Egipto, la Grecia clásica o los moriscos forzados a exagerar fervor cristiano: un libro ahonda en las raíces paganas de la popular festividad que se celebra estos días, expresión religiosa en la que la pasión popular y las particularidades regionales desbordan las prescripciones de la jerarquía católica
El ensayo analiza cómo la máxima festividad católica es fruto del sincretismo de ritos antiguos y paganos que se fueron asimilando y adaptando a las necesidades de la jerarquía eclesiástica
En el Antiguo Egipto se creía que Isis, la virgen Reina de los Cielos, quedaba embarazada en el mes de marzo y daba a luz a finales de diciembre. Dicha concepción se producía de manera milagrosa después de que Osiris hubiera sido asesinado y despedazo. Por si no fuera suficiente, el fruto de ese embarazo, Horus, era la «substancia de su padre», realizaba milagros, tenía doce discípulos, fue enterrado y resucitado.
En la mitología grecolatina, el mes de los rituales dionisiacos comenzaba el 24 de diciembre. Entre otras celebraciones, se dramatizaban algunos pasajes de la vida del dios y se organizaba un banquete en su honor en el que se consumía carne y sangre que representaban el despedazamiento de Dionisos a mano de los titanes. También en la cultura romana, durante el culto a Atis, había ciertos alimentos que estaban prohibidos y, entre otros ritos, se procedía a cortar un árbol que era trasladado en procesión por las calles de Roma hasta llegar al Palatino y los sacerdotes se fustigaban la espalda con pequeños látigos de cuero con huesecillos en sus puntas.
Estos son algunos de los ejemplos que Miguel Ángel Martínez Pozo, doctor en Humanidades y Ciencias Sociales por la Universidad de Jaén, incluye en Los orígenes ocultos de la Semana Santa andaluza (Almuzara, 2024), un ensayo en el que analiza cómo la máxima festividad católica es fruto del sincretismo de ritos antiguos y paganos que, a lo largo de los siglos, se fueron asimilando y adaptando a las necesidades de una jerarquía eclesiástica que, en ocasiones, también ha tenido que transigir con la particular forma de entender la religión de los andaluces.
«Desde que comencé en el mundo de la investigación, me he enfocado en diferentes rituales festivos. Para mí el proceso es como un puzle en el que las piezas van encajando conforme vas progresando y te das cuenta de que todo está relacionado, fruto del sincretismo cultural y religioso que ha ido sucediendo a lo largo de la historia. Nada puede entenderse sin tener una mirada amplia y mucho menos, sin mirar hacia lo que fuimos. Y quizás es ahí donde encontramos las respuestas a lo que nos hace únicos, diferentes y universales», explica Miguel Ángel Martínez Pozo, consciente de que este tipo de explicaciones heterodoxas y que se salen de las pautas social y religiosamente estructuradas a lo largo de los siglos no suelen tener demasiado eco en los medios de comunicación, acostumbran a ser ridiculizadas por los fieles y son negadas por una jerarquía religiosa que, con el tiempo, no es raro que acabe aceptándolas.
«Como institución, la Iglesia no está fosilizada y, por consiguiente, a lo largo de su historia ha ido evolucionando, aceptando y dando sentido a teorías que, de una manera u otra, son difíciles de negar o no lo ha podido hacer con rotundidad», explica Martínez Pozo, que no olvida que, cuando eso sucede, es un proceso largo y complicado. «Tradicionalmente, la Iglesia ha intentado borrar los restos de esos rituales paganos a través de un juego de control y adoctrinamiento. Al principio evangelizó dejando, o más bien tolerando, los antiguos rituales. Posteriormente los despojó de sus significados primitivos intentado dotarlos de otros nuevos a partir de leyendas o teorías místicas o misteriosas y finalmente, denunció aquellos cuyas explicaciones no son lógicas para ellos por ser heterodoxas. Sin embargo, no podemos olvidar algo obvio: sin religión católica no existirían las procesiones. Otra cosa es que el resultado final sea una mezcla de culturas».
