Diversas asociaciones denuncian que cientos de religiosas fueron violadas por sacerdotes durante años
Sin haberse resuelto aún el escándalo de abusos a menores que golpeó a la Iglesia católica, el papa Francisco empezará en marzo su séptimo año de pontificado con una nueva crisis en ciernes: el de las centenares monjas y religiosas abusadas por sacerdotes que, en algunos casos, las obligaron a abortar. Un fenómeno aún envuelto en el silencio -y, de momento, con limitada repercusión mediática-, pero que, poco a poco, está saliendo a la luz en los cinco rincones del mundo gracias a las denuncias de las afectadas.
En Chile, los abusos relatados por seis Hermanas del Buen Samaritano obligaron en diciembre al Vaticano a enviar una misión para investigar las acusaciones. En Italia, una religiosa confesó en agosto agresiones sexuales perpetradas por uno de sus confesores en Bolonia, en el norte del país. En julio, una misionera afincada en la región india de Kerala presentó un denuncia policial contra un obispo que la habría violado 13 veces entre el 2014 y el 2016, lo que hasta hoy ha dado lugar a otra veintena de denuncias de religiosas del mismo país.
Igualmente impactante ha sido el caso de Claire Maximova, una exintegrante de las Carmelitas, una de las órdenes más antiguas y prestigiosas de la Iglesia católica. Maximova, nacida en Ucrania y actualmente profesora de inglés, ha revelado las agresiones sufridas en el convento en el que residía en un libro titulado ‘La tyrannie du silence’ (La tiranía del silencio), que salió a la venta la semana pasada en Francia. En Perú, Rocío Figueroa, teóloga abusada con 15 años por un vicario del Sodalicio de la Vida Cristiana, fue una de los testigos claves que señalaron los depravados abusos sexuales de Luis Fernando Figari, fundador de la organización.
Incluso en África, un continente en el que cualquier tipo de abuso sexual, incluidos los cometidos contra menores, resultan difíciles de destapar, han empezado a señalarse casos. «Los abusos (a mujeres) perpetrados por miembros del clero, también de alto rango, existen especialmente en Congo y en Kenia», publicó recientemente el diario católico francés ‘La Croix’. Según la investigación realizada por este medio, dos informes sobre los abusos del clero en África fueron presentados ante el Vaticano en la décadas de los 90, pero sin que tuvieran repercusión alguna de importancia.
Desequilibrio de poder
El caso ha llegado hasta las entrañas del Vaticano también gracias a la revista ‘Mujeres Iglesia Mundo’, un suplemento del diario vaticano ‘L’Osservatore Romano’, cuya directora Lucetta Scaraffia ha manifestado su apoyo a las monjas abusadas. «El problema es el desequilibrio de poder. Las monjas no pueden decir no. No tienen dinero, están menos formadas que los sacerdotes, y pertenecen a institutos que pueden ser dañados si un obispo no obtiene lo que quiere», ha explicado, en entrevista con este diario, Scaraffia.
Tras décadas de mantener una actitud tibia ante las denuncias, las asociaciones de religiosas han decidido decir basta. Una de las últimas ha sido la Conferencia de Religiosas y Religiosos de Francia (Corref), cuya presidenta, la teóloga Veronique Margron, pidió públicamente romper «los códigos de silencio» que han reinado hasta ahora y denunciar los abusos. Del llamamiento también se hizo eco en noviembre la Unión Internacional de las Superioras Generales (UISG), organismo que representa al más de medio millón de monjas católicas, y que asumió el compromiso de atender a toda religiosa que denuncie una agresión.
«Cualquier religiosa que haya sufrido abusos informe sobre este a la responsable de su congregación, a la Iglesia y a las autoridades civiles según se considere más conveniente», escribió la UISG en su comunicado. «Si la UISG recibe un informe de abuso, escuchará directamente a la persona y la ayudará a actuar con valentía y presentar la denuncia a las organizaciones apropiadas», continuó la organización, al clamar también contra también los abusos verbales y emocionales que «merman» la dignidad de las víctimas. La medida ha sido bien recibida por muchas religiosas en varios países, entre ellas las españolas.