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“La constitución mornárquica de 1978 sólo merece su abrogación y su olvido” Entrevista a Gonzalo Puente Ojea

Comentarios del Observatorio

Esta entrevista fue publicada en 2011. Su autor la ha remitido al Observatorio para su publicación con motivo del centenario del nacimiento del entrevistado.

Gonzalo Puente Ojea fue nombrado presidente de honor de Europa Laica y es un importante referente para el movimiento laicista.

Pregunta: Ya en 1995, en tu ensayo titulado, La llamada “transición a la democracia” en España: del confesionalismo al cripto-confesionalismo, fuiste de los primeros en hablar de las “anestésicas virtualidades” que es capaz de producir la palabra consenso; calificas la transición política española de frustración de lo posible, caracterizada por carecer de un proceso constituyente democrático, por una fusión de los nuevos dirigentes democráticos con los dirigentes del franquismo, con lo cual, decías: “lamentablemente, los partidos de oposición –sobre todo los dirigentes, no la militancia de base- jugaron el juego de los interesados en borrar toda memoria de lo que cada ciudadano había hecho durante la dictadura franquista […] Los protagonistas del franquismo y sus clientelas se frotan las manos por la estulticia de una oposición tan irresponsable, y fingen ahora, con las mismas caras aunque algo envejecidas, como demócratas de toda la vida”. En 2007, en Vivir en la realidad, vuelves a hablar de la “sedicente transición a la democracia”. ¿Cómo es posible recuperar nuestra memoria común? ¿Pasa esa recuperación por una refundación de la Constitución de 1978?

GPO: La Constitución monárquica de 1978 sólo merece su abrogación y su olvido, pues nació de un perjurio institucional y de una ruin deslealtad. Perjurio, es decir, violación del respeto y estricto cumplimiento de las Leyes Fundamentales y de los Principios del Movimiento Nacional, del heredero del Caudillo y designado por él, en un acto injurioso para la ciudadanía, para sucederle con atributos regios. Perjurio también de unos Procuradores de las Cortes y de unos Consejeros Nacionales que habían prestado esos mismos juramentos solemnes. Eran estos juramentos de las mencionadas leyes y normas institucionales la única cobertura jurídica de las funciones encomendadas por el Dictador. Deslealtad, es decir, abandono del compromiso ideológico y político que los partidos antifranquistas habían contraído con sus seguidores cuando llegase el día de cumplirlo. Aquéllos habían prevaricado para conservar tanto poder como fuera posible, en una coyuntura histórica difícil para ellos. Éstos desertaron para satisfacer sus ansias de un poder que codiciaban. Todos llegaron en seguida a sus arreglos lampedusianos para un cambio de papeles que simulase que todo iba a ser diferente a fin de que todo siga igual. Las mismas máscaras, y detrás otros actores dispuestos a bailar la danza de los cargos, las prebendas, los negocios, las prevaricaciones, exhortando a los ciudadanos a la laboriosidad, a la austeridad, y recabando su aplauso. Mientras tanto, los mismos dinastas, la misma Iglesia, la misma desigualdad, el mismo atropello de la libertad de conciencia, la misma industria mediática al servicio de los políticos o de los magnates. Y la nación encanallándose cada día más.

¿Será posible algún día, por ejemplo, que nuestros hijos o nuestros nietos puedan conocer una España republicana y democrática donde todos y cada uno de los ciudadanos disfruten de la libertad de conciencia sin discriminaciones, y de la garantía legal de la igualdad formal de todas las conciencias cualesquiera que sean sus contenidos y sus convicciones, y sin que la legislación esté orientada a trasladar dinero de los bolsillos de unos ciudadanos a los bolsillos de otros ciudadanos por el hecho de creer o pensar de modo diferente… dónde no impere el pensamiento único, la censura o la autocensura…?

Pregunta: La polémica mediática que suscitó tu cese como Embajador cerca de la Santa Sede, en 1987, tuvo como una de sus consecuencias más notables la reapertura del debate público sobre el “aconfesionalismo” que enuncia el art. 16 de la Constitución española. La misma dimensión de recuperación de la reflexión teórica sobre el laicismo lo tiene tu ensayo, publicado en 1997, Fundamentalismo, laicismo y tolerancia. ¿Cómo valoras, desde la actualidad, la participación del gobierno socialista en tu salida de la Embajada en Roma? ¿En qué sentido ha cambiado la situación desde entonces?

