La poderosa jerarquía sigue normas atávicas muy estrictas
Hablan hebreo, sirven en el Ejército y pagan impuestos. Tienen nacionalidad israelí y se sienten plenamente judíos por costumbres y herencia sanguínea. Pero sus méritos al título de ciudadano ejemplar no les sirven para poder disfrutar de un derecho tan esencial como el matrimonio porque la jerarquía rabínica no les considera judíos. Y dado que las uniones civiles e interreligiosas no existen en Israel, miles de israelís originarios de la antigua URSS se ven obligados a casarse cada año en el extranjero. No solo es un engorro, sino también un estigma para integrarse en su patria adoptiva.
Las atávicas leyes judías seguidas por el poderoso rabinato de Israel, el organismo que regula asuntos como el matrimonio, el divorcio, los entierros o las conversiones, son muy estrictas al respecto. Solo es judío el hijo de madre judía. Y el matrimonio, para que sea kósher, solo puede validarse entre dos judíos. Ya lo dice el Deuteronomio: "No darás tu hija a su hijo, ni tomarás a su hija para tu hijo. Porque desviará a tu hijo de mí y servirán a dioses ajenos".
Este criterio ha dejado en un limbo legal a un tercio del millón de rusos que emigraron a Israel tras la desmembración de la Unión Soviética amparados por la permisiva ley del retorno, que otorga la ciudadanía a cualquiera que tenga al menos un abuelo judío. "Muchos de estos rusos son judíos incluso según las leyes del rabinato, pero no pueden probarlo porque en la URSS las religiones estaban prohibidas y quienes aprendían hebreo eran arrestados, así que hay pocos registros sobre su origen", explica Talma Shaloni, directora de Tekes Israeli, una organización que promueve el matrimonio civil.
Nacido en Tayikistán
Kostas Brodsky es uno de esos guiones torcidos del sueño sionista. En 1995, con 11 años, hizo las maletas y emigró a Israel con su familia desde Tayikistán. "Mi padre es judío y en Rusia se esforzó para transmitirnos la tradición. Yo no soy religioso pero celebro la Pascua y enciendo velas en el shabat. En cualquier otro país, me considerarían judío pero aquí me deniegan mi identidad", afirma desde su despacho en una empresa de telefonía móvil. En casos como el suyo, la única vía para convertirse en judío de pleno derecho pasa por la conversión.
El proceso, supervisado por el rabinato, es lento y farragoso. Además de conocer con detalle las escrituras, el aspirante debe demostrar que respetará las leyes de la ortodoxia judía, desde sus pautas alimentarias a sus anacrónicos códigos de modestia y segregación de género.
"Me negué a hacerlo porque es un proceso muy humillante, hay que demostrar que sigues el judaísmo ortodoxo, cuando no me identifico con el judaísmo de los rabinos", dice Kostas. Para casarse con su novia Galit, israelí y judía, no le quedó otra opción que volar al extranjero, como hacen cerca de 5.000 israelís cada año. Se desposan en ayuntamientos de localidades de Chipre, Bulgaria, la República Checa, el Reino Unido o EEUU.
"Es vergonzoso. A un asesino como Yigal Amir, condenado a cadena perpetua por matar al primer ministro Isaac Rabin, le dejan casarse en la cárcel. Nosotros, que pagamos impuestos y servimos en el Ejército, tenemos que marcharnos a Chipre", protesta Kostas. Sus problemas no acabaron ahí.
Recriminaciones
Israel es una democracia en teoría. En la práctica, solo los judíos disfrutan de todos los derechos en igualdad de condiciones. "Es muy difícil acceder a cargos en el Gobierno o el Ejército porque si no has nacido aquí desconfían y piensan que eres un espía".
La situación de su hermano es todavía peor. Se ha casado con otra emigrante rusa no judía. "¿Qué pasará con los hijos de estas parejas? No serán aceptados, para la mayoría serán simplemente rusos", opina Talma Shaloni, quien añade que la reforma resulta "inaplazable". Algunos movimientos sociales y partidos políticos tratan de impulsar desde hace años el matrimonio civil y relajar la dureza del proceso de conversión. Pero sus esfuerzos mueren en el Parlamento, asfixiados por el peso de los partidos ultraortodoxos y la dependencia que de ellos tienen los gobiernos de turno.
El último en sumarse a esta cruzada civil es el partido del ministro de Exteriores, el ultraderechista moldavo Avigdor Lieberman. Pero su propuesta es incompleta. Solo sería aplicable a las bodas entre dos no judíos.