La cuestión de la prostitución femenina es un asunto que lleva interesando a los historiadores en los últimos decenios. Ya contamos con una abundante bibliografía para muchas épocas y momentos. Se trata de un tema que aborda aspectos sociales, de género, económicos, políticos, ideológicos, morales, éticos y religiosos, lo que supone un estímulo para el historiador. En este trabajo nos acercaremos a una de las respuestas que la Iglesia Católica dio a este fenómeno en la España moderna, ofreciendo una salida personal a las prostitutas desde su concepción del sexo como pecado y la consiguiente necesidad de expiación para alcanzar el perdón y la salvación.
En la Edad Moderna española existieron unas instituciones religiosas, llevadas por monjas, generalmente de la Orden Tercera, dedicadas a acoger a las mujeres que habían ejercido la prostitución pero que se habían “arrepentido” de su oficio. El Diccionario de Autoridades de 1737 decía que las arrepentidas eran las mujeres que habían reconocido sus errores y se arrepentían, volviendo a Dios y, por lo tanto, se encerraban para vivir religiosamente y en comunidad. En esta definición es importante destacar varias cuestiones que nos permiten entender la moral sexual del momento en esta materia: el sexo como pecado, la importancia del reconocimiento personal –arrepentimiento- de la pecadora, la alternativa de vida solamente podía pasar por la penitencia y, por último, la necesidad de vivir apartadas del mundo. No se trataba tanto de combatir la explotación femenina sino de salvar sus almas corrompidas por el comercio sexual. Bien es cierto, que otra solución pasaba por su ingreso en la Casa-Galera, es decir, en la cárcel de mujeres.
En casi todas las ciudades españolas hubo casas de arrepentidas o recogidas. Al parecer, la primera de estas casas fue creada en el siglo XIV en Barcelona por orden de los consellers de la ciudad y vinculada al convento de religiosas arrepentidas de la orden de San Agustín. Se fundó para que se recogieran hasta treinta mujeres que deseasen dejar su “vida licenciosa” y, de ese modo, borrar esa vida con la penitencia. También destacaron las casas de Toledo, Granada, Sanlúcar de Barrameda y las dos de la ciudad de Sevilla, metrópoli bulliciosa desde que se convirtió en la puerta de América y, por lo tanto, foco de atracción para la prostitución. El siglo de oro de las casas de recogidas fue el XVII, después del triunfo de las tesis morales del Concilio de Trento. En dicho siglo se creó, por ejemplo, la casa de recogidas de Cádiz. Pero el siglo XVIII no se quedó atrás; el despotismo ilustrado siempre estuvo muy preocupado por controlar a los marginados para que fueran útiles, desde su acusado pragmatismo, o para que no generasen posibles problemas de orden público. Una de las instituciones más importantes y modelo para las demás, fue, sin lugar a dudas, la Casa de Arrepentidas de Madrid, llevada por las terciarias franciscanas.
Las casas de arrepentidas o recogidas solían fundarse gracias a las donaciones de personas poderosas, generalmente de la nobleza. Estas obras pías eran dotadas con rentas sobre tierras y/o bienes inmuebles, aunque también se solía acudir a las limosnas.
En estas casas también podían entrar doncellas que no tuvieran tutela masculina y sin medios propios, convirtiéndose, por lo tanto, no sólo en instituciones que intentaban “curar” los males generados por el pecado, sino también, en espacios habilitados con un afán preventorio. Las constituciones de las casas de recogidas prohibían taxativamente salir de las mismas, a menos que la arrepentida marchara al matrimonio o al convento para ingresar como religiosa, los dos únicos proyectos vitales que la moral de la época tenía estipulados para las mujeres.
Las casas de arrepentidas sobrevivieron al fin del Antiguo Régimen y siguieron existiendo en el siglo XIX. Entre ellas, podemos citar la Casa de Recogidas de Nuestra Señora de la Caridad o del Refugio de Bilbao.
Eduardo Montagut Contreras. Doctor en Historia Moderna y Contemporánea.
Archivos de imagen relacionados