Desde que Nietzsche popularizó la frase “Dios ha muerto” y predijo que las iglesias serían sólo su sepulcro, la religión no dejó de renacer. La diferencia, ahora, es que lo hace en el discurso político y vuelve al debate de ideas en boca de filósofos como Vattimo o periodistas como Christopher Hitchens quien acaba de publicar Dios no es bueno.
En 1209 la ciudad francesa de Béziers fue saqueada y la población cátara masacrada por fuerzas papales que se encontraban bajo el mando de Simón de Montfort. Poco antes de los ataques, un oficial le preguntó a Montfort cómo debía hacer para reconocer a los “herejes” de los “verdaderos cristianos”. El capitán, con sequedad, le respondió “Mátenlos a todos, Dios reconocerá los suyos”.
Esos “suyos” son los que multiplican aún hoy su nombre casi como un mandamiento más. La palabra Dios está en todas partes. Y no sólo aparece por millones en Google y en las marquesinas de las cada vez más numerosas iglesias evangélicas. La omnipresencia divina trasciende en la actualidad todos los escenarios. Sale de los templos, atraviesa escritorios políticos, se desparrama en las creencias populares y se reproduce insistentemente en territorios habituales y extraños. Esto no fue siempre así. Existe un palpable retorno de la espiritualidad, los creyentes entablan diálogos más personales con lo sagrado, lo divino, aquello que está por encima de los andamiajes de las grandes religiones y también de las más pequeñas que se reproducen casi diariamente.
Para muestra veamos novedades editoriales. En los últimos meses se han publicado libros con títulos como Dios no es bueno (Debate), de Christopher Hitchens; Ganarle a Dios (Edhasa), de Hanna Krall; Dios está en el cerebro (Norma), de Mathew Alper; No ser Dios (Paidós), autobiografía de Gianni Vattimo; Las políticas de Dios (Norma), de Gilles Kepel o incluso Por qué no podemos ser cristianos (Del Nuevo Extremo), de Piergiorgio Odifreddi, entre otros que lo aluden directa o indirectamente. Esos títulos no necesariamente reflejan una referencia al estudio de la deidad, pero no han podido obviar su mención.
Una voz resuena, repercute, molesta: ¿Se trata de un retorno, regreso, resurrección del nombre divino? “Creo que se habla de otra manera”, arriesga el ensayista Esteban Ierardo: “El hablar actual sobre Dios tiende a alejarse del compromiso con los dogmas o ritos de las religiones establecidas. La invocación a Dios es quizá ansia de una fuerza que dé sentido a la propia vida. Claro que la aproximación a lo divino sigue estando mediada por las grandes religiones monoteístas y por el creciente evangelismo y otros cultos (como Hare Krishna, budismo, yoga, o cultos populares, como el del Gauchito Gil). Pero ahora las vías tradicionales y colectivas de la religión conviven con la aparición de un sujeto que puede ser receptivo a varias creencias religiosas, pero sin perder por esto su independencia, su no pertenencia formal a ningún culto en particular”.
La sensación, casi certeza es que este Dios que entendemos como un viejo huésped se construye y reconstruye más allá de las estructuras religiosas, mal que le pese a las instituciones de todos los credos. A veces, hasta magnifica y se mezcla con el discurso político. En mayo de 2006, el presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, envió una carta abierta al presidente de EE. UU. George Bush, sobre la política global, donde ponía en evidencia la mezcla de discursos religiosos y políticos. Era muy llamativo el lenguaje utilizado. Ahmadinejad escribía: “Si los profetas Abraham, Isaac, Jacob, Ismael, José o Jesucristo (la paz esté con él) estuvieran hoy entre nosotros, ¿cómo juzgarían tales conductas?” En obvia referencia a la actitud bélica de Bush. “Me han dicho que su Excelencia sigue las enseñanzas de Jesús (la paz esté con él) y que cree en la promesa divina de un reinado de los justos en la tierra”, proseguía Ahmadinejad, recordándole que “según versículos divinos, todos estamos llamados a adorar a un Dios y a seguir las enseñanzas de los Profetas divinos” y agrega: “El liberalismo y la democracia de corte occidental no han podido contribuir a la realización de los ideales de la humanidad.
