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Las persistentes “terapias de conversión” · por Eduardo Montagut

​Descargo de responsabilidad

Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:

El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.

Nos informan los medios de comunicación acerca de una denuncia sobre la existencia de la denominadas “terapias de conversión” en una serie de diócesis españolas a pesar de la recomendación papal de que no realicen.

La noticia aparece en plena polémica sobre la cuestión de la blasfemia y de la supuesta falta de respeto que un sector de la sociedad española ejerce sobre los símbolos religiosos, independientemente del trasfondo que tienen este tipo de demandas judiciales, más político-ideológico, que realmente religioso.

Como es bien sabido la homosexualidad no es una enfermedad. Perdón, como es bien sabido, por parte de las personas y los sectores sociales que se basan en el análisis racional y científico, porque ahora vemos que en España resurge con fuerza el combate religioso fundamentalista o integrista contra la ciencia. Seguramente, aquí está el problema, que nos creíamos muy modernos con reconocimientos de derechos y libertades de todo tipo, pero debajo de toda esa modernidad española ha permanecido la caverna de siempre. En el pasado inmediato estaba agazapada pero ahora, en consonancia al destape de la extrema derecha en lo político, sale sin rubor en la calle con autobuses, en los púlpitos y hasta en el solar donde trabajan los representantes de la soberanía popular.

La Iglesia y el fundamentalismo católico en nuestro país tienen la piel muy fina cuando ven blasfemias por doquier, pero se permiten el lujo de insultar a los homosexuales y, en realidad, a gran parte de la ciudadanía, independientemente de sus orientaciones sexuales, al considerar que se puede curar la homosexualidad. Ustedes me dirán que esto es un avance en comparación con el pasado. Sin duda, porque ya no se procesa a los homosexuales por el Santo Oficio o por el Estado y ya no van a galeras o a la cárcel. Encima deberíamos estar agradecidos por este avance eclesiástico.

Pero, al final, estimados lectores, estaríamos ante un ejemplo más de intolerancia y de desprecio a otras formas de entender la sexualidad y la vida. Lo único que ha cambiado es que nadie va a la hoguera o a prisión, pero en esencia siguen pensando lo mismo que hace siglos. La Iglesia, o parte de ella, está muy interesada en curar a homosexuales, eso sí, al menos, voluntariamente. De nuevo, gracias, muchas gracias por el avance. Pero eso sí, lo de asumir las desgracias producidas por muchos de sus miembros en el tiempo a través del abuso sexual, es otro cantar.

Al final, ¿qué es más violento, una estampita, supuestamente blasfema o que se intente “curar” a un homosexual? Como siempre, cuestión de perspectiva.

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