De Hessel a Ratzinger. Semblanza del presente, donde cierta izquierda es conservadora, salvadores son salvados, y asesinos se presentan como víctimas.
En España, en Chile, se está luchando por la laicidad en las escuelas o por su gratuidad; los indignados hispanos la emprenden contra el boato. Existe cierto periodismo progresista que se ha apresurado a hacer confluir tales demandas, como si en todos los casos se tratara de la lucha por libertades públicas, por el respeto y los derechos de los inmigrantes, aunque no he visto el último punto señalado en el caso de los “indignados” europeos…
Pero esas demandas y las luchas por su cumplimiento son las que planteara la burguesía hace dos o tres siglos… o las que más tarde, han sido las reivindicaciones del socialismo que procuraron apenas verlas como preámbulos de objetivos políticos mayores, como la libertad y la justicia para todos, sin distinción…
Claro está que la burguesía “cambió de bando” cuando devino dominante, y traicionó buena parte de sus postulados pasando a ocupar lugares tan privilegiados bajo el sol; y análogamente podríamos decir que no ha sido menor la decepción ante el socialismo quebrando tantos de sus postulados.
Por lo mismo, los objetivos de lucha que en tantas sociedades se abrazaron contra la rigidez feudal y el absolutismo monárquico, siguen en pie y el reclamo de igualdad que planteara el socialismo, también, precisamente porque el socialismo real, los socialismos realmente existentes, a su vez se alejaron tanto de semejante aspiración.
Por eso, probablemente hoy en día muchos plantean que la lucha entre Ollanta Humala y el APRA occidentalizado y neoliberalizado es la principal en Perú. O que se trata de elegir entre Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri en Argentina para estar con el pueblo o al margen de él; que en Uruguay la disyuntiva es entre el Frente Amplio exencuentroprogresista y exneomayoritario y la vieja estructura de abogados estancieros (o en todo caso, de burócratas batllistas, mencionando la soga en la casa del ahorcado).
Por eso, Stéphane Hessel insiste en defender los postulados de la ONU de mediados del siglo XX con los cuales cree defenderse del embate eurábico, ahora que tantos en Europa ven árabes hasta en la sopa, aunque nada dicen (tal vez ni se den cuenta… o lo den por naturalizado) de que el mundo tiene europeos hasta en la sopa.
Los jóvenes “indignados” primermundianos salen a la calle no sólo reaccionando contra el medioevo redivivo sino para defender su privilegiado y −planetariamente considerado−, parasitario estilo de vida, y ese enfrentamiento se ha convertido en “el conflicto mediático de nuestro tiempo” (y ya sabemos que la tele dictamina lo que es y lo que no es: “lo que no se ve en la tele no existe”).
Hessel con todas sus virtudes; nonagenario combativo y lúcido en primerísimo lugar, bregador impertérrito por los derechos humanos, judío radicalmente antiisraelí, revela el estado real en que nos encontramos ya entrada la segunda década del siglo XXI. Hessel fue artífice fundamental de la reconstrucción democrática de Francia contra el régimen pro-nazi de Vichy, fue también coautor de la Declaración de los Derechos Humanos que la flamante ONU redactó en 1948 procurando actualizar los de 1789.
Conviene recordar que entonces, en la segunda posguerra, los nazis resultaron los malos de la película. Eran malos nomás. Pero no eran los únicos malos; sólo que “la película” la llevó a cabo Hollywood y por eso resultaron así (ocasionalmente compartieron maldades con los japs).
Pero, ¿qué había sido el colonialismo, el racismo y el genocidio sistemático que arrasó prácticamente a todos los continentes salvo el europeo? [1]
Nuestra lucha hoy, entonces, no puede ser para que Occidente mejor sus técnicas de administración planetaria o su sistema de distribución económica.
En primer lugar, porque a fuer de repetido, habría que aclarar que es indigno.
Pero en segundísimo lugar, porque es estúpido, sin sentido… Porque es la “civilización occidental”, porque es el eje de poder que pasa por el Atlántico Norte, al que hay que agregarle el minúsculo pero decisivo enclave “civilizatorio en la barbarie” Estado de Israel, el que está deshaciendo el planeta, su biosfera, es decir, nuestra biosfera y toda la biodiversidad marina y terrestre, y lo hace cada vez más manu militari.
