Control estatal en los lugares de culto. Las autoridades vetan a un total de 55.000 clérigos. Buscan impedir el reclutamiento y la movilización de los islamistas
"En nombre de Dios, el misericordioso, el compasivo"… La represión contra los islamistas alcanza este viernes a las azoras del Corán y el crepitar de los minaretes. Las nuevas autoridades no se andan con chiquitas ni siquiera en los asuntos de fe. En la última semana 55.000 clérigos han sido apartados de manera fulminante de su prédica en las mezquitas en un intento de sofocar cualquier disidencia contra los urdidores del derrocamiento del islamista Mohamed Mursi.
"Estoy enfadado y triste. Le ruego a Dios que mate a los gobernantes que nos impiden predicar la causa de Dios", cuenta a ELMUNDO.es Mohamed Mustafa, un joven clérigo salafista (rigorista) afectado por el tijeretazo. Hasta hace una semana Mustafa se ganaba ocho libras semanales (alrededor de un euro) despachando el 'jutba' (sermón) del viernes en su pueblo de Al Minya, a 300 kilómetros de El Cairo. "No es una fuente de ingresos pero lo que realmente persiguen es eliminar nuestro papel en la sociedad", replica.
Y, en efecto, ése es el propósito que late tras el renovado control estatal de los lugares de culto. Al anunciar la medida el ministro de Asuntos Religiosos Mohamed Mojtar Gomaa señaló que la prohibición "solo pretende legalizar el proceso de predicación durante las multitudinarias oraciones de los viernes y lograr que solo las personas autorizadas puedan realizarlo". Los jeques sin licencia, agregó, son fundamentalistas y constituyen una amenaza para la seguridad del país.
El batallón de cesados será reemplazado por graduados de la Universidad de Al Azhar, la institución suní más prestigiosa del mundo con sede en la capital egipcia y faro del islam moderado. La lucha contra la difusión de "ideas extremistas" y el proselitismo político de los clérigos, que contribuyó al éxito electoral de Hermanos Musulmanes y salafistas, afecta a mezquitas que operan sin autorización estatal o a las 'zawiyas', pequeñas salas de oración comunitarias. Mientras llegan los relevos, muchas han echado el cierre.
5.000 mezquitas cerradas
"La gente está enfadada por el cierre de las mezquitas. Unas 5.000 mezquitas permanecen cerradas. Todo esto es para obstaculizar el camino de los islamistas y del islam mismo y debilitar así la divulgación del pensamiento islámico", denuncia Mustafa. La guerra por los sermones semanales desde el almimbar no es nueva. La alocución, compuesta por la recitación de plegarias o pasajes del Corán y arengas sobre temas candentes, ha servido durante décadas de caldo de cultivo para los movimientos islamistas.
El control de los predicadores ha sido una obsesión continua de los regímenes árabes. En Egipto, Gamal Abdel Naser aplicó mano dura durante las décadas de 1950 y 1960 y no toleró a ningún predicador discutir su autoridad desde el púlpito. Y en 1992, con la experiencia de su antecesor, Hosni Mubarak emprendió una campaña de estatalización de todas las mezquitas y sus imames.
Sin embargo, una red de clérigos afines al islam político prosperó en los últimos años de su dictadura y logró operar sin cortapisas tras el triunfo de la revolución de 2011. Tras el caso del autócrata, desapareció la obligación de que los servicios secretos dictaran y supervisaran los sermones. Ahora, en un regreso al pasado, las autoridades tratan de cercenar cualquier posibilidad de que las mezquitas se conviertan en cuarteles de movilización y reclutamiento de islamistas.
Espacios amplios, anti-extremismo
Además de vetar a decenas de miles de predicadores, los agentes del servicio de inteligencia han recuperado la vieja costumbre de asistir a las alocuciones del viernes y los ulemas más radicales se han reconciliado -a su pesar- con los interrogatorios. La resolución estatal establece también que la oración del viernes solo podrá celebrarse en locales con más de 80 metros cuadrados para torpedear a los pequeños lugares de culto donde se concentran las arengas más extremistas. Asimismo, se eliminan las donaciones dirigidas específicamente a una mezquita y el estado se compromete a hacerse cargo del servicio de limpieza. Para mitigar el poder de los ulemas, los religiosos estarán obligados a cambiar regularmente de lugar de predicación.
El cerco a las mezquitas es una arista más de la represión que los partidarios del presidente depuesto padecen desde el golpe de estado del 3 de julio. Hace un mes el brutal desalojo de las acampadas islamistas se cobró la vida de más de 600 personas. Varios miles de militantes y gerifaltes islamistas han sido arrestados. Los canales de televisión afines han sido clausurados y las manifestaciones han perdido fuelle bajo un férreo control de los uniformados.
Las víctimas de la última purga, no obstante, no están dispuestas a arrojar la toalla. "No vamos a dejar de predicar. Si nos lo impiden en las mezquitas estatales, lo haremos en plena calle. No dejaremos de enseñar a la gente la religión correcta", sostiene Mustafa.
Mezquita en Marsa Matruh. | F. Carrión
Archivos de imagen relacionados