En Francia los imanes moderados estudian laicismo para hacer su discurso compatible con el Estado. En España tienen que ser las cofradías las que le digan a Juan Antonio Martínez Camino, secretario general de la Conferencia Episcopal, que de llevar crespones blancos contra la ampliación del aborto a la vez que capirotes negros, nones, que quieren que la Semana Santa no excluya. Tiene sentido. Así los extranjeros pueden seguir viniendo a hacer turismo etnográfico, los posaderos continuar despachando vinos que se beben con el nombre folclórico de «matar judíos» y los nazarenos mantener la tradición con la imagen prestada por la iglesia y la calle permitida por la Corporación. El mundo pide equilibrios.
Al tiempo, el Vaticano ha llevado al Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas su preocupación por el aumento de la intolerancia contra los cristianos en el mundo en general y en Occidente en particular, por el «laicismo agresivo».
Iglesia preocupada, laicismo agresivo, ¿están haciendo una defensa de las monjas en peligro en misiones lejanas?, ¿tienen que dotar a las iglesias de mejores medidas antiincendios?, ¿en alguna parte del mundo ofrecen dieta romana a los leones? No, se trata de que el Papa hable sin respuesta. «No toleraremos que el Papa sea ofendido o tomado a broma por los medios (de comunicación) o los políticos», dijo el observador vaticano ante la ONU. A la ONU contra el Gran Wyoming, Buenafuente o «El Jueves».
La libertad religiosa es intrínseca a la libertad de expresión (dicen), pero sin contestación (callan). Si alguien dice algo desde la religión hay que respetarlo y no puede ser contestado por políticos, periodistas, humoristas o ciudadanos en general.
La respuesta forma parte de la libertad de expresión, que también cubre el pensamiento no religioso. No acaban de ver la simetría entre creer y no creer, más el millón de matices implicados cuando opinan, incluso, contra el uso saludable de determinados derivados del látex en nombre de Dios, lo que produce muertos, pero no es agresivo.