El riesgo es que las iglesias avancen hacia la conquista de instituciones laicas. Y que se constituyan en pieza imprescindible de los negocios electorales.
A medida que se muestran incapaces de proponer soluciones a los inmensos problemas de la ciudad (para eso han sido elegidos), algunos concejales de Cartagena se suben a la tabla salvadora de su religión. Esto es lo que parece ocurrirles a los ponentes de un acuerdo que busca institucionalizar el Mes de la Biblia.
En la iniciativa se mezclan ignorancia y oportunismo. Ignorancia: desconocer que, desde la Constitución de 1991, Colombia es un país laico. De allí que la cita de la Constitución de 1886, hecha por un defensor del proyecto, sea un despropósito. Oportunismo: saber, sin decirlo, que el poder electoral de las iglesias cristianas es más grande en los estratos populares y que hay que calentarle los oídos a la clientela de pastores y feligreses.
En uno de los apartes del proyecto se lee que “los valores morales y espirituales que encontramos en la Biblia son primordiales para nuestro diario vivir…”. ¿Quién lo duda? La misma importancia tienen los libros sagrados de otras religiones, pero estos son excluidos en las consideraciones de los honorables.
La perla que brilla en este debate la exhibió la concejala Duvinia Torres Cohen, cabeza de la iniciativa, ficha del partido de ‘la U’, de la senadora Piedad Zuccardi, ahora privada de libertad por presuntos vínculos con paramilitares. “La Constitución, en su preámbulo, invoca la protección de Dios, a quien solo se puede conocer a través de la Biblia (…)”.
Los argumentos han sido pintorescos. Uno de los concejales, Antonio Salim Guerra, justificó su apoyo diciendo que Álvaro Gómez Hurtado y Horacio Serpa –dos de los padres de la Constitución de 1991– “son (sic) confesos católicos comprometidos”. Y argumentó que quien había muerto en la cruz, según el Himno Nacional escrito por Rafael Núñez, no había sido Buda ni Mahoma, sino Cristo.
De poco ha valido la oposición de algunos concejales al proyecto de acuerdo. Quienes han señalado su inconstitucionalidad lo han hecho tibiamente, quizá por el temor de perder los voticos de las barriadas donde las iglesias cristianas tienen su feligresía.
Este debate ha sido “iluminado” por una mezcla de fanatismo cristiano y oportunismo político. Los pastores saben que sus iglesias acumulan un capital de conciencias negociable, como se ha visto en elecciones anteriores. Sin ir muy lejos, la presencia de estas iglesias se hizo sentir en el triunfo de Campo Elías Terán y Dionisio Vélez.
El riesgo –para la democracia, para la convivencia de credos religiosos e ideas políticas de diverso signo– es que las iglesias, de cualquier orientación, avancen hacia la conquista de instituciones laicas. Y algo más: que se constituyan en pieza imprescindible de los negocios electorales, “soplo divino” en el “espíritu de las leyes” terrenales.
Al institucionalizar el Mes de la Biblia se estaría dando la recompensa que esperan pastores y feligreses de sus fichas posicionadas en el Legislativo. Más que quitarle clientela a la Iglesia católica, las cristianas pretenderían, en una lenta operación de conquista, quitarles laicismo a las instituciones del Estado.
La Colombia laica, pluralista y tolerante, sin la cual no será posible una paz verdadera, apenas se está abriendo camino, apoyada en esa carta de navegación que es la Constitución, pero las tendencias contrarreformistas, políticas o religiosas, siguen dando su pelea con el propósito de cerrar con candados de sectarismo lo que la sociedad ha estado abriendo con dolorosos sacrificios.
Un grupo de concejales de Cartagena (Colombia) pide aprobar el "Mes de la Biblia"
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