El docente de religión fue pensado, en nuestro estado confesional, como una extensión camuflada del sacerdote para la Costa Rica rural, el cual a su vez responde a dar a sus estudiantes una formación de refuerzo en las escuelas y colegios para avivar la fe, es decir, para inmunizarlos del peligro de las ciencias duras (física, química, etc.).
Como arma político-religiosa, la educación religiosa confesional desaparecería si respetáramos los derechos de los niños y jóvenes a pensar críticamente.
El maestro/profesor de religión interioriza -como el cura- que, más que seguir la verdad (razones y evidencia), debe asumir la obediencia como cualquier otro buen creyente, pues, aunque predique una “iglesia misionera”, en el fondo se autoimpone una iglesia como “misterio de salvación” (como en el Concilio de Trento), la cual descalifica a todas las demás religiones que no son de inspiración cristiana. (Lo mismo hacen los ‘cristianos’ fundamentalistas.)
El docente de religión fue pensado, en nuestro estado confesional, como una extensión camuflada del sacerdote para la Costa Rica rural, el cual a su vez responde a dar a sus estudiantes una formación de refuerzo en las escuelas y colegios para avivar la fe, es decir, para inmunizarlos del peligro de las ciencias duras (física, química, etc.). Esto produce bicefalia en muchos creyentes costarricenses: fuera del templo son profesionales distinguidos, dentro del templo muchos se quitan el sombrero y, lamentablemente, la cabeza.
(Por ejemplo cuando niegan la evolución, o afirman que hay gente que camina sobre las aguas o que multiplica panes -¿generación espontánea?-, que los milagros les suceden a unos pocos frente a millones que mueren sin penas ni gloria, que el Reino no es de este mundo sino de uno espiritual que considera intratable el aquí y el ahora, etc., etc.) Con este perfil, el sacerdote deviene “chamán” (especialista en magia o, de manera elegante, en realismo mágico con exorcismos incluidos) y, el maestro/profesor de religión, “embajador de sacristía” con agua bendita e incensario en mano. Claro, hay excepciones a esto, que las conozco, pero muy pocas.
La educación adoctrinadora es una poderosa fuerza que usan las instituciones amenazadas -también religiosas-, mientras tienen poder político -y no razón- y que, en el caso del catolicismo costarricense, se apoderó de la maquinaria educativa a través de las clases de religión para mostrar su excelencia “en los maleables cerebros de los jóvenes” (B. Russell). ¡Vaya excelencia!
En una sociedad de conocimiento, como la nuestra, ninguna religión está por encima de las demás. Habría que ver si en verdad los profesores de religión están enseñando -dicen algunos- todas las religiones críticamente, pues los valores no caen del cielo, nacen de la tierra. (Véase la intención confesional del oficio C07-085-2016 de la Dirección Regional de Heredia, cargado de irregularidad, el cual anuló el MEP por completo, por suerte.)
La formación de los profesores y profesoras de religión son dadas en universidades confesionales, poseedoras de la “sana doctrina”, en las que se enseñan un cuerpo de verdades religiosas, en función de la adhesión religiosa (católica o protestante) de la universidad.
Es decir, el profesorado en religión no es especialista en historia de las religiones ni en valores morales, sino en un grupo de verdades cristológicas afines con el credo religioso. En este sentido, o los docentes de religión enseñan desde su credo religioso los valores (cristianos, por ejemplo) o incorporan todos los valores de las demás religiones (esto se debe contrastar con los hechos). Pero, hasta donde se puede ver, las universidades que dan título en religión tienen un credo religioso y su currículum responde a dicho credo.
En este sentido, no puede haber formación crítica para los estudiantes si los mismos maestros/profesores ya tienen una línea de formación en cierto grupo de verdades religiosas (católicas o protestantes, por ejemplo), en las que además deben creer. No es lo mismo dar clases de religión que clases de historia de las religiones (cristianismo, judaísmo, islamismo, budismo, etc.), dejando que cada una de las religiones tenga su voz y que dialogue con las otras a partir de sus alcances y sus límites o yerros históricos y doctrinales. Lo se que busca es lo segundo.
Respecto de los que se desmarcan de estas críticas diciendo que lo que ellos imparten son clases de “formación integral”, hay que decir que se trata de un eufemismo para adoctrinar también en todo tipo de valores.
La educación debe hacer que los niños y jóvenes piensen por sí mismos, no que piensen lo que piensan sus maestros/profesores. Quizás algún día la Escuela Ecuménica de la Religión de la UNA nos sorprenda ofreciendo un título en enseñanza de las religiones porque no creo que ningún centro universitario confesional lo haga.
Como arma político-religiosa, la educación religiosa confesional desaparecería si respetáramos los derechos de los niños y jóvenes a pensar críticamente. En este momento, ellos son el material humano que se recluta para este ejército inocente. Dios debería prohibir la religión.