Entre 1973 y 1976, fueron encarcelados en la cárcel de Zamora 120 sacerdotes. Las multas a 108 curas díscolos sumaron 11 millones de pesetas (66.000 euros).
Al monje capuchino Jordi Llimona la Policía Armada de Barcelona le abrió la cabeza de un porrazo en una manifestación de 130 religiosos contra las torturas practicadas por el régimen. José Antonio Casasola, sacerdote franciscano de Sevilla, sufrió el asalto de las fuerzas de seguridad en la iglesia donde daba cobijos a obreros en protesta y fue apaleada por la Policía Armada en la propia parroquia. Diamantino García, cura obrero de Los Corrales (Sevilla), fue acusado por el régimen de “enaltecimiento del terrorismo” por tener en su casa la primera página de El correo de Andalucía, que informaba de las últimas ejecuciones realizadas por Franco. Mariano Gamo, párroco de Moratalaz, pasó tres largos años en la cárcel por entender la misa como una asamblea donde la comunidad cristiana debatía abiertamente sobre todos los aspectos de la vida, entre ellos, la política y la represión franquista.
Sólo entre 1973 y 1976, fueron encarcelados en la prisión de Zamora 120 sacerdotes (Imagen margen derecho. J.L. Leal), según el historiador Francisco Martínez Hoyos. Además, las sanciones económicos a sólo 108 curas díscolos sumaron 11 millones de pesetas (66.000 euros). La represión a los religiosos era necesaria en una dictadura que se fusionó desde el primer momento con la Iglesia y cuya jerarquía fue también “una, grande y libre” hasta el final del franquismo. No es que la Iglesia católica apoyara el franquismo, es que la Iglesia fue una parte imprescindible y fundamental de la dictadura franquista.
El mismo 1 de abril de 1939, el Papa Pío XII envió un telegrama al dictador felicitándole por la victoria ante la República: “Agradecemos la deseada victoria católica. Hacemos votos porque este queridísimo país emprenda con nuevo vigor sus antiguas tradiciones cristianas”. La posición de la jerarquía, sin embargo, no fue respaldada por centenares de curas obreros que osaron plantar cara al régimen sobre todo en las décadas de 1960 y 1970. La lucha de esos curas obreros fue silenciada y reprimida en su momento histórico. Ahora, además, ha sido olvidada por la Iglesia.
160 sacerdotes se manifestaron en Barcelona para protestar contra las torturas del régimen
“La Iglesia tendría que ser la máxima expresión de la moral y los valores humanos. Un ejemplo de servicio al pueblo y de lucha por la democracia y los Derechos Humanos. Eso tendría que ser la Iglesia. Jesús nunca estuvo al lado del poder. Es más, se puede decir que fue el poder quien lo mató”, explica a Público el monje capuchino Joan Botan, quien jugó un papel fundamental en el congreso fundacional del Sindicat Democràtic d’Estudiants de la Universidad de Barcelona.
Alrededor de 400 estudiantes y profesores se reunieron en asamblea en el convento de los capuchinos de Sarrià con el apoyo y abrigo de la ordenación religiosa de los capuchinos de Sarrià (Barcelona). Su apoyo, sin embargo, no significó la aprobación del régimen, quien tras tres días de asedio al Convento, sin permitir siquiera la entrada de alimentos, ordenó a la Policía Armada entrar por la fuerza en la institución religiosa y detener a la cúpula estudiantil.
Las sotanas en la calle
El encargado de llevar las negociaciones con el régimen fue el propio Botan. “Estaba esperando la respuesta del ministro del Interior a la propuesta de solución pacífica del conflicto que habíamos hecho. Pero nunca llegó. El Generalísimo, reunido en un Consejo de Ministros, ordenó solventar la solución con la violencia y la represión”, recuerda Botan.
La Policía identificó a los asistentes al Congreso y dos meses después, en de mayo de 1966, detuvo a los 13 integrantes de la Junta Directiva del Sindicat. Entre ellos, Quim Boix, delegado de los ingenieros en aquel entonces y actual miembro del Consejo Presidencial de la Federación Sindical Mundial. Boix fue torturado en prisión. Su propia madre se presentó en los juzgados para denunciar la tortura que sufrió su hijo. Algo casi insólito en el franquismo.
“Siempre digo que he sido un torturado con fortuna. No me pusieron electrodos, ni me colgaron, ni me lanzaron por la ventana como a Grimau. Sólo me dieron golpes por todos lados hasta la extenuación. No olvidaré nunca cómo me amenazaron con trocearme y tirarme al mar para que me comieran los peces”, rememora para Público Quim Boix.
