En la primavera de 1932 dos obispos se rebelaron, en cierta medida, contra la legislación secularizadora.
En primer lugar, el obispo de Segovia dirigió una pastoral a sus diocesanos donde criticó intensamente el matrimonio civil, calificándolo de “torpe concubinato”, el régimen republicano y la Constitución de 1931. El Gobierno le suspendió las temporalidades. Los socialistas calificaban esta medida de “templanza exagerada”.
Por su parte, el obispo de Vitoria había ordenado, al parecer, a los presbíteros de su jurisdicción que no dieran cumplimiento a la Ley de Secularización de Cementerios, ni que en estos se colocara el letrero de “Cementerio Municipal”.
Los socialistas denunciaron en El Socialista ambas actitudes. En primer lugar, les parecía inconcebible que los obispos emplearan su cargo oficial, y sostenido con fondos públicos, para inducir a los fieles al incumplimiento de leyes.
Para los socialistas la Iglesia no quería rendirse a la “evidencia de la realidad” en relación con la posición que se había colocado el Estado republicano en relación con la cuestión religiosa. Parecía inútil que se repitiera que la Constitución no reconocía una religión oficial, ni, en consecuencia, la obligación del mismo de subvencionar el culto, pero que eso no llevaba consigo persecución alguna de las ideas católicas ni de quienes la profesan, sino únicamente la supresión de un privilegio que se consideraba injustificado, y que desde siempre había disfrutado la Iglesia, y que no era otro que imponer sus creencias y que los españoles sostuviesen a la misma.
En este sentido, se defendía el hecho de que la República había procedido con un “alto sentido de equidad” al dejar en libertad a los creyentes de todas las confesiones para que las practicasen libremente y sostuviesen su culto.
Lo que había hecho la República era impedir que el clericalismo siguiera dominando la vida colectiva española desde el nacimiento hasta la muerte. Pero el clericalismo no se resignaba a perder su privilegio y su influencia sobre las conciencias, además de la constatación de que se iba a perder su financiación. Esas eran las razones de su campaña “insidiosa” contra la República, a la que atribuían un espíritu persecutorio contra la Iglesia.
Pero lo que también preocupaba a los socialistas era lo que calificaban de “inercia de los fieles”, que por el mero hecho de que podían cumplir sus obligaciones religiosas sin que nadie les impusiese impedimento alguno podrían hallar la adecuada respuesta, precisamente, a los excesos orales o escritos a los que se entregaban algunos miembros de la Iglesia.
Hemos trabajado con el número 7289 de 17 de junio de 1932 de El Socialista.