Cambios sociales. El acceso a la educación y al trabajo remunerado no ha acercado aún a la igualdad en el Magreb y Oriente Próximo
Esclava de un patriarcado travestido de dogma religioso y de unos estereotipos que en Occidente la describen a menudo con los rasgos del mito de la odalisca (como la sumisión y el exotismo), la mujer árabe no es una advenediza en la lucha por la libertad y la democracia.
En Túnez, en Egipto, en Marruecos, en Libia, incluso en el conservador Yemen, las mujeres árabes no sólo han caminado junto a los hombres en las manifestaciones contra las tiranías, sino que han sido precursoras del cambio con una lucha que ya dura décadas por lograr la igualdad. También por sacudirse el doble yugo al que están sometidas: el de la dictadura y el de la marginación producto de su condición femenina.
"Las mujeres estamos alzando la voz y la respuesta es positiva", recalca Afrah Nasser
Es la "revolución silenciosa", en palabras de Gema Martín Muñoz, directora de Casa Árabe, que ha hecho que las mujeres "desempeñen un papel crucial en el proceso de cambio inmenso e irreversible en el que están comprometidas las sociedades árabes".
La urbanización, el paso de la familia extendida a la familia nuclear, la disminución del número de hijos por mujer y, sobre todo, la educación femenina y su progresiva incorporación al mercado de trabajo han conllevado cambios sociales en el mundo árabe que no son en absoluto ajenos a las revueltas democráticas.
Túnez, el país donde todo empezó, es un caso paradigmático. Sin que se pueda hablar de igualdad, las leyes de este país son las que menos discriminan a la mujer de todo el Magreb y Oriente Próximo. Ya en 1957, Túnez abolió expresamente la poligamia y el repudio, aunque mantuvo otras desigualdades como que las mujeres siguen heredando la mitad que los hombres.
Orgullosas de unos logros a los que no piensan renunciar, miles de tunecinas, universitarias, sindicalistas, mujeres rurales, se echaron a la calle con los hombres para clamar contra el dictador Ben Alí el pasado mes de diciembre. El 14 de enero, el día que el déspota se vio forzado a partir al exilio, muchas de las 8.000 personas que le gritaron que se marchara en la manifestación de la avenida Habib Burguiba de Túnez eran mujeres. Sobre una jardinera, a un paso de una muralla de antidisturbios pertrechados para la represión, una abogada, Leila Ben Debba, arengaba a la multitud junto a uno de sus colegas varones. En otro frente vital para la difusión de las protestas, el de internet y las redes sociales, blogueras como la joven Leila Ben Mheni, de 27 años, afrontaba la censura del régimen en su bitácora A Tunisian Girl.
El ejemplo de las tunecinas cundió en Egipto y en el resto de países que se han alzado después, con el sorprendente resultado de que las mujeres se hicieron merecedoras de respeto a ojos de muchos de sus compatriotas masculinos. Durante la revuelta popular que acabó con la caída de Hosni Mubarak, muchas egipcias encontraron en la plaza Tahrir un inusitado espacio de libertad y dignidad. El acoso sexual y el manoseo que padecen las egipcias en cuanto un espacio público se abarrota desaparecieron esos días en la plaza.
Un espacio de libertad
"El acoso era una forma con la que la gente pagaba la represión que sufría del régimen"
"Ahora ni nos miran", explicaba en la misma plaza Mariam Quessny, una diseñadora de interiores de 24 años. "Dan ganas de preguntarles ¿qué ha cambiado? Somos los mismos que hace un mes en la misma calle", se preguntaba Quessny.
"La diferencia es que ahora la gente está en un espacio de libertad en el cual se pueden comportar tal y como son y por eso nos respetan. El acoso era una de las formas con la que la gente pagaba la represión que sufrían del régimen", analizaba Rowan Elshimi, una activista egipcia de 23 años que acudió desde el primer día a las protestas.
