La escuela de Atenas, de Rafael Sanzio. Epicuro aparece a la izquierda, leyendo un libro, junto a Zenón de Citio. Imagen: Wikipedia
Habíamos hablado de Epicuro, vamos a hablar de sus discípulos.
Demócrito y Epicuro enfrentaban las políticas religiosas que intentaban mantener a la población atemorizada e ignorante y explotar sus temores ante los fenómenos de la naturaleza, recurriendo a un materialismo que daba una respuesta natural a estos fenómenos: los rayos no son la furia de los dioses, nacen del choque de las nubes o de alguna causa material. Los astros no están manipulados por los dioses, son elementos naturales que siguen sus propios movimientos.
La religión y los mitos mantenían un fuerte peso en la sociedad griega, y eran aprovechados por la aristocracia esclavista, que se valían de ellos para controlar a la población. Sin embargo, el desarrollo económico y cultural de esta civilización crea una necesidad de conocimientos que influye en el desarrollo de las ciencias. Las matemáticas, la astronomía, la medicina, la física surgen en estas circunstancias en las que nuestros pensadores extraen conclusiones racionales y materialistas, enfrentando el pensamiento conservador que buscaba preservar los intereses tradicionales. “De la oposición entre estas dos tendencias nace el abismo filosófico que separa al materialismo antiguo de otras escuelas de pensamiento”, señala Charbonnat.
Los discípulos de Epicuro mantendrán viva su escuela, debatiendo y enfrentando al conservadurismo antiguo durante siete siglos. La muerte de Epicuro se produce en el 270 a.C., pero su filosofía se expande por Grecia e Italia y perdura hasta el fin del imperio romano, cuando es ahogada, al igual que las otras corrientes filosóficas, por el poder del cristianismo. Los discípulos de Epicuro son fieles a sus concepciones materialistas y las defienden y desarrollan. Diógenes Laercio menciona a unos quince discípulos. Hermarco, quien fue su primer sucesor en el Jardín, escribió obras contra Platón y contra Aristóteles. Apolodoro de Atenas, en el siglo II, escribió unos 400 libros, entre ellos un lamentablemente desaparecido Sobre la vida de Epicuro. Sólo han sobrevivido los textos de Filodemo y de Lucrecio.
Filodemo, sirio, nació en Gadara en el 110 aC., se educó en Atenas y luego se trasladó a Italia, donde tomó la dirección de la escuela epicúrea de Nápoles. En 1752 se descubrieron 32 de sus papiros sepultados en Herculano. Su obra principal se titula De Signis en la que desarrolla ideas de Epicuro sobre el tema del conocimiento y el papel de los sentidos y las posibilidades lógicas de la inferencia para deducir verdades de las que no tenemos evidencia (como la constitución atómica de la materia). Filodemo tuvo influencia sobre Virgilio y Horacio, dos de los mayores poetas latinos.
Lucrecio (Tito Lucrecio Caro, 99 a. C.- 55 a. C.) nos ha legado el poema didáctico De rerum natura (Sobre la naturaleza de las cosas), que defiende la filosofía atomística de Demócrito y Epicuro. Cicerón preparó el texto a la muerte del poeta, y juzgaba en él “su mucho genio y mucho arte”. Esta obra, olvidada a partir de la época del Imperio romano, fue redescubierta en 1417 en un monasterio suizo, y jugó un papel en el resurgimiento y desarrollo del atomismo, incidiendo en especial en Pierre Gassendi y más tarde en los filósofos de la Ilustración.
En esta obra, la doctrina epicúrea es expuesta en forma poética, de rara belleza y de una coherencia sorprendente. Se ha confrontado su contenido con textos del propio Epicuro y se constata la fidelidad a los mismos. La constitución atómica de la materia, el funcionamiento de los átomos y el origen del mundo; los sentidos como fuente del conocimiento; las falacias que emplea la religión para engañar a las mentes. La naturaleza se desarrolla y se autoconstruye; las cosas del mundo no son producto del azar ni de creación divina, son fruto del desarrollo de las propiedades atómicas. Lucrecio demuestra cómo Epicuro construye una física y establece un método para el conocimiento. “Nada surge de la nada”, nada es creado por un dios, es la naturaleza y su propio desarrollo el origen del mundo. Lucrecio, siguiendo a Epicuro, quería desterrar el miedo a la intervención de los dioses en la vida humana y el miedo al castigo después de la muerte; confirma con ello el sentido materialista del epicureísmo.
Pero lo más significativo del epicureísmo, lo que mantenía viva la antorcha que los discípulos habían recibido de su maestro, era que poner el acento en la no divinidad de los fenómenos celestes significaba destacar la materialidad del mundo, y de ello dependía poder ser instruidos por el conocimiento sensible, por los hechos que nos enseña la experiencia. En tanto materialismo y ciencia van a la par, el materialismo de los antiguos tanto como el atomismo, después de la larga noche medieval, al surgir el Renacimiento, pudieron ser rescatados y contribuyeron a allanar el camino al conocimiento científico moderno.