La denuncia de la madre de Boix ante los juzgados sirvió a los capuchinos para encabezar una protesta insólita. 130 religiosos, enfundados en sus sotanas, protagonizaron una breve manifestación desde la Catedral de Barcelona a la comisaría de Policía. 130 religiosos que mostraban el rechazo frontal de la congregación a la dictadura, la represión y la tortura y que como no podía ser de otra manera acabó con la Policía Armada persiguiendo religiosos a golpe limpio por las calles de Barcelona.
“Yo estaba en la cárcel cuando los curas se manifestaron. No me enteraba de nada. Sólo sé que cada cinco minutos pasaba un funcionario por mi celda para insultarme e increparme. ‘La que estás liando’, me decían. No entendía nada. Más tarde mi abogado me explicó la movilización de los religiosos”, señala Boix.
La liberación del sujeto revolucionario
A pesar de que la mayor ayuda de la iglesia de base a la resistencia antifranquista fue la cesión de espacios, no se puede entender la lucha de los religiosos contra Franco sin la figura de los curas obreros. Párrocos que rechazaron el sueldo de la institución y trabajaron junto a los obreros para conocer la realidad del día a día del “verdadero pueblo de dios”: los trabajadores. Se calcula que en España llegó a haber cerca de 800 curas obreros.
En Madrid, destaca la figura de Mariano Gamo: sacerdote, sindicalista, político, poeta y ex parlamentario de Izquierda Unida que denunció y continua reivindicando a sus 82 años que “la Iglesia es antitética del propio Evangelio”. Gamo estuvo preso por el franquismo durante tres años en la cárcel para religiosos de Zamora, fue multado hasta tres veces con 200.000, 250.000 y 500.000 pesetas, y pasó varios períodos preso en la cárcel de Carabanchel donde ingresó en el módulo de toxicómanos con el número 22.
Gamo fue destinado a una parroquia del barrio de Moratalaz. Desde allí, inició un nuevo camino de hacer Iglesia. “Nuestra opción fue la de estar al lado del que consideramos el sujeto transformador revolucionario: el pueblo trabajador, la clase obrera. Queríamos que los trabajadores tomaran las riendas de su futuro y conseguir así su emancipación. Era una lucha por la libertad”, señala a Público Mariano Gamo.
“Me condenaron a tres años de cárcel por desacato al régimen e injurias al jefe del Estado”, explica GamoLa homilías de Gamo pasaron a la historia por ser misas asamblearias. En ellas, el párroco elegía un tema del que hablar y los asistentes daban sus impresiones y entre todos formaban una opinión. “La misa del domingo era una asamblea cristiana. Los fieles debían tener voz y voto. Ir a misa significaba convertirse en un agente social cristiano con capacidad de intervenir en los problemas de la vida”, asegura.
La máxima expresión de la libertad de sus homilías cristalizó durante el Estado de excepción del 24 de enero 1969, que, según el demócrata Fraga Iribarne buscaba “luchar contra las acciones minoritarias sistemáticamente dirigidas a alterar la paz española y a arrastrar a la juventud a una orgía de nihilismo y anarquía”. Aquel fin de semana, Gamo preguntó en la misa del domingo qué opinión merecía a los fieles el Estado de excepción. En la misa, no obstante, apareció un invitado inesperado: “el antiguo agregado comercial de la embajada española en Cuba”. “Mire reverendo padre, estoy sorprendido de cómo ustedes profanan la sagrada liturgia. Usted forma parte de la Iglesia española y no puede estar en contra de quien los salvó”, le dijo este señor a Gamo, según narra el religioso.
Tras la misa, el inesperado visitante denunció al párroco por “desacato al régimen e injurias al jefe del Estado”, motivo por el cual fue condenado a tres años de prisión. No obstante, esta visita no fue la única visita que recibió Gamo en su iglesia. Los guerrilleros de Cristo Rey fueron habituales en sus homilías. “La gente de Franco estaba en todas partes. Por tierra, mar y aire”, sentencia Gamo.
Periko Solabarria: Una trinchera en el púlpito
En la cárcel de Zamora, Gamo conoció a Periko Solabarria, pionero del movimiento de curas obreros en España, junto con el jesuita David Armentia. Periko, hijo de mineros, ha dedicado su vida a la lucha de los más débiles y a derrumbar el régimen “opresor” del general Franco. “Me he involucrado en la lucha sindical, política, nacionalista… de todo tipo. Mi obligación como siervo del hombre es reparar injusticias y estar del lado del más débil. Trabajé como todo el mundo ha tenido que trabajar, menos los curas, claro”, asegura a Público Solabarria, quien llegó a ser diputado en el Parlamento con Herri Batasuna.
