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Laicismo castizo

Pregunta: ¿qué tienen de común todos los representantes que ocupan el hemiciclo del Congreso de los Diputados? Respuesta: nada. Vaya, les confieso que no me esperaba esa respuesta, con lo cual me dejan algo desarmado. Bueno, insisto de otra manera: ¿qué tendrían de común si tuvieran algo, o mejor, qué es lo que más en común tienen sus señorías? Respuesta: ella. Sí, ella: la Iglesia Católica.
 

La votación del 26 de mayo lo puso bien de relieve una vez más, cuando vimos salir del edificio de las Cortes a la conciencia moral del país y a un pedacito de su soberanía con el rabo entre las piernas, y sólo a unos pocos diputados, los de Izquierda Unida y el Bloque Galego, con aquélla bien alta. ¿Qué había ocurrido para que una cosa así sucediera, es decir, qué se había votado? Pues sencillamente esto: ¿qué hacemos con los símbolos religiosos católicos presentes en las tomas de posesión de los cargos públicos, los dejamos donde están o limpiamos la mesa? Y de paso, ¿revisamos los acuerdos con el Vaticano o le dejamos que siga mandando en ciertos asuntillos internos sin importancia en materia de educación, del uso de los dineros públicos, etc.?


La respuesta a ambas preguntas, dada por un país democrático, con 30 años de Constitución laica, ¿cuál puede ser? Pues la obvia: con lo monos que están los simbolitos sobre la mesa y el juego que hacen con nuestro santo pasado, ¿cómo vamos a quitarlos? ¿Y si de repente nos volviéramos laicos (pues sí, de repente, pues al no haber norma alguna sobre los símbolos religiosos en las tomas de posesión, no se requiere el cambio de ninguna norma para quitarlos e imponer en su lugar el sentido común junto, en fin y ya que está, a la letra de la Constitución), cómo íbamos a ser, quién nos reconocería, si ni siquiera nosotros mismos sabríamos muy bien qué es ser así? Pues no, nada de hacerles el juego a los siquiatras, a la postre los genuinos beneficiarios de la pérdida de algunas esencias y otros perifollos símiles, y nosotros a lo nuestro y que viva España, capital Castelgandolfo.


Igual una parte de la ciudadanía quedó atónita, pues igual hasta se le ocurrió alguna perogrullada como lo siguiente: eso vaticano, ¿qué es? ¿Se trata –un poner- de una confesión religiosa? Pues arreando, que es gerundio, y a casita, que en la casa de todos está de más. ¿O se trata de un Estado? En tal caso, ¿por qué no se les atribuyen a los demás Estados del mundo las mismas prerrogativas? ¿O a ninguno, si ello resultare más cómodo?


Sus señorías, en cambio, tan compuestos. Los afiliados al partido del gobierno, por ejemplo, votaron con el gobierno, que, como siempre, tras sus reglamentarios dos resoplidos laicos pasaron a la acción y votaron religioso, y quién sabe si cantaron algún aleluya mientras salían en busca de los del PP, del que la Iglesia Católica sigue siendo su chulo político, ahora en la oposición como antes en el gobierno, y todos juntos en pos de las papales bendiciones y quién sabe si alguna velada indulgencia (naturalmente, también los nacionalistas recibirían las suyas, porque en el fondo, ya ven, nuestros diputados se aman). Tendremos desde ahora que supervisar los registros de propiedad celestes, no vaya a ser que se empiece ya a trocear el suelo divino más próximo a Dios –que, intuyo, debe ser en ese mundo lo que la playa en éste- en parcelas, se las repartan entre quienes yo me sé y luego los demás nos quedemos sin ver nada y sentados a la izquierda por la eternidad. Amén.


Con todo, tengo para mí que el premio a la excentricidad mayor corresponde sin parangón al partido del gobierno, cuyo cinismo no creo que engañe ni a sí mismo, por mucha retórica que echen en sus declaraciones o por muchas que sean las ocasiones en que declaren. Su insistente táctica de nadar –hacer profesión de fe laica- y guardar la ropa –votar siempre lo mismo que los cristianos viejos soberanos en el PP- difícilmente topará en la España actual con su merecido electoral, lo que le garantiza larga vida a su cinismo; quizá produzca cierta zozobra en alguna conciencia personal, eso sí, si bien no pasará de ahí, pues ya expuso en su día Alfonso Guerra la doctrina oficial del partido sobre el comportamiento de sus cargos electos -para otras cosas, desde luego, pero por qué no también para ésta-, a saber: el que se mueva no se sale en la foto, una fórmula que saca al absolutismo muy sonriente en ella, por cierto.