GPO: En el libro Mi Embajada ante la Santa Sede. Textos y Documentos 1985-1987, explico todo lo relativo a este asunto y por qué me siento orgulloso de mi conducta personal y profesional en el mismo. Ciñéndome aquí a tu pregunta, debo declarar que el Gobierno que me nombró, y que me alentó durante el tiempo de mi misión, ascendiéndome al rango de Embajador de España en enero de 1987, cambió radicalmente de actitud para contentar al Vaticano ante su enfado por la decisión –que sigue pareciéndome correcta y acertada en términos diplomáticos- de enviar una Delegación española oficial de bajo perfil político pero muy honorable –pues estaba presidida nada menos que por el Vicepresidente de las Cortes y diputado socialista por Guadalajara, señor Torres Bourseault- a la ceremonia de beatificación de tres monjas carmelitas que en agosto de 1936 fueron execrablemente asesinadas por milicianos republicanos incontrolados, porque huyeron al darles el alto. Al Gobierno, y a una gran parte de la opinión pública española también, este acto de beatificación les pareció provocativo, inoportuno y, en todo caso, prematuro, además de no corresponderse con la benevolencia con la que se ha tratado a una Iglesia entregada durante cuarenta años a la Dictadura de Franco. La Santa Sede supo con mucha antelación del disgusto que este acto causaría en los medios políticos responsables en España, pues yo se lo transmití a la Secretaría de Estado vaticana siguiendo instrucciones del Gobierno, sin que la Sede Romana reconsiderase su desacertado proyecto. Para abreviar, debo decirte que pasados unos meses, el Gobierno, en momentos en los que ya estaba tirando por la borda las grandes promesas que figuraban en su programa electoral de 1982, resolvió cesarme para ofrecer una víctima propiciatoria al “moloch” vaticano, calmando así la ira del Vicarius Christi polaco y mancillando la dignidad del Estado y de sí mismo.

Pregunta: En tu extensa y fecunda obra, la crítica de los mitos fundadores sobre los que se asienta la religión en general y el cristianismo en particular ha ocupado un lugar central. ¿Quedan, hoy, espacios donde hallar “las fuentes veritativas del cristianismo”?

GPO: A mi juicio, cuanto más se investiga el proceso genético de la fe cristiana, más evidente aparece la colosal tergiversación histórica que tuvo lugar entre la crucifixión de Jesús por un delito de sedición contra Roma y la divinización de este Mesías frustrado por obra de la propaganda teológica helenística de Pablo de Tarso, que progresivamente fue sustituyendo al judeocristianismo por el paganocristianismo: el Jesús como pretendiente mesiánico davídico fue transmutado en mistérico Hijo consubstancial del Dios Padre, cocreador y coeterno con Él, y más adelante, ¡declarado Segunda Persona de la Santísima Trinidad…! El proyecto político-religioso de Jesús, al resultar fallido, no tenía futuro. La destrucción de Jerusalén y su Templo durante la guerra contra Roma significó también el colapso de la esperanza mesiánica que aún pudiesen abrigar Santiago, el hermano de Jesús, y Pedro, como jefe de los Doce. Habiendo superado este último obstáculo, el paulinismo inundó las iglesias nacientes del movimiento cristiano, y sus epígonos produjeron los cinco escritos que abren el llamado Nuevo Testamento: los cuatro Evangelios y su complemento, los Hechos de los Apóstoles. Ese híbrido compuesto de recuerdos fidedignos vaciados en categorías literalmente paulinas representa la tergiversación de lo realmente ocurrido y, en consecuencia, la radical falsificación de la figura de Jesús y de su proyecto mesiánico. Lo que sobrevivió fue la religión mistérica de Pablo, “la figura símbolo del pagano-cristianismo, pura y simplemente”, y al servicio del cual él ha puesto “su inflexible potencia creadora”, según escribió el creyente historiógrafo Jürgen Becker en 1992, en su exhaustiva monografía titulada Paulus, Der Apóstol der Völker. Triunfó Pablo, y con él la Iglesia que, casi tres siglos más tarde, se aliaría con el Imperio que torturó y crucificó a Jesús el Nazareno.

Pregunta: En tu libro El mito del alma, publicado originalmente en el año 2000 y que en 2008 ha sido traducido al gallego en una 2ª edición revisada y aumentada, demuestras la imposibilidad de las distintas formas de concordia entre ciencia y religión. Desterrada la apología espiritualista del análisis científico honesto, ¿cuáles son los refugios desde los que la religión católica defiende su monopolio de la fe en España?