Hoy, esos dos conceptos han fracasado. Los más clarividentes pueden oír ya el ruido de la fractura y caída de la ideología y del pensamiento de los sistemas liberaldemocráticos”; y concluye: “Nos guste o no, el mundo gravita hacia la fe en el Todopoderoso y la justicia y la voluntad de Dios prevalecerán sobre todas las cosas”. Pocas veces ha ocurrido que presidentes de países tan diferentes compartan vocabulario místico. George Bush había dicho anteriormente que invadía Irak porque Dios se lo había pedido y Osama bin Laden, a su vez, decía haber emprendido una guerra santa contra los Estados Unidos. Todo dios es político.
Dice el filósofo francés Michel Onfray, autor del Tratado de ateología (De la Flor) y ateo militante, que en Europa hay un retorno hacia prácticas espirituales; que en los países de Asia y Oriente hay una expansión; y que en EE. UU. , un refuerzo. “El fin de las ideologías, de los grandes discursos políticos y éticos, dejó a los hombres desamparados, y éstos se refugian en un cielo que permite todos los delirios para hacer la vida más vivible –argumenta–. No satisfecho con la prohibición de comer el fruto prohibido, Dios no cesó de manifestarse mediante interdicciones. Las religiones monoteístas no viven sino de prescripciones y de exhortaciones: hacer y no hacer, decir y no decir, pensar y no pensar… Prohibido y autorizado, lícito e ilícito, los textos religiosos abundan en codificaciones existenciales, alimentarias, de comportamiento, rituales, etcétera”.
La noción de retorno no es buena, advierte Danièle Hervieu—Léger socióloga y directora de la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París. A mediados del siglo XX comenzó una proliferación de creencias que los grandes aparatos religiosos no controlaban. Hay desregulación, dice Hervieu— Léger, la manera en que se lleva a cabo el proceso de individualización, de subjetivación de creencias y, como, en efecto, se desmoronaron y continúan desmoronándose los grandes códigos gestionados por los aparatos religiosos. No hay retorno. Las instituciones religiosas tienen, de un modo variable según cada sociedad, cada vez menos influencia en las conciencias. Los individuos mismos fabrican todo tipo de pequeños sistemas de creencias en función de sus intereses, de su inspiración, de su disposición, de sus experiencias”
El origen de la fe
¿Cuándo nació Dios? ¿Hay origen? El sociólogo Emile Durkheim buscaba en su investigación la esencia del fenómeno religioso, es decir, las primeras noticias de la religión o de Dios y así llegó al totemismo. Anteriormente, Hegel había encontrado cómo distintos pueblos habían representado lo sagrado mediante símbolos naturales, piedras, flores, vegetales, animales. Dice el filósofo Rubén Dri que no se conoce pueblo sin religión. Esto, sin embargo, no constituye ninguna prueba de la existencia de la divinidad como se ha sostenido desde las instituciones religiosas y sus credos. Pero sí prueba que la religión forma parte esencial de la cultura humana; que no es un invento de chamanes, brujos, imanes o sacerdotes. “La religión surge de la necesidad de dar sentido a la realidad, de escapar al caos que significa el sinsentido. El hombre desde un principio no dejó de experimentar una fractura que había despedazado su integridad. Algo andaba mal. Se necesitaba una recomposición para que el caos no terminara de arrojarlo al sinsentido. Surge entonces una actividad esencialmente simbólica, destinada a otorgar sentido al grupo, etnia, tribu o pueblo y, en consecuencia, al individuo. Es la religión”, escribe Dri.
Hacia los años 2900—3000 aC. aparecen las primeras oraciones de los sumerios y posteriormente esa cultura de la oración religiosa fue parte de los babilonios. El primer monoteísmo se encuentra en el culto del dios solar egipcio Atón promovido por el faraón Akenatón que gobernó entre 1358 y 1340 aC. Este dios del sol es citado frecuentemente como el ejemplo de monoteísmo más antiguo del que se tiene conocimiento y a veces puede ser citado como una influencia formativa del judaísmo temprano.