Así vemos la sojización paraguaya “mediada” por el ejército, así vemos las matanzas generalizadas de congoleños para arrebatarles “minerales estratégicos”, así vemos las fracturas sistemáticas de estados apetecibles, ya lograda en Sudán, en trámite en Libia…
Y a esa neobarbarie militarista hay que agregarle su fiebre tecnófila y su desprecio sistemático por la contaminación cada vez más generalizada. Llevados por ese vértigo de los “adelantos tecnológicos” que nos van enredando en una crisis ambiental cada vez menos manejable.
Una crisis también lexicográfica, semántica: a los agrotóxicos nos los presentan como “fitosanitarios”, a las fuerzas militares que invaden y arrasan aquí y allá las denominan “de Defensa” e incluso en muchos casos “de liberación”; aluden a los zanjones y montañas de basura con la terminología de “cinturón sanitario” o “repositorio ecológico”.
Así tenemos a Occidente, “armado” de dóciles herramientas como la ONU, la OTAN, el AFRICOM. cada vez más indiferenciadas entre sí, y demás piezas por el estilo, lanzado a un nueva ofensiva de conquista. Una recolonización del mundo que empezó, seguramente, cuando el colapso soviético. Pero que podemos ir distinguiendo cada vez más claramente.
Por eso vemos, como bien dice Javier Rodríguez Pardo, que “vienen por todo”.[2] Lo vemos con los mal llamados biocombustibles que en rigor son necrocombustibles, que restringen la cantidad de alimentos en el mundo, lo vemos con el agua, los peces, los “metales estratégicos”.
Lo vemos con el arrasamiento de Irak, una forma ecocida y genocida de adueñarse de petróleo ajeno y de constituir geopoder, cuyos extremos de destrucción registra pocos precedentes. Como se dice de Atila, las fuerzas militares del eje anglonorteamericano han destrozado todas las infraestructuras retrotrayendo a esa sociedad a “La Edad de Piedra”, como gustan algunos decir, han contaminado con uranio empobrecido todo el territorio, augurando un reguero de enfermedades atroces y sin medida, y han obligado a los campesinos más antiguos de la humanidad, del mundo, a abandonar sus milenarias semillas para comprar, bajo pena de arresto, todas las semillas a Monsanto. Lo de la “operación de limpieza” en Falluja debería ser de manual para ver cómo actúan los monstruos si los asesinos hubiesen perdido la guerra. Pero apenas podemos intuirla por indicios. Porque la están “ganando”…
Las cúpulas de poder de EE.UU., Francia, el Reino Unido, Israel ya no necesitan cumplir con instancias de mediación, compulsas diplomáticas, atender el parecer de los más próximos, o “de la comunidad”. La Organización para la Unidad Africana, OUA reclamó el papel de intermediario en el conflicto dentro de su región aparecido o creado en Libia, pero “las potencias atlánticas” ignoraron ese intento de mediación, muy sensato de una organización que agrupa decenas de estados africanos (todos menos Marruecos por su política colonialista propia, contra su vecino saharaui), que totalizan tal vez más seres humanos que todos los franceses, británicos, israelíes y estadounidenses juntos… pero claro, se trata de nigerianos, sudafricanos, egipcios, kenyattas, malíes…. todos ciudadanos que deben valer tres quintos, como valían los afros en la constitución de EE.UU. de 1776, o tal vez apenas un quinto, considerando los “valores” que se cotizan en el siglo XXI.
La ONU no es sino la cómoda coartada de ese Occidente que, desembarazado de “la opción socialista” procura readueñarse de todo. Un impulso que se ha convertido en un frenesí, a medida que se ha ido tomando conciencia de los límites planetarios, del carácter finito de los recursos.