Solabarria renunció a su paga como cura y comenzó a trabajar como minero, trabajador de la construcción, en los Altos Hornos de Vizcaya… “En mi vida he tenido un contrato indefinido”, asegura. Desde su condición de trabajador, Solabarria afirma haber aprendido la dignidad del ser humano y desde el púlpito cada domingo arengó sin dudar a sus fieles a salir a la calle, a manifestarse y a tomar las riendas de su propio destino.
“En cada una de mis misas solía haber un policía de paisano en el último banco. Un día vi al policía de turno anotando en una libreta y desde el micrófono mandé al monaguillo a darle un lápiz para que pudiera anotar sin problemas todo lo que decía para que se lo transmitiera a su jefe”, recuerda Solabarria, que denunció sin tapujos “el maridaje de la Iglesia y el franquismo”. “Nos metieron a Franco hasta en el vino. Todas las tardes había que rezar un rosario por el Generalísimo”, agrega.
“En mis misas arengaba a los fieles a protestar en la calle por su libertad”, asegura Solabarria
Sus arengas le costaron tres multas de 36.500 euros que se negó a pagar “por dignidad”. Por ello, fue encerrado en varios ocasiones en la cárcel de Zamora y en la prisión de Basauri. A pesar de ello, Solabarria nunca fue expulsado de la Iglesia católica. “Una vez un obispo me dijo que si la Iglesia no me echaba es porque algún día la gente se preguntará qué ha hecho la Iglesia por los pobres y en ese momento tendrán que presumir de mi obra”, asegura.
Ahora, Solabarria, a sus 82 años, continúa la lucha obrera y en la pasada huelga general ocupó la torre de Iberdrola en Bilbao para protestar por los “despidos masivos”. “La Ertzaintza nos sacó de allá como a sacos de cemento. A mi me rompieron la cadera. Estoy esperando a que me operen. Tengo el espíritu y la sangre roja, de revolucionario, pero el cuerpo ya me falla”, ironiza Solabarria, quien ha vivido la mayor parte de su vida en un sótano sin apenas luz. “Es para lo que daba el salario de obrero, que es lo que yo soy”, concluye.
Los curas jornaleros
En Andalucía, un grupo de jóvenes sacerdotes llegó a los pueblos de la Sierra Sur de Sevilla, una comarca de latifundios y jornaleros. Entre ellos, destacaba la figura de Diamantino García, un cura obrero y sindicalista fundador del Sindicato de Obreros del Campo junto a Diego Cañamero, que actualmente se integra dentro de Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT) de Sánchez Gordillo.
El padre Diamantino fundó el Sindicato de Obreros del Campo junto a Cañamero
Eva María Chía, autora del libro Juan Heredia: Memoria y recuerdo del cura obrero de Gilena (Editorial Atrapasueños), resume a la perfección, en conversación telefónica con Público, el pensamiento de Diamantino y sus tres compañeros (Juan Heredia, Enrique Priego y Miguel Pérez) en una sola anécdota: “Diamantino vio como una mañana la inmensa mayoría del pueblo se marchaba con sus colchones y ropas. Preguntó que dónde iba la gente y se le dijo que iban a trabajar a la vendimia y que en el pueblo en esta época solo quedaba el cura, el alcalde y el Guardia Civil. Entonces Diamantino contestó que de aquí en adelante el cura tampoco estaría”.
El planteamiento de estos cuatro sacerdotes partía de la base de que para acercarse al mundo de sus fieles debían vivir como ellos. Así que no dudaron en renunciar a su salario y trabajar en el campo. “El planteamiento llevaba consigo que en el pueblo, los ricos nos miraran con malas caras mientras que los jornaleros tampoco se fiaban mucho de nosotros. Era una cosa totalmente nueva. En principio queríamos ser uno más, pero era imposible”, asegura Enrique Priego a Público.
La nueva posición de estos cuatro sacerdotes los convirtió rápidamente en sindicalistas enfrentados al poder económico y molestos para el régimen. La base de sus misas, según reconoce Priego, era el Evangelio y el periódico. “No se puede separar la misa de la actualidad. En nuestras parroquias tratamos de formar ciudadanos libres preparados para la democracia. Gente libre”, agrega Priego, que concluye señalando que las actuales acciones de Gordillo están “muy en la línea” de lo que debe ser un verdadero cristiano: “Repartir el dinero y los alimentos entre toda la comunidad de tal manera que nadie se quede sin cubrir sus necesidades más básicas como la vivienda y la comida”.
Parroquia de Moratalaz en 1966 donde ejercía el cura obrero Mariano GamoImagen cedida por Gamo
Cárcel Zamora