El largo entierro
En el siglo XIX Friedrich Nietzsche declamó: Dios ha muerto.
Lo escribió en dos de sus obras pilares: La gaya ciencia y Así habló Zaratustra. De allí surge el fundamento del nihilismo, como consecuencia de esa muerte. Una idea que Hegel ya había esgrimido tiempo antes. Dice Onfray: “Dios no está muerto ni agonizante, al contrario de lo que pensaba Nietzsche, porque no es mortal. Las ficciones no mueren, las ilusiones tampoco; un cuento para niños no se puede refutar. Ni el hipogrifo ni el centauro están sometidos a la ley de los mamíferos. Un pavo real, un caballo, sí; un animal del bestiario mitológico, no. Ahora bien, Dios proviene del bestiario mitológico como miles de otras criaturas que aparecen en los diccionarios en innumerables entradas, entre ‘Démeter’ y ‘Discordia’. Así pues, Dios durará tanto como las razones que lo hacen existir; sus negadores también… ¡Parece un inmortal!”
A Dios se le atribuye omnipotencia (todo lo puede); omnisciencia (todo lo sabe); omnipresencia (todo lo abarca) y omnibenevolencia (es absolutamente bueno). Hay disidencias en cuanto al afirmar que es moralmente bueno. Christopher Hitchens en su libro Dios no es bueno dispara contra las religiones y dice: “La religión dijo sus últimas palabras inteligibles, nobles o inspiradoras hace mucho tiempo; a partir de ese momento, se convirtió en un humanismo admirable pero nebuloso, igual que le pasó, por ejemplo, a Dietrich Bonhoeffer, un valiente pastor luterano ahorcado por los nazis por negarse a actuar en connivencia con ellos. No habrá más profetas ni sabios de antiguo cuño, lo cual es la razón por la que las devociones de hoy en día son únicamente ecos de repeticiones del ayer, a veces elaboradas hasta el hilarante extremo de conjurar una terrible vacuidad”.
Ciencia vs. religión
Hubo un viejo enfrentamiento nunca definitivamente terminado entre ciencia y religión que no ha admitido posiciones intermedias. La teoría de la evolución era quizá el elemento más contundente en la separación entre ambos mundos. La disolución, el apartamiento de teorías como el positivismo científico y el marxismo que creían haber puesto a la religión en el terreno de lo mágico y lo ficcional, ha posibilitado un mayor diálogo entre las dos esferas.
Santiago Zabala, filósofo italiano, sostiene que después de la modernidad no quedan fuertes razones filosóficas para que un ateo rechace la religión ni para ser un teísta que rechace la ciencia. En la condición posmoderna, explica, la fe, que ya no está basada en la imagen platónica de un Dios inmóvil, absorbe estos dualismos sin encontrar en ellos ninguna razón de carácter conflictivo.
Ha habido un reto permanente y mutuo entre Iglesias y ciencia en el que temporariamente una de ellas ha tenido la pretensión de hacerse valer como única fuente de verdad. Gianni Vattimo dice que las discusiones sobre los milagros, sobre la posibilidad misma de demostrar o no la existencia de Dios, sobre la conciliación entre omnipotencia y omnisciencias divinas y libertad humana, estuvieron siempre motivadas por la idea de que “la verdad nos hará libres”. Sólo podía ser la verdad objetiva. La Iglesia hizo lo mismo y aplicó esa conceptualización a los enunciados de la Biblia. Vattimo dice que en ello han incluido aquellos preceptos que expresaban la astronomía y la cosmología de los antiguos como Galileo y el heliocentrismo o la orden de parar dada al sol por Josué delante de las murallas de Jericó, entre otros. “Ya fuera para responder al desafío de la ciencia moderna, ya para sentar las bases desde las cuales predicar el cristianismo a mundos y culturas remotas, lo cierto es que la Iglesia fue desarrollando de modo progresivo toda una doctrina de los preambula fidei en relación cada vez más estrecha con una metafísica de tipo objetivista”.
Dios, el retorno
En Francia ha surgido una tendencia paradójica: el ateísmo cristiano. Es la posición de algunos filósofos que dicen no creer en Dios (por lo cual son ateos), pero que suscriben a todos los valores cristianos (en lo que son, por lo tanto, cristianos y ateos). Es una idea que afirma al mismo tiempo la excelencia de los valores cristianos y la índole insuperable de la moral evangélica.