GPO: La religión como género, del cual la fe cristiana no es más que un cas d’espèce, como dirían los franceses, no ha podido resistir ya por más tiempo el incontenible avance de la ciencia, y no es válido seguir argumentando que ésta no puede demostrar que los referentes de la fe religiosa no existen más que en la imaginación de los creyentes –como sucede realmente-. Porque es innegable que entre tales referentes hay algunos, sin duda la mayoría, tales los dioses creadores, personales e inmateriales del teísmo, o el dios de los deístas, que hacen de dios una entidad abstracta que habría diseñado como arquitecto inteligente la estructura del universo, o los dioses de los panteísmos también tributarios ontológicos de la creencia animista o espiritualista, todos los cuales, sin excepción, se alinean en una cosmovisión ontológica dualista cuya existencia real y no imaginaria corresponde demostrarla a quienes la afirman perentoriamente y sin pruebas intersubjetivas; pero no a la ciencia, cuya tarea definitoria consiste exclusivamente en conocer lo empírico mediante la observación y la experimentación a la luz de la lógica y la matemática. Desde los megáricos, hemos aceptado que solamente se puede probar lo que existe, y corresponde hacerlo a quien afirma que existe, pues es a él a quien incumbe el onus probandum. Lo que no existe no puede ser objeto de prueba, y mucho menos puede pedirse que demuestre esa inexistencia a quienes nieguen ya que exista. Tampoco es legítimo el agnosticismo, pues como demostró L. Feuerbach hace casi dos siglos y reafirma hoy con contundencia G. Bueno, el Dios teísta es autocontradictorio y destruye las reglas de la lógica. La epistemología rigurosa de la ciencia divide legítimamente los enunciados en falsables, cuando pueden someterse al método científico de conocimiento y eventual demostración, e infalsables en caso contrario, por lo cual es imposible discutir sobre los dioses. Sin embargo, en los enunciados religiosos puede haber referentes que son falsables, como mostré en mi libro El mito del alma (2000) refiriéndome a la presunta entidad alma o espíritu, que constituye la premisa “sine qua non” de toda religión, como expliqué en el libro Ateísmo y Religiosidad (1997) y en El umbral de la religiosidad (2005); y antes en Elogio del ateísmo (1995). Las llamadas neurociencias permiten afirmar que sólo es posible explicar la mente y el pensamiento desde la física y sobre una base estrictamente biológica, y por consiguiente materialista. La dualidad espíritu/materia es un flatus vocis para el conocimiento objetivo. Por ejemplo, afirmaciones dogmáticas como la revelación divina de que Jesús fue engendrado en el vientre virginal de María por la acción del Espíritu Santo es falsable, y además falsa, acudiendo a la física y la cosmología. En mi último libro, La religión ¡vaya timo! (2009), que pertenece a una Colección con este título, he presentado, de un nuevo modo expositivo y argumental distinto a lo que se le ha hecho hasta hoy, la serie histórica de las razones de los creyentes en referentes religiosas, en los planos sucesivos de su planteamiento, lo cual entiendo que conduce con sólido fundamento cognitivo a sostener la radical inverosimilitud de los enunciados básicos de la religión en cuanto que cosmovisión dualista de lo que existe realmente, frente al principio de su unidad física regida por una legalidad universal; y a sostener también la altísima improbabilidad de que existan dioses arquitectos o inteligencias divinas que hayan creado, regulado o diseñado el universo y su complejidad; o que tengan el poder de hacer milagros en cuanto que son suspensiones de las leyes de la física y de la biología.

Pregunta: Al contrario de lo que defiende el victimismo eclesiástico de la Conferencia Episcopal española, el poder clerical en nuestro país se ha reforzado en la “democracia”, después de cuarenta años de nacionalcatolicismo, tanto en el plano simbólico como en el financiero, el cultural, el docente, el mediático o el pastoral. Sin duda, los múltiples poderes políticos, incluyendo el clientelismo local potenciado por el desarrollo del modelo territorial autonómico, han contribuido a esta situación. ¿Qué papel legitimador posee la teología en toda esta situación?

GPO: Todo empezó después de que “aquellos increíbles cristianos”, como los describió H. J. Schonfield en su pionero libro de 1968, hubieran huido tras la agonía de Jesús y rechazado como disparatadas las primeras noticias de las mujeres sobre la desaparición de su cuerpo. Recuperados de su fechoría mesiánica volvieron a Jerusalén para celebrar la fiesta hebrea de Pentecostés y celebrar allí una asamblea, sobre la cual, según el testimonio epistolar de Pablo de Tarso, habría descendido el Espíritu Santo anunciando el cumplimiento de arcaicas profecías desmentidas por los hechos. En estas Epístolas se relata que en las sesiones los discípulos cayeron sumidos en fenómenos psicológicos que hoy designamos como paranormales, es decir, graves estados alterados de conciencia tales como éxtasis, visiones, delirios (como la glosolalia milagrosa), y demás trances, todos interpretados por ellos como la presencia espiritual del Cristo. Estas experiencias anómalas que las neurociencias reconocen como patologías generaron en la atmósfera helenística en que se movían aquellos paleocristianos un potente capital carismático que pronto la Iglesia naciente se puso a administrar de forma monopolista y sin complejos, en su incesante propaganda al servicio de su nuevo proselitismo universalista, en el marco de un sacerdocio estructurado jerárquicamente para mejor explotarlo. Pronto este cuerpo profesional llamado clero se puso a distribuir ese supuesto depósito divino de gracias, incluso cuando había ya perdido la tensión y la pureza del aquel volcánico estallido emocional de Pentecostés y se había convertido en un mecanismo litúrgico formal que, para expresarlo en términos teológicos, funcionaba ex opere operato, es decir, de modo pragmático e impersonal.

Desde entonces, la Iglesia se transformó abiertamente en una institución de poder en todos los ámbitos de la vida humana en nombre de una imaginaria revelación sagrada de una Verdad única, perfecta, definitiva y universal gestionada e impuesta urbi et orbe en contra de la libertad de las conciencias y de sus derechos. Esta Iglesia adquirió en seguida sus tics teocráticos tan pronto como alcanzó su alianza con el Imperio que torturó y crucificó a su fundador. En España seguimos sometidos a esta Iglesia siempre hambrienta e insatisfecha de poder, ante la que el gobierno llamado “socialista” sigue ofreciendo el sacrificio del laicismo que pondría a cada uno en su sitio.

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