Si, como a veces se dice, los símbolos religiosos quedarían muy bien en el baúl de los recuerdos, ¿qué impide darles sepultura? El portavoz del Grupo Socialista y un notable del partido lo han explicado casi con idénticas palabras: “la laicidad debe ir al ritmo de los cambios sociales” (cursivas mías). ¡Se hizo la luz, ya ven! ¿Significa eso que habrá alguien que dicte el ritmo?, ¿o alguien que determine el ritmo y decida que llegada es la hora, hermanos? En realidad, significa eso y varias cosas más, a veces contradictorias; y con ello su herencia: una zona de penumbra en la que cabe un uso político del arbitrio, un uso coercitivo de la fuerza en materia de conciencia y un pulso político, susceptible de terminar o no en acuerdos, entre él –el Gobierno- y ella –la Iglesia- y del que los laicos y el laicismo serán las seguras víctimas terrenales de tanto patriotismo. En resumen: habrá, pues, “laicidad” cuando lo mande el amo (o el ama, se entiende).


Por lo demás, eso de ajustarse a los ritmos de los cambios sociales, ¿es divisa nueva, tiene futuro o se trata de algo coyuntural? ¿Se esperó a eso cuando se aprobó la ley del divorcio o la del aborto? ¿Se está esperando a eso para aprobar el cacareado cuarto supuesto de aborto, que tan triunfal despliegue mediático tuvo en su día? ¿Se habrá cogido el ritmo el día que la Iglesia deje de chantajear al respecto? ¿Están ya maduros “los ritmos de los cambios sociales” como para haber aprobado una ley de igualdad que es la envidia del futuro para una infinidad de países? ¿O nos salimos de ritmo al aprobarla? ¿Y en lo que respecta a la financiación pública de la Iglesia, cómo estamos de ritmo en eso: será el cambio de la misma hasta ponerse a la altura de los tiempos la señal de que hemos madurado todos? Desde luego, siglos de calvario por la farsa, la prevaricación y la amenaza le acostumbran a uno hasta los huesos, le vuelven tradicional en ciertas cosas: pero, ¿tanto como para boicotear toda sombra de lo nuevo, como el personaje de Molière, con la que humanizar la sinrazón en este país? A propósito, ¿quedará en el organismo del partido socialista alguna gota de sangre antigua, cuando se apostaba por un nuevo mundo, o está ya plena y definitivamente acompasado “al ritmo de los cambios sociales”?


Y no se olvide una cosa más. Italia nos ha enseñado a recelar del uso del término laicità, porque el primero en predicar con el ejemplo en ese sentido es el Vaticano mismo, pues entiende con total claridad que Iglesia y Estado son dos cosas separadas: con la misma claridad con la que entiende que aquélla tiene derechos de ingerencia eternamente adquiridos gracias a su naturaleza sobre éste (el resultado de la misma es un doloroso espectáculo típico de la política italiana repetido en otros lares: ver a los laici in ginocchio, a los laicos de rodillas, por decirlo con el título de un libro soberbio de Carlo Augusto Viano). En cambio, entiende mucho menos el de laicismo, al que por deporte condena, pues sabe perfectamente que en ese caso la separación entre las dos cabezas del águila, como decía Rousseau, es real, y que sería una fulana ética cualquiera si en esa circunstancia quisiera llevar una vida pública. En fin, al Vaticano le gusta tan poco el laicismo como a muchos curas norteamericanos les gusta tan mucho los culitos pueriles y de adolescentes, preferentemente varoncitos. En ese sentido, no estaría de más precisar si el uso de un término por así decir raro en castellano se corresponde con el uso italiano del mismo o con su uso francés, donde es simple sinónimo de laicismo. Aunque mucho me temo que sea esa ambigüedad lo que en este punto está deliberadamente calculado.


Se admiten apuestas acerca de la fortaleza y de la legitimidad de la planta democrática cuando se aceptan riegos con agua bendita.

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