Decía Marx que los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen dos veces, y Engels añadió “una vez como tragedia y otra, como farsa“. Llegado a Paris, cuna mundial del laicismo, un jomeini carente de sentido de “espacio-tiempo”, se disfrazó de Mahoma, profeta árabe del siglo VII, para convertir la sociedad iraní del siglo XX en el calco de la vida de las tribus beduinas semitas en la tierra hoy gobernado, sin apenas cambio, por un tal Mohammad Ben Salman. Al darse cuenta de la jugada de la historia, decidió realizar su sueño de trasladar a los iraníes a la era de aquel enviado de Dios: impuso su vestimenta, sus normas de convivencia, tradiciones y leyes (aplicando los “castigos” en esta misma vida, con la promesa de los premios en “la otra”), hasta su gastronomía, a un Irán desconcertado. A los críticos y opositores les llamó “infieles”, “incrédulos”, “apóstatas”, y con un toque de actualidad, “espías de Israel, de EEUU y de la URSS, etiquetando como “occidentalizadas” a las mujeres progresistas, para eliminarlas robando los métodos de la Inquisición Católica contra las “brujas”.
La batalla cultural en la educación: recuperar lo común · por Mª del Mar Sánchez Vera
En un mundo tremendamente individualista, es importante que recuperemos el discurso de lo común en nuestros centros. Desde…