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Las creencias se han diversificado tanto como nos hemos diversificado las mujeres

Una mujer creyente, para bien y para mal, puede convertirse en una mujer muy poderosa. Por eso las instituciones religiosas patriarcales intentan por todos los medios controlar esas creencias

Mucho han cambiado las creencias religiosas de muchas mujeres. Han cambiado en numerosos niveles. En diferentes direcciones. En las distintas culturas y religiones. En la propia manera de creer dentro de una misma religión y fuera de instituciones religiosas. Podríamos afirmar que las creencias se han diversificado tanto como nos hemos diversificado las mujeres. Precisando más: en este momento conocemos mejor la diversidad de creencias de las mujeres de nuestro planeta. Como se trata de una cuestión demasiado amplia, voy a limitarme a las creencias de las mujeres en las iglesias de la religión cristiana y, dentro de ellas, a las católicas porque las conozco mejor. Hablo de iglesias porque la iglesia católica, en realidad, es plural y multiforme y las mujeres creyentes están presentes en toda su diversidad.

Vaya como premisa la distinción entre creencias y fe. No es una distinción fácil, pero sí muy útil. Dejo a un lado la fe y me centro en las creencias. Las creencias, dentro del campo religioso (y, necesariamente, simplificando), corresponden al corpus doctrinal teórico y práctico de una determinada religión. La psicología de la religión indica que las creencias religiosas suelen estar más arraigadas en las mujeres que en los varones, y esta raigambre explica en ellas muchas de las actitudes radicalizadas, en cualquiera de sus direcciones. Una mujer creyente, para bien y para mal, puede convertirse en una mujer muy poderosa. Por eso las instituciones religiosas patriarcales intentan por todos los medios controlar esas creencias.

¿Por qué un corpus de creencias acaba siendo tan importante? En primer lugar, porque se asienta en esa tempranísima experiencia humana que la psicología llama “confianza básica” y se organiza según las leyes de la Gestalt (escuela alemana de las Formas). Obviamente, es importante porque este corpus creyente se alimenta de ideas impregnadas de emociones y sentimientos, de actitudes y de acciones más o menos coherentes con las ideas y las emociones. Cuanto más variado es este corpus teórico-práctico, más complejo, y la complejidad abre el abanico de las decisiones y, por ende, de la libertad. Cuando una religión mantiene el núcleo de la fe, que suele ser muy reducido, y a la vez manifiesta un corpus doctrinal abierto hace posible la multiplicidad de interpretaciones y, con ella, un mayor protagonismo de cada creyente. Los inicios de las religiones históricas siempre han gozado de esta apertura, coincidente con la formación de su canon doctrinal. El canon delimita y organiza las creencias, pero lo interesante es que se crea, precisamente, por la existencia de una pluralidad. El análisis de la evolución social e histórica de estos inicios abiertos muestra su progresiva reducción, el estrechamiento de las opciones. Estas últimas se vuelven a abrir en períodos y momentos críticos de reacciones, reformas, renovaciones espirituales, ya sea a partir de líderes concretos, ya sea gracias a grupos de impacto. En estas ocasiones, por lo que se refiere a la historia de las iglesias cristianas, las mujeres aparecen con creencias renovadoras e innovadoras y, la mayor parte de las veces, son reducidas al silencio y al olvido.

En las iglesias cristianas siempre han existido mujeres que han desafiado las clausuras del pensamiento y la reducción doctrinal. La pluralidad que marcó el inicio de lo que luego sería el cristianismo, una pluralidad que tuvo buena parte de su origen en los testimonios de las mujeres transmitidos desde las primeras comunidades, ha dejado una importantísima huella. Esta impronta es como un resorte que brota una y otra vez, un recurso que muchas mujeres han utilizado como plataforma legítima para sus reivindicaciones, en unos casos, para el desarrollo de su pensamiento, en otros y para difundir su propia espiritualidad, siempre.

