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Las dificultades de los matrimonios de la Edad Media

Mientras que hoy día muchos jóvenes dudan en casarse por no estar seguros de la aptitud de su pareja, nuestros antepasados de la Edad Media tenían en este sentido una vida “menos complicada”. La elección de sus cónyuges estaba bajo la competencia de sus padres, quienes se regían sobre todo por motivos políticos y económicos. Los matrimonios de la Edad Media serán el tema de la nueva edición ‘Legados del Pasado, Testimonios del Presente’.

Una de las tramas más frecuentes de los cuentos de hadas checos se basa en la lucha de su protagonista contra el matrimonio acordado por sus padres. Estos temas se inspiran en la tradición medieval, según la que la mayoría de los matrimonios, ante todo los del ámbito aristrocrático, se pactaban entre las familias por un beneficio mutuo.

Lógicamente, no todos los hijos soportaban que los demás decidieran sobre su futuro y algunos no vacilaron en rebelarse, indica el historiador y autor del libro ‘Fiestas, Ceremonias y Rituales de la Edad Media’, Martin Nodl.

“Se trataba ante todo de las mujeres decididas a hacerse monjas desde su niñez. Las demás no tenían muchas posibilidades de defenderse. A todas se las educaba desde pequeñas para que cumplieran con los deseos de su padre”.

De acuerdo con el historiador, una de las rebeliones contra la decisión paternal más conocida data del siglo XIII. Su protagonista fue Santa Inés de Bohemia, la hija de Přemysl Otakar I, a cuya decisión se opuso en dos ocasiones.

Tras la muerte de su padre, el hermano de Inés, Venceslao I, le dio permiso para que ella misma tomara el rumbo de su vida. La princesa decidió consagrar su vida a Dios y al cuidado de los pobres y enfermos. En 1874 fue canonizada.

Altas sanciones por no contraer el matrimonio

Las futuras relaciones matrimoniales entre los aristócratas se concertaban incluso antes del nacimiento de los novios. A partir del siglo XIV, las uniones empezaron a establecerse a través de contratos, que determinaban también las sanciones en caso de que el matrimonio no se llegara a contraer, indica Nodl.

“Se trataba de cantidades relativamente altas. Tenemos documentado un caso del siglo XV de la época de Segismundo de Luxemburgo. La sanción llegó a unos 100.000 monedas de oro, una cantidad inimaginable”.

“En la Edad Media nunca se sabía quién se casaría con quién”

Desde cierta época, los reyes checos disponían del derecho de decidir no solamente sobre los matrimonios de sus hijos, sino también de los de sus sobrinos. En caso del rey Carlos IV, que gobernaba al Reino de Bohemia en el siglo XIV, esta competencia tuvo un significante impacto en las relaciones exteriores. A diferencia de sus antecesores, pudo poner en marcha una fructífera política matrimonial.

“Su abuelo Venceslao II carecía de esta potestad, lo que le impidió crear coaliciones contra el linaje real de los Habsburgo por medio de sus hijos”.

Los padres de Carlos IV decidieron sobre el futuro de su hijo a sus siete años de edad. El rey sin embargo contrajo durante su vida cuatro matrimonios. Uno de ellos con la mujer, que debía ser su nuera. Puesto que su hijo falleció, la tomó por esposa él. Según Martin Nodl, en la Edad Media nunca estaba seguro quién se casaría con quién.

“La madre de Carlos IV, Elisabeth del linaje checo de los Premislitas, al principio tampoco iba a casarse con Juan Lucemburský, ya que el emperador Enrique VII de Luxemburgo quería que se casara con su hermano, que era 30 años mayor que ella. Gracias a la política checa el matrimonio no llegó a consumarse.”.

La ignorancia de las órdenes de la Iglesia

Después del IV Concilio de Letrán, celebrado entre 1215 y 1216, todos los matrimonios tenían que ser contraídos con la asistencia de los representantes de la Iglesia. Sin embargo, no todos respetaron esta orden, apunta Martin Nodl.

“La sociedad laica tanto en la ciudad como en el campo era muy resistente a las órdenes de la Iglesia. La mayoría de los matrimonios se solía contraer solamente entre dos personas sin testigos, o de forma completamente profana sin presencia de un clérigo. Las escenas de las bodas cómo las conocemos de la narrativa de los siglos XIX y XX, cuando es el clérigo quien úne al matrimonio, atando sus manos y poniéndolas en las cabezas de los novios, era un asunto realizado después del Concilio de Trento en el siglo XVI”.

