La Iglesia ortodoxa ha pedido que el filme no se exhiba en Rusia
Tras ganar el premio al mejor guion en Cannes y el Globo de Oro a la mejor película extranjera, Leviatán camina con paso firme hacia el Oscar. Aclamado por la crítica occidental, el filme del realizador ruso Andréi Svyagintsev se ha convertido en su país en el centro de una agria polémica y ha provocado la furia de la Iglesia y el poder rusos, retratados en sus aspectos más siniestros.
El filme, magnífico en su factura e interpretación, narra la lucha desigual de un humilde mecánico que se resiste a la expropiación de la casa y el terreno en los que su familia ha vivido durante varias generacionescontra el alcalde de una ciudad de provinciasen el inhóspito norte de Rusia. Allí reina la corrupción en estado químicamente puro.
El alcalde, prototipo caricaturizado del cacique prepotente y sin escrúpulos, ha comprado las voluntades de los poderes fácticos, desde policías y jueces al obispo, representante de una Iglesia empeñada en “despertar del nuevo el alma del pueblo ruso”, pero más preocupada en realidad por defender con hipocresía los privilegios y la influencia ancestrales recuperados tras la caída del comunismo.
En Leviatán se muestra a los representantes de un Estado que se carga de infinidad de leyes tan solo para infringirlas en la práctica de manera sistemática. Tanto en la sentencia que rechaza el último recurso contra la expropiación, como en la que manda a presidio a la víctima por un asesinato que no ha cometido, la magistrada que preside el tribunal lee con tono monocorde los fundamentos de derecho y una retahíla de artículos de los códigos civil y penal en lo que se convierte en una burla cruel de la auténtica justicia.
Aunque Zvyagintsev asegure que la película se inspira en un caso real ocurrido en Estados Unidos, es inevitable contemplar el filme como una denuncia demoledorade que el individuo es aplastado por la prepotencia del poder y por la perversa utilización de una estructura legal formalmente garantista y democrática. Como si la indefensión del ciudadano ante el Estado fuese en Rusia una constante inmutable que sobrevivió al tránsito del zarismo al comunismo, y de éste al régimen actual.
Otra cosa es la manipulación interesada, y el abuso del doble rasero, que se hace desde el exterior de una realidad social claramente mejorable y de los reflejos autoritarios y censores a las expresiones artísticas que cuestionen al poder.Es cierto que en el cine norteamericano produce de vez en cuando ejemplos de crítica social, de luchas titánicas del individuo común y corriente contra la arbitrariedad del poder, pero con notables diferencias: que son tan escasos que actúan de coartada para demostrar que en EE UU sí que hay auténtica libertad de expresión; que concluyen con frecuencia en discursos solemnes que defienden la bondad intrínseca del sistema;y que suelen presentar a heroicos abogados que se la juegan para hacer justicia y garantizar finales felices. También hay uno de esos letrados en Leviatán, pero sus esfuerzos quijotescoscon la ley en la mano se estrellan contra la brutalidad de las fuerzas vivas. Él mismo termina molido a golpes, objeto de una ejecución simulada y apresurándose a tomar lleno de miedo el primer tren de vuelta a Moscú.
La Iglesia ortodoxa ha pedido que el filme no se exhiba en Rusia. Lo etiqueta como un falso e insultante retrato de la vida en el país, repleto de los estereotipos negativos acuñados en Occidente para denigrar al viejo y actual enemigo estratégico, una rivalidad que se ilustra ahora mismo en el conflicto ucraniano, la mayor amenaza a la paz y estabilidad en Europa desde las guerras balcánicas de los noventa.
En el caso de Leviatán, como en muchos otros, se utilizan desde fuera las muestras de déficit democrático para descalificar sin intentar entenderlas las razones rusas en su choque con la Unión Europea, Estados Unidos y, más en concreto, con el régimen de Kíev, cuya legitimidad no se discute en absoluto, pese a que emana de un golpe de Estado contra un Gobierno democráticamente elegido, pero que cometió el imperdonablepecado original de intentar estrechar lazos con Moscú.
Cabe preguntarse si, más allá de lo que pretendía su director, la magnífica –y merecida- acogida crítica a Leviatán en Occidente, y sobre todo en Hollywood, unida a la polémica suscitada, no tendrá que ver con la tendencia a presentar a Rusia como un país bárbaro. Sería una estrategia culturalque, junto a otras vías de enfrentamiento, forma parte quizá de una actitud que ahonda el abismo con un país clave para la estabilidad mundial con el que lo más lógico sería tender puentes, y no dinamitarlos. Tal vez desde la proximidad, y una vez mitigada la agobiante sensación de acoso externo, sería posible contribuir a democratizar la sociedad rusa y acercar el sistema político a la homologación con los valores occidentales, que la recesión ha revelado por otra parte como frágiles e insolidarios.
El filme–pirateado por toda Rusia- se estrenará desprovisto de tacos en un puñado de cines a comienzos de febrero, tras un retraso que se justifica oficialmente por la necesidad de suprimir las numerosas expresiones malsonantes, en aplicación de una reciente ley contra la blasfemia. La polémica ha dado impulso a una legislación –todavía en trámite- que prohibirá la exhibición de películas “que denigren la cultura nacional, supongan una amenaza a la unidad nacional y minen los cimientos del orden constitucional”. Con enunciado tan etéreo y sujeto a interpretaciones diversas, parece claro que se favorecerá una férrea censura política.
Quizás el ataque más consistente contra Leviatán haya sido el del ministro de Cultura, Vladímir Medinski, furioso por la imagen que, a través de un caso concreto y alejado de los centros máximos de poder, se da en el filme de una Rusia llena de criminales, corruptos, blasfemos, inmorales y borrachos.Las películas imbuidas de desesperanza y pesimismo existencial no deberían contar, en su opinión, con financiación pública, aunque, irónicamente, su departamento se la concedió a ésta (en torno al 30% del coste), cabe suponer que sin sospechar el resultado final.En el colmo de la desfachatez el ministro, según recordaba Zvyagintsev en una reciente entrevista publicada en TheGuardian, señalaba: “Que crezcan todas las flores, pero solo regaremos las que nos gusten”.
Sólo hay dos escenas en los que, de forma indirecta, se vislumbra una crítica al hombre que, en última instancia, es responsable del catastrófico estado de cosas que se refleja en la película: Vladímir Putin. En una de ellas, aparece su fotografía en la pared del zafio y criminal alcalde, como si se fuese su aval. En otra, se convierten en dianas para unas pruebas de tiro las imágenes enmarcadas de dirigentes soviéticos, desde Lenin a Yeltsin pasando por Breznev o Gorbachov. Y el protagonista pregunta: “¿No tienes algo más reciente?”. Si todo lo que se cuenta del presidente ruso es cierto, esa elíptica referencia le habrá sentado peor que todo lo demás.