La religión se extinguirá en Australia, Austria, Canadá, República Checa, Finlandia, Irlanda, Holanda, Nueva Zelanda y Suiza en las próximas décadas. Así concluye un estudio realizado por los matemáticos Daniel M. Abrams, Haley A. Yaple, y el físico Richard J. Wiener, a partir de datos censales de dichos países.
La investigación parte de una premisa según la cual la pertenencia a aquellos grupos que poseen mayor estatus o que generan mayores beneficios sociales tiende a expandirse, mientras que decrece la afiliación en aquellos grupos que son percibidos como menos útiles o con dudoso capital simbólico. Si pertenecer a un club de golf da prestigio y genera relaciones sociales de calidad es mucho más probable que crezca su número de integrantes, mientras que si formar parte de un club de boxeo es percibido como algo nada distinguido y pasado de moda, lo normal es que su número de socios descienda.
Aplicando esta lógica a la religión a través de modelos matemáticos, los autores encuentran que en las naciones citadas las confesiones religiosas cuentan cada vez con menor peso e importancia sociales, lo que, de seguir por ese camino, les llevará a la desaparición.
Tales afirmaciones parecen la ratificación matemática de una idea bien conocida y según la cual, como afirma Josetxo Beriain, catedrático de sociología de la Universidad Pública de Navarra y editor de Sagrado/Profano (Centro de Investigaciones Sociológicas), cuanto más modernos somos, más seculares y menos religiosos. “Sin embargo, este supuesto se ha demostrado empíricamente falso, ya que, excepto el islote europeo, con las adendas de la tercera ola de democratización tras la caída del Muro, la mayoría de países son modernos y seculares, pero siguen siendo religiosos”.
Para Beriain, hemos pensado equivocadamente que la historia se dirigía de modo lineal desde lo sagrado hacia lo profano, “pero la realidad ha puesto de manifiesto que nos movemos entre ambos polos de sentido. La religión siempre está ahí”.
Según Ignacio Gómez-Sancha, productor de Encontrarás Dragones, la película de Roland Joffé sobre la vida de Josemaría Escrivá de Balaguer, no sólo se trata de que la religión nunca se haya marchado, sino que en la actualidad cuenta con una fuerza especial. “Nunca se ha sido más creyente que ahora, lo que ocurre es que mucha gente ha desplazado su fe hacia santeros y videntes”.
Para Gómez-Sancha, “nunca la industria de la superstición ha hecho más dinero que hoy”, algo que explica a partir de la necesidad humana de trascendencia. “El ser humano siempre se pregunta acerca de, como decía Leibniz, por qué existe algo en lugar de nada. La búsqueda de esa respuesta nos define como hombres”. Lo que ocurre es que ese interrogante está menos presente hoy en el suelo público, probablemente a causa de “la cultura hedonística en la que nos movemos, que nos proporciona placer en lugar de sentido, y que trata de convencernos de que lo único que está justificado es la búsqueda del placer. Pero ésa es una visión muy reduccionista de la vida del hombre que pasará muy rápido”.
El fútbol, una nueva religión
Otro aspecto contradictorio referido a la religión tiene que ver con la frecuencia en que nuestra sociedad desplaza terrenos profanos hacia lo sagrado, revistiendo con características religiosas fervores mucho más mundanos. Así, Antonio Alonso, profesor de Doctrina social de la Iglesia de la Universidad CEU San Pablo, señala cómo “el fútbol o el consumismo se han convertido en nuevas religiones, con sus ritos, sus temporadas y sus ciclos vitales. Vivimos en una sociedad donde la gente ha dejado de creer en Dios, pero cree fervientemente en otras cosas, como el culto al cuerpo. No van a misa, pero sí, al gimnasio”. Para Alonso (católico) estas actitudes ya habían sido explicadas por Chesterton “cuando afirmaba que en el momento en que uno deja de adorar a Dios, puede adorar cualquier cosa”,
Sin embargo, el elemento que con más insistencia nos señala que la religión tradicional tiene notable presencia hoy radica en la recomposición geográfica de su influencia. Según Beriain, vivimos hoy un nuevo vigor de los monoteísmos, tanto del cristianismo como del islam, que no puede medirse ya en términos de estados nacionales o de complejos de civilización. “Si miramos al catolicismo en España o en Europa, vemos que no está tan fuerte y que las tendencia secularizadoras están triunfando. Pero si nos fijamos en Latinoamérica, en África o en el sur de Asia, veremos cómo está viviendo un gran resurgimiento”.