Richard Rorty ha sumado sus argumentos en un libro breve que publicó con Vattimo titulado El futuro de la religión (Paidós). Allí escribió: “Coincido con Hume y con Kant en que el concepto de ‘prueba empírica’ es irrelevante a la hora de hablar de Dios, pero este punto sirve por igual contra el ateísmo y el teísmo. El presidente Bush ha aportado un buen argumento cuando dijo, en un discurso destinado a complacer a los fundamentalistas cristianos, que ‘el ateísmo es una fe’, pues ‘no puede confirmarse ni refutarse mediante argumentos o pruebas’. Pero lo mismo puede aplicarse, desde luego, al teísmo. Ni los que afirman ni los que niegan la existencia de Dios pueden reclamar, de forma plausible, tener pruebas de su parte. Ser religioso en el Occidente moderno no tiene mucho que ver con la explicación de fenómenos específicamente observables”, argumentó Rorty.
Gianni Vattimo explica que habría que tomar en cuenta dos variantes para hablar del retorno de lo religioso. Por un lado, el retorno como exigencia, como nueva vitalidad de iglesias y sectas, como búsqueda de doctrinas y prácticas distintas: la ‘moda’ de las religiones orientales, etc. y está motivado por la inminencia de riesgos globales que nos parecen inéditos, sin precedentes en la historia de la humanidad. Empezó después de la Segunda Guerra Mundial con el miedo a una posible guerra atómica y siguió hasta el presente con el miedo a la proliferación de armas de destrucción masiva, los desmadres ecológicos, la manipulación genética, entre otros temores. Por el lado de la filosofía y de la reflexión explícita, el retorno de lo religioso parece producirse de formas muy diversas, ligadas a las vicisitudes teóricas que aparecen más bien remotas y contrastan con la inspiración, las más de las veces ‘fundamentalistas’, de la nueva religiosidad inspirada en los temores apocalípticos difundidos en nuestra sociedad. Por su parte, Zabala disiente: “El renacimiento de la religión en el tercer milenio no viene motivado tanto por las amenazas globales –el terrorismo o la catástrofe ecológica planetaria– como por la muerte de Dios, por la secularización de lo sagrado que ha estado en el centro del proceso a través del cual se ha desarrollado la civilización del mundo occidental”.
Años atrás el filósofo argentino Enrique Marí explicaba este resurgimiento que se hacía evidente: “Hay nuevos relatos que ponen en juego soluciones imaginarias, creencias mágicas, cosas que son semejantes a los mitos, simples supersticiones, relatos vinculados a mentalidades primitivas que aparecen junto a la religión tradicional. El hombre está atormentado por los problemas que tiene que reinventar para seguir viviendo. Atormentado por su condición, el hombre recurre a la religión y a la creencia para soportar las condiciones de la vida y sus avatares. Hay un desencanto de la época, la economía no da posibilidades de respuesta.
“En Oriente y Occidente la humanidad acosada por el ímpetu tecnológico, las guerras, la discutible muerte de Dios, la falta de cielos protectores, el exceso de desencantos y los fracasos de las utopías, recurre al diálogo de características religiosas. Algunos se vuelcan al budismo, es una moda que tiene muchos seguidores en Hollywood, aunque el último grito sea la Kabbalah, una forma mística del judaísmo.
Pero el mundo de lo sagrado, ¿es una novedad? Lo sagrado no se perdió, dice la antropóloga Verónica Riera “La cuestión de la pérdida es una construcción de nuestra sociedad porque en realidad lo sagrado es ahistórico. La pérdida es relativa, depende de quién lo enuncia, el mundo de lo sagrado es dinámico y cambiante a lo largo del tiempo, en todo caso la diferencia es que ahora hay conciencia de lo sagrado”.
“Si Dios creó el mundo, fue por temor de la soledad: ésa es la única explicación de la Creación”, pensó E. M. Cioran. Al fin y al cabo, la religión también sirve para combatir la soledad. De dioses y mortales.