13 de septiembre de 2009
Hace unos pocos años, cuando preparaba en la Casa de los Tiros la exposición Seco de Lucena, de la que fui coordinador -detesto la palabra comisario-, entre los muchos papeles que aparecieron y que hubo que seleccionar, surgió uno que inmediatamente me llamó la atención. Se trataba de una carta del arzobispo de Granada, José Meseguer y Costa, al director del periódico “El Defensor de Granada”, Luís Seco de Lucena. Estaba manuscrita -caligrafía muy clara y legible- y fechada en Granada el 3 de julio de 1908. Según la fotocopia que inmediatamente realicé y conservo, dice así:
Muy señor mío: El escrito “Madrid al día”, inserto en el Defensor de 28 de junio último, está redactado en un tono marcadamente burlesco contra la doctrina de los milagros y no sólo se satiriza la doctrina católica sobre los mismos, sino que se afirma que “la característica de los milagros es, no venir a cuento ni resolver problema alguno”, estampándose alusiones despreciativas a la aparición de la santísima Virgen María en Lourdes, y se llama a lo que se presenta como un consuelo: la bárbara, la tremenda, la cruel y perdurable injusticia.
Hace cosa de un año llamando a usted personalmente la atención sobre falsedades y calificaciones indecorosas estampadas en artículo firmado por un señor Sansón sobre dogmas católicos y pasajes de la Sagrada Escritura, me contestó: que sin duda se había presentado durante su ausencia de la redacción, pero este escrito de que hablo ha sido remitido de la Corte por don Antonio Soraya que lo firma, por lo tanto usted o persona de su confianza, habrá recibido la carta y por el honor del periódico, espero declarará lo ocurrido, manifestando en todo caso si está o no conforme con el escrito. Su atento amigo etc. El Arzobispo de Granada.
Pasemos por alto la puntuación arzobispal, y vayamos al fondo del asunto: la libertad de Prensa. El arzobispo se erige en censor supremo de la ciudad y su provincia y, sin más argumentos que su voluntad, decide quién puede publicar en el Defensor y quien, debido a que sus escritos no le gustan, debe quedar fuera. Es extraordinariamente benévolo: sólo pide la expulsión de las plumas rebeldes; dos siglos antes habría pedido para ellas la hoguera. No deja de ser también llamativa la docilidad del director que, en lugar de esgrimir la siempre vapuleada libertad de Prensa, se escuda diciendo que seguramente ese día él no estaba en el periódico. La carta, huelga añadirlo, es todo un documento para la Historia del Periodismo de Granada -suponiendo que alguien se decida a llevarla a cabo- y para la Historia en general. Gracias a que en 1908 todavía no había teléfono -también debido a que Seco de Lucena guardaba todos los papales- tan preciosa joya ha llegado hasta nosotros. Bien merece un minuto de meditación.
Lo primero que nos viene a la cabeza es la curiosidad por saber qué respondería Seco de Lucena a todo esto. Su carta, si se conserva, debe estar en los archivos del Arzobispado. Acceso, pues, imposible. Sólo pensarlo me produce ansias de reír: un investigador que llega a nuestro actual arzobispo y, después de pedir cita y pasar por despachos y antesalas, le espeta al monseñor: “Mire, don Javier, es que estoy investigando las manipulaciones de un antecesor suyo, un tal Meseguer y Costa, en la prensa de la época y…” Escena delirante, digna de una película de humor. Irrealizable, pues, tal investigación. El siguiente paso que se me ocurre es mucho más asequible y hacedero: consiste en ir a la prensa de la época y ver qué decía el famoso artículo del día 28 de junio de 1908. Luego, ver si las órdenes del arzobispo las ha cumplido el director y, en consecuencia, el nombre y pluma del periodista maldito han sido aventados del periódico. Asunto resuelto en una sola visita a la Casa de los Tiros.