Su vigor, pues, se pone de manifiesto si adoptamos una perspectiva transnacional, pero también si reparamos en los movimientos migratorios, “que fortalecen la religión no sólo en un Estado-nación, sino dentro de una comunidad transnacional de creencia que se comunica a través de redes propias, de internet y de sus publicaciones”.
Una salida para algunos colectivos
Desde esta perspectiva, no parece evidente que la religión vaya a desaparecer, tampoco en los países occidentales, pues en ellos existen numerosas comunidades que la están fortaleciendo, “desde grupos autóctonos que conservan su fe hasta inmigrantes tradicionalmente religiosos, pasando por colectivos en riesgo a causa de la crisis, como mujeres divorciadas, parados o comunidades étnicas mal situadas, que han buscado una salida y un apoyo en la religión.
Hay barrios de Londres, Nueva York, Los Ángeles o Madrid donde la religión sigue muy viva”. Junto con estos colectivos, Beriain señala como, dentro de los países desarrollados, también se fortalece la religiosidad a través de nuevas expresiones, “vinculadas a la new age o a una suerte de misticismo, que nada tiene que ver con la asistencia tradicional a las parroquias, pero que también buscan la salvación a través del contacto con lo divino”. Estas creencias suelen darse “en sectores con formación académica e importante educación superior”.
Para Gómez-Sancha, la religión siempre estará presente, ya que el hombre busca la verdad sobre sí mismo, “y eso le lleva a encontrarse indefectiblemente con Dios. Como dijo un director de la NASA, cuando los científicos acaben de escalar la montaña del conocimiento y estén llegando a la cima, saldrán los filósofos y los teólogos a darles la bienvenida. De modo que las sociedades pueden resistirse más o menos a la formulación de esa pregunta y pueden pensar, como la nuestra, que para ser felices es mejor evitarlas, pero van a seguir estando ahí”.
Por eso las tesis del artículo citado no pueden ser más que meras elucubraciones, ya que según Gómez Sancha, la presión social no conseguirá que dejemos de preguntarnos por nuestra esencia. “Hoy, en EEUU, quien no cree en Dios es un descastado social; en China, quien cree en Dios es un marginado; y en España, nuestra historia y nuestra psicología nos ha llevado a polarizar el asunto, pero en todas partes nos hacemos esas preguntas”.
La presión social
Coincide Alonso en que la presión social puede tener su peso pero dista mucho de resultar decisiva. “Desde que apareció el cristianismo, ha habido quienes se han inquirido acerca de si el mundo, tal y como está ordenado, ayuda al encuentro con Dios, y siempre se ha respondido de manera negativa. Pero eso no nos ha impedido seguir adelante”. Y ese mismo impulso es el que garantiza la supervivencia del hecho religioso tradicional, “que sigue siendo necesario para dar contestación a interrogantes profundos que no se pueden saciar con la ciencia”.
Para Beriain, el futuro de la religión va a estar marcado por la pluralidad y la heterogeneidad, ya que “cuanta más democracia tenemos, más nos damos cuenta de que la religión no es un atavismo o una reliquia del pasado, pero también que no debemos utilizarla como un arma para implantar un tipo de creencia o de religión sobre colectivos muy distintos. La mayoría de los creyentes a nivel global no están cerca de la visión fundamentalista, sino que apuestan o por un movimiento de reforma o por un tipo de religiosidad politeísta”.