La ONU lleva un strip-tease de medio siglo y no nos ha mostrado sus partes pudendas sino su impudicia. Apenas funcional a la neoanglificación del mundo, más poderosa hoy que bajo el British Empire.[3]
Por eso, que un personaje tan peculiar y en tantos sentidos admirable como Hessel salga a apoyar la intervención, el castigo, la matanza occidental en Libia nos sitúa en los verdaderos términos del problema que padecemos.
En primerísimo lugar, ¡qué mal estamos! El neoconservadurismo, mal llamado neoliberalismo,[4] nos ha obligado a bregar por causas ya emprendidas hace un par de siglos y sin embargo, tan borradas o retorcidas como para tener que dedicar nuestros afanes otra vez a ellas: contra el boato, por trabajo mínimamente digno, por educación gratuita, por la laicidad…
Esto significa que los personeros de los privilegios planetarios, esa porción, decisiva de los habitantes humanos (una minoría considerable del Primer Mundo y una ínfima minoría del Tercero), han logrado plantear el tironeo en una palestra que los favorece; tenemos que volver a arrancar jirones de dignidad y vida que merezca el nombre de tal porque lo que ya habían logrado “los del montón” –mediante el sindicalismo, el estado de bienestar, las luchas anticoloniales, contra el racismo y el machismo, cierto desarrollo democrático en muchas sociedades– ha sido borrado total o parcialmente, negado, neutralizado, con represión mílito-policial, con desmantelamiento de leyes sociales, o, mejor dicho, mediante la aprobación de reglas neoconservadoras, con “renacimientos” y fundamentalismos religiosos y con un afinamiento de los viejos métodos de persuasión mediática que ha dado sus frutos. Por ejemplo, haciendo pervivir en los expaíses coloniales una mentalidad ya no propiamente colonizada, pero todavía dependiente; lo que algunos analistas del fenómeno califican no ya de mentalidad colonizada, sino de mentalidad colonializada. La que sufrimos nosotros, aquí.
Lo vemos en Perú donde el flamante presidente se apresuró a reafirmar la integración del país al comercio mundial, entregando, como habitualmente, materias primas; lo vemos en Argentina donde se anudan ininterrumpidamente los grandes negocios mineros o sojeros con y dentro del comercio mundial; lo vemos en Uruguay, donde las políticas de los que fueran progresistas o guerrilleros setentistas se traduce ahora en un avance extraordinario del latifundio (monocultivos “industriales”) y en la venta sin condiciones de tierra a extranjeros, todas ellas formas de adecuar “el paisito” a las “necesidades” de los grandes consorcios transnacionales; lo vimos hace poco en Brasil con una entrega de la Amazonia al capital transnacional mucho más fulminante y radical que la llevada tímidamente adelante por un capitalista socialdemócrata como Fernando H. Cardoso. Incorporación al gran mercado mundial del capitalismo casino, llevada adelante por el gobierno “auténticamente popular” de Lula y continuado por la Rousseff.
La situación a la que nos ha llevado la extrema derecha planetaria es a que muchos inconformes breguen por un capitalismo humanizado. Es lo que vemos en la generalidad de los gobiernos sudamericanos progresistas, pero también en la Europa bajo crisis y hasta en Israel con las carpas.
Por cierto, la virulencia creciente, la brutalización represiva que vemos en África, en Palestina, en tantos países árabes, podría ser signo de debilidad y no de fortaleza, de nerviosismo porque todo el sistema, financierizado, está trastabillando; basta ver la inseguridad, la incerteza, la volatilidad del eje (¿y talón de Aquiles?) del sistema burgués: el dinero. Con anclajes cada vez más distantes de la economía real, una economía que a su vez se apoya cada vez más en el desprecio por la salud planetaria, un “estilo” que bien puede golpearnos en cualquier momento con “efecto ketchup”, está, empero, rigiendo nuestras vidas, dominando la cultura dominante, valga la cacofonía.
En ese sentido puede considerarse secundario de si el mundo recibe los golpes de un amo fuerte o un amo débil, y hasta pierde relevancia la puja en la cual los “impresentables” del Tea Party y sus correspondientes vernáculos en nuestras tierras, reclaman la represión y la progresía (al menos con viento de cola) la evita, postulando un capitalismo sano o bueno.