Hoy he resuelto el problema. He encontrado el artículo y con él han venido enredadas dos sorpresas. Primera: el nombre del malvado periodista que juguetea con el tema de los milagros no es Antonio Soraya, como nos decía el monseñor, sino Antonio Zozaya, periodista y reputado escritor, muy conocido a comienzos del siglo pasado, quien, tras tomar posición a favor de la legalidad republicana, durante nuestra desdichada guerra incivil, murió en el exilio -ciudad de Méjico- en 1942. Segunda: el periodista trata dos asuntos en su artículo: uno es el de los milagros y el otro, el tema social. ¿Por qué el monseñor a la sazón sólo alude el de los milagros y calla el asunto social? Juzgue por sí mismo el lector. He aquí el artículo:
MADRID AL DÍA.- Ha ocurrido un grande, un portentoso, un estupendo milagro. No creáis que ha consistido el prodigio en salvarse los náufragos del Larache, ni en hallar alimento los cinco mil niños que carecen de él en Madrid. No, el caso es mucho más asombroso. Un guardia de Canal, ha encontrado en la corteza de un árbol, unas líneas que parecen, observadas bien, el perfil de una figura humana.
Y más de cien mujeres devotas han comenzado a gritar: ¡Milagro! ¡Milagro! Y la muchedumbre ha acudido contenta y ha adorado el portento.
Sí, porque vamos a cuentas: el argumento no tiene réplica. Es así, que en un tronco se han visto unas líneas, luego esas líneas representan a una mujer. Y esa mujer que se aparece así tan de improviso, ¿Quién puede ser sino la Virgen? Sabéis que tiene justificación el entusiasmo de las devotas.
Yo me inclino a creer que se trata efectivamente de un milagro. Y me fundo en que no sirve para maldita de Dios la cosa. Lo característico de los milagros es no venir a cuento ni resolver problema alguno. ¿Qué la gente se muere de hambre? ¿Qué entran los herejes en Roma? Tan tranquilo el poder sobrenatural ¿Qué se quema una iglesia y perecen en ella centenares de criaturas? El cielo tan sereno.
Lo bonito es que una cueva se ilumina de pronto y se ponga a hablar con una pastora la doncella inefable o que a un cenobita se le presente en el yermo el diablo vestido de alimaña y haciendo cabriolas. Este es el verdadero milagro para la fantasía popular.
Y ahora, ¿qué hacemos? Un milagro no puede quedar así. Por algo estamos en el siglo XX. Desde luego hay que declarar bienaventurado al simpático guarda. Y luego se hará lo que proceda para edificación de los fieles. Y este consuelo, unido a los demás semejantes consuelos, nos hará ir tolerando con resignación la bárbara, la tremenda, la cruel y perdurable injusticia.- Antonio Zozaya.
También he tratado de averiguar si las iras de Júpiter cayeron sobre el escritor y periodista Zozaya. Todo apunta a que efectivamente fue así: el siguiente espacio de “Madrid al día” no lo firma él, sino alguien con las iniciales D. A. M. Sin embargo el día 16 de septiembre de ese mismo año vuelve a aparecer la firma de Zozaya en el Defensor. Es por poco tiempo. Carlos del Río le sustituye definitivamente en 1909. Desde ese momento el arzobispo de Granada puede dormir tranquilo: el periodista incómodo no volverá a recordarle que en Madrid hay cinco mil niños que pasan hambre.
Cabe preguntarse: ¿Puede ocurrir hoy algo parecido? La respuesta de alguien que conoce muy bien los entresijos eclesiásticos es decididamente afirmativa, si bien matiza que el vehículo sería distinto: llamada telefónica, en lugar de carta (es decir, en caso de fechoría, no se enteran ni las ratas), pero en seguida añade que cada día es más difícil que un director de periódico haga caso de tales llamadas. No deja de ser esto último un consolador alivio para todos los plumíferos que a estas horas pululamos las calles de Granada.