Desde mediados del siglo XIII, todas las bodas tuvieron que celebrarse en la iglesia. Los mundanos sin embargo seguían casándose sin presencia de un clérigo y en ocasiones realizaban la ceremonia justo enfrente de la puerta de la iglesia. De esta manera mostraban a los eclesiásticos que no pensaban respetar todas sus órdenes, explica Nodl.

“Eso partía de la idea de que el sacramento del matrimonio era excepcional de los siete sacramentos cristianos, porque fueron los mismos contrayentes que lo administraron. El clérigo tenía solamente la función de testigo y la tarea de consagrar la unión”.

Los matrimonios consanguíneos

En el ámbito aristoctático era frecuente contraer matrimonios consanguíneos. Los abogados llevaban debates sobre el grado del parentesco admisible. Los más radicales rechazaban incluso las uniones entre personas en séptimo u octavo grado de consanguinidad. Finalmente se llegó a un acuerdo, que aceptaba los matrimonios de contrayentes en cuarto y en tercer grado de parentesco.

Según apuntó Martin Nodl, el problema era que la gente no siempre se acordaba de quién era familiar de quién.

En la Edad Media era posible que el Papa confiriera una dispensa a los contrayentes incluso en segundo grado de consaguineidad, y muchos matrimonios aristocráticos del siglo XIV se contrajeron precisamente así.

Las mujeres se casaban a los 12 años de edad

La mayoría de edad en aquella época estuvo establecida en las mujeres a los doce años de edad, mientras que a los hombres se los consideraba maduros para casarse a los catorce, indica el historiador.

“Normalmente empezaban con la vida sexual a la edad más temprana posible. Era habitual que las muchachas jóvenes se casaban con hombres mucho mayores que ellas. Sin embargo, nadie las preparaba para este tipo de relación”.

Hay casos documentados de varias princesas que tuvieron que trasladarse a la corte de su futuro esposo a los cinco o seis años de edad a fin de aprender el idioma local y conocer las tradiciones del país.

En caso de llegar a la corte más tarde, las damas de honor de la princesa tuvieron que volver a su país para que la novia se quedara sola y se integrara mejor. Además de otras cosas, apunta Martin Nodl.

“Tenían que dejar de vestir su ropa usual. Por ejemplo, si la princesa llegó desde España a la corte francesa, la obligaron a vestir la moda local para que perdiera su identidad”.

Las bodas aristocráticas se solían prolongar hasta cuatro días. Los banquetes eran pomposos con decenas de platos exquisitos. Entre ellos se hallaban también alimentos mágicos que debían fortalecer la fertilidad, como gallinas, manzanas o el puré de sémola con miel, que supuestamente reforzaba el deseo sexual.

Los hombres y las mujeres solían disfrutar de los festejos por separado y se encontraban solamente en la sala de baile. Los invitados competían en superar uno al otro con los regalos de lujo y habitualmente recibían también obsequios de los novios.

Una de las bodas aristocráticas checas más documentadas en las crónicas es la unión infantil del rey checo Venceslao II con Judith de Habsburgo, indica Nodl.

“Es interesante porque se realizó dos veces. La primera a sus siete años de edad. Se intercambiaron la promesa matrimonial y después los acostararon juntos en una cama. Era una costumbre frecuente que simbolizaba el acto sexual, y por tanto un matrimonio inseparable. Desde el punto de vista prófano era importante. El segundo matrimonio ya lo contrajeron cuando habían alcanzado la mayoría de edad”.

Los divorcios también por la incompetencia sexual

La Edad Media conocía también los divorcios. En el ámbito aristocrático se realizaban sobre todo cuando las reinas no dieron a luz a un heredero al trono. Como argumentos para la separación, los cónyuges presentaban frecuentemente también su relación consanguínea, como el rey Přemysl Otakar II. Para separarse de su esposa Margarita de Austria, argumentó que antes de la boda quería hacerse monja y que tenían una relación parentesca cercana.

Por su parte, la esposa del hermano de Carlos IV, Juan Enrique, razonó el divorcio señalando a su esposo como una persona sexualmente incapaz, lo que debía impedir la validez del matrimonio.

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