Andalucía como excepción
La muerte es un hecho biológico que tiene una innegable dimensión cultural, recuerda Martínez Pozo en su libro, en el que llama la atención hacia la diferente forma de entender la Semana Santa en las distintas regiones de España. Mientras que la castellana es sobria, austera y se conserva fiel la tradición cristiana, la andaluza es una mezcla de fervor y paganismo en la que destacan la sensualidad, la luz y el color. Unas diferencias que radican en que, si bien ambas celebraciones surgen con motivo del solsticio de primavera, en esas fechas Andalucía ya disfruta de las flores y el calor, mientras que los fríos campos castellanos apenas han notado la llegada de la nueva estación.
«La Semana Santa andaluza tiene una condición pluridimensional que va desde su carácter histórico, religioso, teatral, mágico, misterioso y místico hasta lo creativo, social y la pertenencia a una comunidad. Pero también es una metáfora de la victoria de la vida sobre la muerte, la eterna lucha hispana entre el bien y el mal o la dicotomía entre la salvación y el pecado —explica Miguel Ángel Martínez Pozo–. Está cargada de simbolismos, vivencias, recuerdos familiares, estéticas historicistas así como aspiraciones sociales donde las élites locales han luchado por los cargos directivos de las cofradías. Tal y como dice el antropólogo Isidoro Moreno, los fieles no son nada oficialistas, se saltan las pautas marcadas por las jerarquías eclesiásticas y las imágenes, más que cualquier abstracción, desatan sus sentimientos, su sentido fervor; desde los llantos y lamentos hasta el entusiasmo bullicioso sin olvidar los encendidos piropos hacia sus Vírgenes. A veces descontrolados pero mayoritariamente excesivos y superficiales como si se tuviera que demostrar públicamente algo».
Sospecha
Esa sospecha de que los fieles andaluces tenían algo que demostrar a través de su fervor religioso no es injustificada. Como se explica en Los orígenes ocultos de la Semana Santa andaluza, la presencia de moriscos en la región después de la conquista castellana provocó que esa comunidad tuviera que mostrar de forma inequívoca su adhesión al catolicismo, una religión que consideraban antropófaga y que, además, les obligaba a consumir vino, bebida prohibida en el Islam. Una situación que no fue sencilla y en la que toda exageración del fervor religioso era poca.
«Los moriscos vivieron para olvidar y olvidaron para vivir. Tuvieron que aparentar y ser más cristianos que los cristianos viejos. Tuvieron que aceptar definitivamente la cultura y la religión impuesta y, al final, la decisión más acertada fue admitir el transcurrir de la historia antes de ser desterrados de donde habían vivido sus padres, sus abuelos, e intentar que sus generaciones venideras, fruto de una amnesia colectiva, aparentasen lo que verdaderamente no eran o no habían sido para intentar sobrevivir. Sin ser conscientes de ello, muchas de las expresiones estéticas de las cofradías andaluzas se alimentaron de su huella y su memoria, de sus costumbres y tradiciones, hasta llegar al día de hoy. Por ejemplo el dogma de su Inmaculada Concepción, que los moriscos defendieron a capa y espada porque se aferraron a la Virgen María como consuelo y refugio convirtiéndola en su Reina y Señora».
De Andalucía al mundo globalizado
Ese proceso de transformación de los rituales religiosos continúa en la actualidad y no es ingenuo pensar que seguirá así en el futuro. A pesar de que las estadísticas indican que la sociedad española tiende cada vez más al ateísmo, al agnosticismo y la presencia de población de otras culturas y religiones es cada vez mayor, Martínez Pozo considera que «los diferentes rituales se mantendrán como señal identitaria y patrimonial de una sociedad, como un lugar de integración, de socialización y de comunidad. Andalucía y su cultura no podría entenderse sin el fenómeno religioso que tanto caló en esta tierra a través de manifestaciones en las que el pueblo participa de manera masiva. De hecho, fruto de la globalización, muchas poblaciones españolas están copiando literalmente nuestra manera de expresar, sentir y vivirla, hasta tal punto que incluso el capataz intenta imitar el acento andaluz».
A pesar del contenido de Los orígenes ocultos de la Semana Santa andaluza, su autor no cree que su ensayo pueda molestar a la jerarquía eclesiástica o los fieles, en ocasiones tan poco dados al cuestionamiento de sus creencias.