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Virgen de la Montaña. Wikipedia

La virgenmanía en Cáceres y los monaguillos de la pública

La ciudad de Cáceres vive su segunda bajada del año de la Virgen de la Montaña por el Centenario de su Coronación, con 38 días de visitas a espacios religiosos, colegios, residencias de mayores e incluso el centro penitenciario.

Tan solo Extremadura laica, a través de algunos medios minoritarios, ha manifestado su denuncia de tanto mamoneo en interés de la Iglesia.

La Real Cofradía de Nuestra Señora la Santísima Virgen de la Montaña de Cáceres mostró, desde el primer momento, un crecido entusiasmo y participación en todos los actos que apuntalaron el triunfo del golpe de Estado de julio de 1936 en esta capital extremeña. Nada más producirse la traición al orden constitucional dicha cofradía tomó partido por los sublevados, como botón de muestra de la conducta general seguida por la Iglesia española, que se sumó al paso alegre de su paz al asesinato de personas honradas, algunas de ellas incluso sinceros creyentes. A día de hoy, dicha cofradía aún no ha hecho el obligado examen de conciencia ni mostrado contrición alguna, es decir, que no ha pedido perdón a los cacereños y cacereñas por los crímenes que en nombre de su dios se cometieron entonces, entre ellos el asesinato de 34 vecinos en la Navidad de 1937, con el alcalde constitucional Antonio Canales a la cabeza. Una forma macabra de celebrar el santo advenimiento. Que su dios les perdone, porque los demás ni perdonamos ni olvidamos.

Santa Eulalia

Basta con seguir la prensa histórica de aquellos días para saber de lo que hablo. En las primeras semanas tras el golpe la cofradía se afanó en repartir medallitas y “detentes” del Sagrado Corazón de Jesús a quienes iban al frente o, también, a quienes pasaban día, tarde y noche desfilando uniformados por las calles de Cáceres, a ritmo de marcha militar, entrando de vez en cuando en alguna que otra vivienda de rojo para dar un buen escarmiento. Como costumbre de todo buen golpista se impuso subir al Santuario de la Montaña, a orar ante el icono religioso de la Señora y salir a la explanada de afuera a pegar unos cuantos tiros, en salvas a la Virgen. Así, por ejemplo, hicieron los legionarios que recalaron en la ciudad a mediados de agosto de 1936 y así lo narró el Extremadura, Diario de Acción Católica, en su edición del 17 de ese mes. Según este periódico, que no ha variado en el fervor santurrón al homónimo de hoy, los legionarios del tercio eran “piadosos, gente noble, de corazón generoso”. Quien les mandaba, el comandante Carbonell, contó ufano al periódico la gesta golpista de su bandera, su llegada en trimotor desde Tetuán a Jerez de la Frontera, su rápido avance hacia Sevilla, su bautismo de fuego en Cazalla de la Sierra, “donde realizaron una operación de consolidación y limpia” (textual). Allí habían sido asesinadas 64 personas de derechas. Luego, cuando llegó Carbonell y su gente, mataron a una media de tres vecinos por cada uno de los caídos por Dios y por España, en total más de 160 personas, arrojadas a una fosa común.

Mientras Antonio Canales esperaba en la cárcel su pronto asesinato, quien usurpó su sillón determinó que la entonces Avenida del 1º de Mayo pasara a llamarse Avenida Virgen de la Montaña, nombre con el que sigue

Poco después, en octubre del 36, la cofradía entronizó a su Señora en el domicilio de la Falange, en la calle Canalejas. Las jóvenes y no tan jóvenes de la Sección Femenina entonaron el himno “Reina de la Montaña”. Como colofón a tan apasionada devoción mariana, en diciembre de 1936, mientras Antonio Canales esperaba en la cárcel su pronto asesinato, quien usurpó su sillón determinó que la entonces Avenida del 1º de Mayo pasara a llamarse Avenida Virgen de la Montaña, nombre con el que sigue. A partir de entonces hermanos cofrades, munícipes espurios, militares golpistas y fascistas de gatillo fácil se llevaron a partir un piñón en esa nueva tarea de hacer la guerra y las cosas que en esta acontecen.

