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Bandera de Uruguay

[Uruguay] ¿Laicidad o proselitismo?

Descargo de responsabilidad

Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:

El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.

Hace tiempo ando rumiando lo que todos dicen: que la sociedad está polarizada, que nadie escucha a nadie y que las redes sociales nos encierran entre gente que piensa como nosotros y por lo tanto refuerzan nuestras convicciones. Que ya no se discute con argumentos y con respeto y que cuando se acaban los argumentos surgen con rapidez los agravios. Si bien hemos tenido momentos críticos en nuestra historia, la abundancia de calificativos (o descalificativos), de sostener noticias que se saben falsas y judicializar cualquier acto del contrario que pueda hacer bulla para tener “5 minutos de fama” hablan, para mí, de un deterioro importante de las normas de convivencia y, por ende, de la democracia. Porque la democracia implica necesariamente el reconocimiento y respeto de las diversas miradas que coexisten en una sociedad. Escuchar la diversidad y tolerar la divergencia. No ser neutrales, sino expresar lo que pienso con respeto y estar dispuesta a escuchar al que piensa distinto. Esta idea de no ser neutral sino respetuoso y tolerante me lleva al debatido concepto de laicidad.

La laicidad ha sido una seña diferencial de la educación pública de Uruguay en el contexto latinoamericano. Este concepto, expresado en el artículo 5 de la Constitución, es definido por varios constitucionalistas como la “neutralidad o abstención ante el fenómeno religioso por parte del Estado”. Sin embargo, cada vez más hay una confusión (intencional o no) de extenderlo a concepciones políticas y filosóficas. ¿Cuándo se produjo ese vuelco? Hasta los años 60 del siglo pasado Uruguay la libertad de cátedra de educadores y científicos fue central para consolidar el perfil laico y republicano de nuestra educación. Sin embargo, con la llegada de la Guerra Fría cundió el temor de que los jóvenes recibieran enseñanzas “foráneas” y de que la educación se usara como coto de caza político. Así, en 1973 a partir de un texto de Guillermo Ritter, la laicidad se separó de los temas religiosos, vinculándola con la “politización” de las instituciones educativas. En los hechos, los adversarios de la laicidad pasaban a ser “el dogmatismo político de los Estados Autoritarios: nazismo, fascismo y marxismo”. Concretamente, el marxismo. El texto propone que el Estado actúe para “defender a la democracia” y salvaguardar la propia existencia de la nación uruguaya y sus valores “esenciales”. Sin embargo, en el mismo momento histórico, Reina Reyes sostenía que “laicidad no es neutralidad” y alertaba sobre los peligros del traslado “de lo religioso a lo político” porque el “temor a violarla puede transformar al educador en un ser alejado de la realidad, […] y, por lo tanto, inoperante y hasta nefasto para la formación del hombre del futuro”. Sin embargo, el cuco del comunismo internacional se impuso.

Hoy por hoy y luego de un proceso autoritario de 12 años, aquella laicidad sigue vigente en ciertos estamentos de la sociedad y se la esgrime contra la libertad de cátedra, el profesorado, el magisterio y la tradición republicana y ha rebrotado en su sentido autoritario en los sumarios impuestos a los docentes del Liceo 1 de San José y en las demandas hacia la UdelaR por permitir en algunos de sus edificios carteles que llamaban a la derogación de la LUC.

La Directora General de Jurídica de la UdelaR, Mariana Gula, acuerda con que varios actores políticos confunden los conceptos de laicidad y proselitismo. Los manejan “de manera indistinta, mezclados en su alcance y sin establecer los fundamentos” que justificarían las denuncias. El proselitismo, señala, se refiere a los funcionarios públicos, quienes están “al servicio de la nación y no de una fracción política”, y en el Código de Ética de la Función Pública, texto aprobado por todos los partidos en 2019, se plantea que sólo es ilícito el proselitismo político partidario. La confusión entre laicidad y proselitismo busca transformar la primera en un instrumento de control político, censura y persecución.

Sin embargo, esta noción de laicidad no parece aplicarse en la transformación educativa en curso. Al menos en los programas de Historia de lo que sería noveno grado (actualmente, 3° de liceo).  Me refiero a la modificación de la bibliografía recomendada a los profesores, la que, además de disminuir el total de libros, elimina de la lista un libro del historiador Carlos Demasi, en tanto incluye La agonía de una democracia, de Julio María Sanguinetti.

¿Será inocente que los diseñadores de la transformación confundan un ensayo escrito por un protagonista político con investigación histórica rigurosa y sometida a metodología científica?

La investigación histórica estudia eventos y sucesos que sucedieron en el pasado de una forma objetiva y lo más exacta posible, basada en fuentes primarias, secundarias y en muchas ocasiones se apoya en otras disciplinas. Tiene ciertas características que la diferencian de otras fuentes de conocimiento. Una de ellas es que la información que se estudia no depende tanto del autor de la investigación. Es decir, la investigación histórica se fundamenta en datos que surgen de documentos y material del tiempo en el que sucedieron los hechos y de libros o ensayos escritos sobre esos hechos. Es decir, seguramente el libro de Sanguinetti constituya un insumo para una investigación histórica pero NO ES información validada, sino solo la opinión de un protagonista que no es historiador.

Un ensayo es otra cosa y con seguridad que los redactores de la reforma educativa lo saben. Un ensayo es un tipo de texto en el que un autor expone, analiza y examina, a través deargumentos, un tema determinado. El propósito es fijar su posición al respecto y se caracteriza por ser una propuesta de reflexión, análisis y valoración. Si bien la manera de abordar un ensayo varía en función de los autores, por lo general los ensayos están basados en una visión personal y, por tanto, cargados de subjetividad. Es el caso del libro de Sanguinetti, persona implicada en los hechos que analiza, pero que además, selecciona la información que le conviene para argumentar sus hipótesis. Un historiador, por el contrario, DEBE manejar toda la información. Entonces, un ensayo escrito por un político de prolongada trayectoria, dos veces presidente de la República y actualmente secretario general del Partido Colorado, puede ser muy interesante pero no un libro de referencia para los profesores de historia. Porque no es información científica, es el alegato de un protagonista, en el que el autor selecciona datos y acota la descripción de los hechos en función de la tesis que quiere demostrar. Si al menos hubiera otros autores que argumentaran una tesis diferente podrían ser insumos bibliográficos pero ¿una sola visión?

A su vez, la Ley de Educación de 2008, al tiempo que define el concepto de laicidad, impone obligaciones a las entidades educativas. Entre ellas, la de “asegurar el tratamiento integral y crítico de todos los temas […] mediante el libre acceso a las fuentes de información y conocimiento”, para “que posibilite la toma de posición consciente de quien se educa”. Además, “impone la obligación de garantizar la pluralidad de opiniones y la confrontación racional y democrática de saberes y creencias”, señaló también la Dra Gula. Es decir, se está faltando a la Ley de Educación vigente. ¿Vamos a cerrar los ojos a los argumentos porque viene del contrario sin considerar que estamos jugando con la formación de nuestros jóvenes? ¿Vamos a seguir dividiéndonos en “hinchadas” sin reflexionar sobre los argumentos?

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