Libertad y Poder. Suárez: del absolutismo clerical a la crisis de la democracia. El mito del contrato social
(Documento anexo al final. Carta encíclica del papa León XIII: LIBERTAS PRAESTANTISSIMUM, 20 de junio de 1888, sobre la libertad y el liberalismo político)
En “De legibus ac deo legislatore”, el jesuita Suárez afirmó que “todos los hombres nacen libres”. Alguien podría haberle preguntado si las mujeres, los niños, los siervos, los negros, los esclavos y los creyentes también. Lo que yo me pregunto es si alguien puede nacer libre cuando todos nacemos bajo la Ley y en el seno de una clase social, una corporación o un estamento. Bajo leyes autoritarias, clasistas y religiosas-teocráticas. Leyes que invaden la conciencia y la vida privada de cada individuo. Individuos que cuando nacen en el menos malo de los Estados, el democrático, viven en una relación dialéctica entre neurótica y esquizofrénica, porque como ciudadanos tienen derechos, pero como súbditos de una religión sólo tienen deberes hacia su dios. Pasando, sin solución de continuidad, de soberanos a súbditos.
Del “libero arbitrio” no se había teorizado nunca hasta que Lutero escribió “La libertad del cristiano”, 1520. Tal vez porque a nadie se le ocurrió pensar, en un mundo jerárquicamente organizado en corporaciones, estamentos y funciones sociales, que los siervos pudieran nacer libres con capacidad para tener derechos y decidir sobre su propio destino. Tal vez porque nadie tenía derechos sino deberes ante dios. Y por lo tanto eran súbditos de dios. En realidad de sus portavoces: el clero. Existían privilegios y privilegiados pero no derechos. Tal vez porque entraba en contradicción con el determinismo de la Divina Providencia. Defendido por San Agustín y los agustinos. Los principales teólogos, junto con los franciscanos.
Sin embargo en el siglo XVI, los jesuitas, una orden nueva creada en este siglo con la única función de defender la teocracia frente a la teoría conciliar, franciscana, lo utilizarán como argumento teológico-político contra la teoría luterana de la salvación por la fe y la Gracia y contra la teoría calvinista de la Predestinación. Siempre con un único objetivo: fortalecer la teocracia papal contra todos sus enemigos. Era, por tanto, un argumento teológico-político que poco tenía que ver con la libertad, pero que generó un concepto de la libertad asociado al acto de la elección entre el bien y el mal. Entre la ley y su negación. Entre dios y el mal. A pesar de entrar en contradicción con la Providencia. Que ya había decidió todo por todos, atraída por una causa final.
“Authority, Liberty and Funtion” se titula el libro que publicó Ramiro de Maeztu, en 1916, durante la Iª Guerra Mundial. Años después, lo españolizó con el título: “La crisis del humanismo”. Su tesis era que el Estado moderno, nacido de las revoluciones liberales, había llegado, en términos hegelianos, a no ser real porque ya no era necesario. Había que sustituir el Estado moderno por el corporativismo medieval y la teocracia o, en su defecto, alguna otra forma complementaria de totalitarismo como el fascismo. Esta tesis era compartida por autores contemporáneos, Berdieff en su libro “Una Nueva Edad Media”, 1919-1923, Spengler en “La Decadencia de Occidente”, 1918-1922, Belloc en “Europa y la fe”, 1920 y en “La crisis de nuestra civilización” 1939.
Ortega y Gasset, que en esto, al menos, no pudo ser original, recogiendo estas ideas publicó en 1921, un año antes de que Mussolini fuera arribado al Poder por el Rey, el Papa, la Alta burguesía y el Estado Mayor italiano, el libro “España invertebrada” en el que hacía una síntesis de esa conciencia de crisis: “Todo anuncia que la llamada “Edad moderna” toca a su fin. Pronto un nuevo clima histórico comenzará a nutrir los destinos humanos. Por doquiera aparecen ya las avanzadas del tiempo nuevo. Otros principios intelectuales, otro régimen sentimental inician su imperio sobre la vida humana, por lo menos, sobre la vida europea. Dicho de otra manera: el juego de la existencia, individual y colectiva, va a regirse por reglas distintas, y para ganar en él la partida serán necesarias dotes, destrezas muy diferentes de las que en el último pasado proporcionaban el triunfo…
En efecto, racionalismo, democratismo, mecanicismo, industrialismo, capitalismo, que mirados por el envés son los temas y tendencias universales de la Edad moderna, son, mirados por el reverso, propensiones específicas de Francia, Inglaterra y, en parte, de Alemania. No lo han sido, en cambio, de España. Mas hoy parece que aquellos principios ideológicos y prácticos comienzan a perder su vigor de excitantes vitales, tal vez porque se ha sacado de ellos todo cuanto podían dar”(Revista de Occidente, Madrid, 1946, capítulo VII, pg. 171). En los comienzos de la IIª República, Ortega fracasó en el intento de crear un partido “nacionalista”.
Estas ideas ya venían precedidas por el pensamiento católico y otros autores como Burke en “Reflexiones sobre la revolución en Francia” o Chamberlain en su libro “Los fundamentos del siglo XIX”. A los que habría que añadir una larga lista de autores como Haller, Müller, de Bonald, Donoso Cortés, Jaime Balmes…pero, sobre todo, estas ideas estaban contenidas en las encíclicas de todos los papas, desde la “Mirari vos” de Gregorio XVI, en 1832, pasando por León XIII, en varias encíclicas, como la “Libertas”, a la “Pascendi”, 1907, de Pío X, que era un desesperado canto contra la “modernidad” y el Estado “democrático y liberal”, hasta el día de hoy, sin solución de continuidad, pues, venimos escuchando repetidamente, con coherencia en el discurso clerical, que hoy nuestra civilización vuelve a estar en “crisis” porque es democrática, sus ciudadanos tienen derechos individuales y son hedonistas. Llevan razón, nuestra sociedad, abandonado el franquismo, y los europeos antes abandonando el fascismo, se ha secularizado.
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