Aya Khalil, estudiante egipcia en Estados Unidos, resalta también el papel que han desempeñado sus conciudadanas en derrocar al dictador: "Muchas egipcias participaron en las protestas y a medida que pasaban los días su participación iba en aumento. Incluso las que no salieron a la calle, las apoyaban. Por ejemplo, una prima mía, que acababa de tener un bebé y no podía ir a las concentraciones, empujó a su marido para que fuese a protestar cada día, a pesar de los riesgos y de la violencia. Además, las mujeres tuvieron un papel muy importante en los medios de comunicación, escribiendo artículos y organizando las protestas a través de internet".
Las revueltas han servido de catalizador de la lucha de la mujer árabe, incluso en países tan reaccionarios como Yemen. "Las mujeres yemeníes no podemos, literalmente, levantar nuestra voz en público. Incluso llamar la atención a un conocido que no te ha visto por la calle está considerado inadecuado para una mujer. Pero desde que han empezado las manifestaciones esto ha dado un giro de 180 grados. Las mujeres estamos levantando la voz y, además, la respuesta es sorprendentemente positiva", explica Afrah Nasser, bloguera yemení.
"Al principio había pocas mujeres manifestándose, sólo unas diez, frente a la Universidad de Saná, pero cada día había más, porque las manifestantes han ido trayendo con ellas a sus hermanas y amigas", continúa esta activista.
Un testimonio viviente de que, lejos de cumplir con el tópico de fémina sumisa, la mujer árabe ha afrontado la represión desde hace décadas, es la saharaui Degja Lechgar. En libertad provisional y pendiente de juicio en Marruecos por haber viajado en 2009 a los campamentos de refugiados de Tinduf (Argelia), recuerda que, en noviembre, antes del inicio de las revueltas, las mujeres saharauis estuvieron en primera línea en las protestas por el brutal desmantelamiento del campamento Dignidad en El Aaiún.
Degja conoce la cárcel y los abusos del régimen marroquí. En 1980, fue encarcelada "junto con otras 56 mujeres", por haber participado en una manifestación. Pasó 12 años en prisión y, en 2009, tras ser arrestada por su visita a Tinduf, fue encarcelada de nuevo durante tres meses.
"La mujer saharaui ha dirigido y organizado muchas manifestaciones, siempre pacíficas, contra la férrea ocupación militar marroquí", recalca la activista.
La lucha femenina en el Magreb ha dado ya frutos esperanzadores. El pasado 11 de abril, la Alta Instancia para la Realización de los Objetivos de la Revolución, el organismo que está haciendo las veces de Parlamento interino del país, adoptó por amplísima mayoría la paridad entre hombres y mujeres en las listas para las elecciones a la Asamblea Constituyente que se celebrarán el próximo 24 de julio.
Para evitar que la medida sea meramente cosmética y que las mujeres queden relegadas a los últimos puestos de las candidaturas, estas listas serán además del tipo conocido como cremallera; es decir, con alternancia de hombres y mujeres. Tras la adopción de la medida, hasta los islamistas del partido moderado En Nahda aplaudieron con entusiasmo.
El impulso que las revueltas ha dado al feminismo magrebí contrasta con lo sucedido en países como la retrógrada Arabia Saudí, donde las autoridades incluso han reforzado el dispositivo represor hacia las mujeres por miedo a un contagio liberador de los países de su entorno.
"En 2008 había señales que nos hacían creer que habría cambios, por ejemplo, que se permitiría a las mujeres conducir en las ciudades, pero la presión de los extremistas y las revueltas han significado un retroceso. Desde lo de Egipto, las autoridades están tensas y hacen saber que este no es momento para discutir temas que considera en el último lugar, como los de la mujer. También creíamos que finalmente se concedería a la mujer el derecho al voto, pero no es así", deplora Wajeha al Huwaider, cofundadora de la Asociación para la Protección y la Defensa de los Derechos de las Mujeres en Arabia Saudí.
Otras mujeres árabes temen perder los logros de su revolución. En Egipto hay señales preocupantes, como el hecho de que el proyecto de Constitución elaborado por el Gobierno militar prohíba que una mujer sea candidata a presidente.
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