Sea como fuere, aunque quede lejana la enemistad entre el fundador de la obra y los jesuitas, el papa Francisco ha jerarquizado de nuevo a los religiosos y los estatutos del Opus tendrán que cambiar. Algunos miembros de la Obra ya habían manifestado que ese camino era preferible en la cuestión organizativa —como lo hizo Monseñor Javier Echevarría— y debajo late de fondo que con la reorganización existe una voluntad del papa en revisar, además, las instituciones seculares.
Cuando Monseñor Escrivá de Balaguer divisó por primera vez en Roma la cúpula de San Pedro desde la Vía Aurelia, quedó conmovido y rezó un credo. Era el 23 de junio de 1946. El fundador del Opus Dei había alquilado con su comitiva unas habitaciones de un apartamento en la plaza de Cittá Leonina 9, que tenía una terraza desde la que se veía la Basílica de San Pedro y el palacio Pontificio y desde donde pasaría 30 años gestionando la Obra y su encaje en Roma.