Lo cierto es que la lucha por un capitalismo con rostro humano es también un cuento viejo y ya gastado. Los que hemos ido acumulando memoria histórica, conciencia política y conocimiento a secas, sabemos que esa lucha no tiene sentido. Y que dejarnos atrapar en ella es aceptar el papel del toro en el ruedo, bajo la mirada de quien domina el juego… y la carnicería.
Y que la carnicería –no sólo la militar– está a la vuelta de la esquina.
El cáncer ha pasado a ser segunda causa de muerte entre niños y jóvenes mexicanos (de 1 a 19 años).
La cantidad de malformaciones congénitas crece incontenible en las zonas fumigadas de la agricultura quimiquizada. En Santiago del Estero, Argentina, un informe oficial del gobierno provincial da cuenta de que entre 2000 y 2010 se ha cuadruplicado esa cantidad de malformaciones. ¡En sólo 10 años!
Hasta la OMS, eterno ladero de los consorcios farmacéuticos menos confiables, acaba de aceptar, julio 2011, a regañadientes, luego de elusivos comunicados previos, que la frecuencia de glioma (un tipo de cáncer cerebral) ha aumentado un 40% en el mundo tras la difusión de los celulares (grosso modo, han pasado de dos mil a tres mil anuales).[5]
Hessel es un triste símbolo de la miopía de la mejor Europa. No lo conozco personalmente. Y por eso no sabe cuanto lo lamento.
* Periodista, editor de <www.futuros.com.ar>, docente de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofia y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
[1] También en Europa hubo racismo y limpieza étnica anteriores al nazismo, pero comparado con lo sufrido en todos los demás continentes fue, hasta entonces, muy menor. Fue el nazismo el que desplegó en Europa el mismo estilo racista y despótico que caracterizó a la generalidad de las incursiones europeas en otros continentes. Los nazis por otra parte, declararon más de una vez que afinaron y extremaron los métodos que habían tomado de sus “maestros”, anglonorteamericanos.
[2] Vienen por el oro, vienen por todo, Ediciones CICCUS, Buenos Aires, 2009. El autor hispano-argentino denuncia en su trabajo la “invasión” de ciertas mineras con extractores químicos y su avenencia con el gobierno kirchnerista argentino actual.
[3] Si semejante ofensiva cultural e idiomática no ha avanzado más pese a ideólogos imperiales como Samuel Huntington es porque la resistencia y la resiliencia de los humanos y la de las naciones oprimidas y aplastadas ha sido enorme. Nada de que asombrarse: hasta el menos dotado sabe que él es su lengua, que si le arrebatan su lenguaje, su idioma, le arrebatan su ser, que su lengua es su vida. Algunas invasiones han logrado quebrar la lengua del invadido, como le ha pasado a tantas etnias amerindias. Pero si han sobrevivido, se han aferrado a su lengua, a su lenguaje. Y por otra parte, ni aun diezmados y enmudecidos, han perdido su identidad: el Machu Pichu fue descubierto, por casualidad, por un alemán, arqueólogo, en 1911. Durante cuatro siglos, ningún inca, ningún quechua, refirió su existencia a la sociedad peruana, que se había montado sobre el Tahuantinsuyo.
[4] El único liberalismo que podría merecer el nombre de neo fue el keynesianismo que cambió el sentido que el liberalismo clásico siempre le había otorgado al estado. Friedrich Hayek, Milton Friedman, los economistas enrolados en los gobiernos “neoliberales” de Reagan, Thatcher, Pinochet, no han hecho sino retomar las tesis iniciales del liberalismo, de “estado mínimo”, mereciendo en todo caso el calificativo de paleoliberales.
[5] Se trata apenas de un reconocimiento preliminar; basado en el primer tramo de diez años que ha podido ser estudiado. La OMS anuncia además que la frecuencia de glioma se quintuplica en jovencitos, en tanto las compañías celulares, las agencias de publicidad y los órganos periodísticos cómplices siguen apabullándonos con propaganda para que nuestros hijos usen y usen celulares… por seguridad.