No es preciso abundar en el efecto que esta tendencia creativa y liberadora del pensamiento y sus consecuencias cotidianas subjetivas y estructurales tiene en las iglesias, en las instituciones religiosas donde ellas ejercen este derecho sin sentirse en la necesidad de pedir permiso. Es necesario apuntarlo porque las creencias operan sobre la realidad y esta devuelve a las primeras su feed-back transformador. Cuando ocurre este proceso de retroalimentación, que siempre opera en uno y otro sentido, las creencias evolucionan como la vida, en esa paradoja que es el cambio continuo que mantiene la estructura. Pongamos como ejemplo la representación de la imagen de Dios. Las creencias que se generan, avanzan, retroceden, cambian, en torno a dicha representación, inciden en la percepción subjetiva de las mujeres creyentes y en las dimensiones estructurales e institucionales donde esta representación se inserta. Incide en el marco. La idea-Dios se mantiene gracias a los cambios en sus representaciones. Pero los cambios de las representaciones inciden en la misma idea-Dios. Esto puede rastrearse mediante el lenguaje. Cuando se ha nombrado en femenino, la representación de la divinidad ha sufrido tal impacto en las creencias que muchos pensadores se han sentido en la necesidad de reaccionar. El Dios Padre, Todopoderoso, Patriarca y reforzador del patriarcado, ha sido demolido cuando se le ha cambiado el género gramatical. El lenguaje, creador y destructor de la realidad, ha dejado su huella. Si la idea de Dios ya no es la del “padre padrone” quiere decir que el sistema de creencias apoyado en él se tambalea. Para “salvar” la situación sirvió, por ejemplo, que un papa católico dijera que “Dios también es Madre”. Esta “concesión”, sin embargo, no solo fue un fruto del cambio del lenguaje, de las representaciones y del sistema de creencias, sino que fue un nuevo impulso a las mujeres a saltar todavía más lejos. Luego llegaron los que dijeron que está bien nombrar a Dios como Padre y como Madre, aunque es irrelevante porque Dios no tiene sexo. Esta respuesta reactiva, sin embargo, fue desarrollada por teólogas, que lo decían hacía tiempo, en un sentido profundo, para modificar sensiblemente ese corpus de creencias que se encuentra en torno a la idea de la divinidad. Con el cambio en las ideas del sistema de creencias, se modificaron las emociones y los sentimientos. Unas y otros incidieron en las acciones y la configuración de los grupos. Llegaron a los ritos y los cambios afectaron a la dimensión política, en sentido amplio y estricto, de las propias iglesias. Cuando sucede algo de este calado, ¿puede, acaso, extrañar que las mujeres dejen las iglesias y sus ritos, abandonen prácticas incoherentes, y busquen espacios propios para compartir, confirmarse y reafirmarse en los cambios identitarios que experimentan? Hay mujeres que ya no están dentro, otras que están en las fronteras porque han descubierto que sus antepasadas ya vivieron algo similar y no desean que nadie les arrebate el patrimonio que también les pertenece y, otras, como las teólogas feministas, que se dedican, en instituciones o fuera de ellas, a dar forma y fundamento al sistema de pensamiento nuevo, renovado, en fase de renovación, o… en transformación continua (al menos en el nivel de retroalimentación con la vida).

Sirva este ejemplo para ilustrar lo que pretendía decir al comienzo: las creencias religiosas, más cuando sus dueñas son las mujeres, tienen mucha fuerza. Los cambios que experimentan y sus repercusiones, la percepción de amenaza desde las instituciones y el camino, imparable, son producto de la elaboración del sistema de creencias realizada por la teología feminista.

REFERENCIA CURRICULAR

Mercedes Navarro Puerto es Doctora en Teología (PUG, Roma) en Psicología (UPSA) y Licenciada en Ciencias Bíblicas (PIB, Roma). Ha enseñado Biblia en la Facultad de Teología (UPSA) y Piscología de la Religión en la Facultad de Piscología (UPSA e I. CC. Religiosas de Comillas). Es cofundadora de la Asociación de Teólogas Españolas (ATE) y de la Escuela Feminista de Teología de Andalucía (EFETA). Ha escrito más de 20 libros de sus especialidades. En la actualidad es la directora para el idioma español del ambicioso proyecto "La Biblia y Las Mujeres" (www.bibleandwomen.org) del cual se han publicado dos volúmenes de los que es también coordinadora

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

NAVARRO PUERTO, Mercedes: “La teología feminista: perspectivas de futuro”, 65-91, en AA.VV: Una teología en diálogo. PPC-FSM, Madrid, 2007

NAVARRO PUERTO, Mercedes: “Metodología teológica feminista”, en Mercedes Arriaga y Mercedes Navarro: Teología Feminista I. Arcibel, Sevilla, 2007

NAVARRO PUERTO, Mercedes: “Las Marías del cuarto evangelio: plural de singulares, singulares en plural”, 61-115, en Isabel Gómez Acebo (ed.): María Magdalena: de apóstol a prostituta y amante. DDB, Bilbao, 2007

NAVARRO PUERTO, Mercedes: “Método”, 453-510, en Mercedes Navarro Puerto y Pilar de Miguel (eds.): Diez palabras clave en teología feminista. EVD, Estella, 2004

NAVARRO PUERTO, Mercedes: “Mujeres y religiones. Convivencia y visibilidad en el sur de Europa”, 95-139, en Pilar De Miguel y Mª Josefa Amell (eds.): Atreverse con la diversidad. Segundo Sínodo Europeo de Mujeres. EVD, Estella, 2004

Este artículo forma parte del número 18 de la Revista "Con la A" dedicado a "Creyentes, librepensadoras y descreídas"

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