Durante el mes que llevamos con la “Marimonti” (nombre con el que muchos cacereños y cacereñas conocen al fetiche que otros y otras llaman La Santísima Madre), en un sin parar de procesiones, visitas a colegios, cuarteles, hospitales, edificios de la administración pública, etc., a la vista está que en esta comunidad autónoma no hay dios que entienda qué cosa es o debe ser la laicidad de los estamentos y autoridades públicas, que se nutren, viven y gestionan los dineros de todos y de todas, creyentes y no creyentes.

Llama la atención que, incluso partidos que se autotitulan de izquierdas, participen con entusiasmo en la virgenmanía y colaboren con una cofradía que goza de privilegios frente al resto de asociaciones de Cáceres, tanto religiosas como no religiosas. El mimo con el que las administraciones públicas tratan al proselitismo montañista de raíces clericales se traduce no solo en cesión de espacios, tiempos y rendida pleitesía, sino también en inversión de dineros públicos, como el reciente gasto de 450.000 euros derrochado en la rehabilitación del Santuario de la Montaña, propiedad de la Iglesia, donde esta no puso ni un euro, asumiendo el coste total, a pachas, la Junta de Extremadura, el Ayuntamiento de Cáceres, la Diputación Provincial de Cáceres, Caja Extremadura y Caja Badajoz, a razón de 90.000 euros cada uno. Por lo que se ve, las instituciones siempre han estado más cerca de las Hermanitas de los Pobres que de los pobres.

Llama también la atención que este fanatismo popular participado de las instituciones públicas, tan propio de esta como de otras religiones, pase desapercibido a la supuesta intelectualidad, academicismo y élite cultural de Extremadura

Llama también la atención que este fanatismo popular participado de las instituciones públicas, tan propio de esta como de otras religiones, pase desapercibido a la supuesta intelectualidad, academicismo y élite cultural de Extremadura, que no solo permanece callada ante el pisoteo de la laicidad a la que se debe la cosa pública, sino que participa incluso en los rituales y ceremonias, dejándose ver mientras porta los amuletos necesarios para la ocasión. Universidad, mundillo del arte y de la cultura, políticos que creíamos peleones por el bien de lo público, callan y otorgan, no vaya a ser que se les tache de precitos y sean condenados a la exclusión eterna de la farándula subvencionada. Se echa de menos no digamos ya un Bertrand Russell o un Richard Dawkins entre semejante elenco, a quienes posiblemente ni habrán leído, pero a las claras está que su silencio y acatamiento monago, con el que coadyuvan a la sacramental, causa sonrojo al librepensamiento, pues con su ejemplo, mientras entonan el nuevo himno de la “Reina de la Montaña” (el viejo daba cierto tufo fascista), educan a una ciudadanía que comparte una ilusión colectiva, legitimando el ejercicio público y consentido de una fe que debería ejercitarse en el ámbito de lo privado, con autofinanciación y acceso a los recursos públicos en igualdad de condiciones, derechos y oportunidades que el resto de la sociedad civil. Tan solo Extremadura laica, a través de algunos medios minoritarios, ha manifestado su denuncia de tanto mamoneo en interés de la Iglesia.

Tras semejante ejercicio de educación pública, a cargo de quienes deberían ser ejemplo de la ciudadanía por el hecho de ostentar cargos o puestos para los que fueron elegidos sin tener en cuenta la condición religiosa, no es de extrañar que en todos los estudios que se hacen al respecto, Extremadura siga siendo de las últimas comunidades en laicidad pública y social, con el mayor número de alumnos y alumnas apuntados aún a esa aberración de la materia de Religión en la educación reglada, al mismo tiempo que supera al resto de las comunidades en cuanto a índice de población no lectora.

Es más, no solo no disminuye, sino que aumenta el analfabetismo lector, mientras nuestras autoridades se encomiendan a dios y a la virgen para que la cosa vaya a mejor. Habrá que esperar un milagro.

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