La alcaldesa de Túnez, Souad Abderrahim, celebra su victoria en las urnas, el pasado julio. ZOUBEIR SOUISSI REUTERS
Sin democracia no hay libertad ni igualdad para las mujeres. El feminismo avanza justo cuando la democracia se debilita en el mundo
No debieran olvidar quienes están en vanguardia de la última oleada feminista a las mujeres a las que ni siquiera les han llegado los efectos de la primera. La actual globalidad del movimiento permite la valoración comparativa de la condición femenina en los distintos países, aunque la tendencia a concentrar nuestras miradas en el escenario más próximo siga creando enormes espacios de sombra y olvido.
No está de más recordar que la primera oleada, la de las sufragistas, reivindicaba el derecho de voto, algo que solo tiene sentido en los países donde tiene existencia efectiva y no es un mero expediente para avalar la continuidad en el poder del autócrata de turno. Sin democracia no hay libertad ni igualdad para las mujeres, y tampoco para los hombres. El primer jarro de agua fría sobre la euforia expresada este pasado viernes en nuestras calles es el recordatorio del momento involucionista que sufre el planeta y que afecta, ante todo, a quienes son menos visibles y ya de por sí tienen menos derechos porque no viven en democracia.
Tampoco se han beneficiado de los efectos de la primera ola millones de mujeres pertenecientes a países en los que se aplica una monstruosa jurisprudencia coránica que consagra la desigualdad, el sometimiento y la injusticia. Las mujeres saudíes se hallan sometidas al guardián masculino (padre, marido, hermano o hijo), que debe acompañarlas y autorizar todos sus actos legales. El repudio por un acto verbal, ahora incluso a través de mensajería digital, llamado triple halaq, solo muy recientemente prohibido en la India, sigue practicándose en numerosos puntos de la geografía islámica.
No es casualidad que el país de religión islámica más avanzado respecto a la condición de la mujer, la pequeña pero vibrante república de Túnez, sea también el único país árabe donde se construye una democracia pluralista y un Estado de derecho liberal, que cuenta además con la Constitución más avanzada del mundo en el reconocimiento de derechos de la mujer. Su artículo 47 “garantiza la igualdad de oportunidades entre hombre y mujer en el acceso a las distintas responsabilidades”, “consagra la paridad entre hombres y mujeres en las asambleas de cargos electos”, y propugna “las medidas necesarias para eliminar la violencia contra la mujer”. No es fácil aplicarla. El actual Gobierno todavía está pugnando con el islamismo conservador para eliminar la discriminación islámica en la herencia, en la que las mujeres solo reciben siempre la mitad de los hombres.