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La pesada carga de la fidelidad a sí misma

"No se puede colaborar con el mal", ha sentenciado públicamente el arzobispo de Toledo y Primado de España, Antonio Cañizares, ante la  negativa de la Federación Española de Religiosos de la Enseñanza (FERE) a secundar el llamamiento a la objeción de conciencia en la asignatura de educación para la ciudadanía. A juicio del portavoz de la Conferencia Episcopal, recientemente consagrado obispo, Juan
Antonio Martínez Camino, el matrimonio homosexual "es la cosa más terrible que ha ocurrido en 20 siglos". El País, 30/12/07

Entre asombrado y expectante sigo las reacciones que se han producido después del acto protagonizado por la cúpula de la iglesia española el pasado 30 de diciembre en la Plaza de Colón, que bajo la convocatoria a favor de su modelo de familia, congregó a lo más entusiasta del nacional-catolicismo patrio, como demostracióninapelable de su vitalidad aunque escaso – numéricamente hablando –predicamento.

Desde luego, yo me he sentido doblemente agredido en mi condición de laico y jacobino, y creo que los esfuerzos desplegados por Rouco, Cañizares, Martínez Camino y demás, a favor de la confrontación civil desbordan ampliamente los límites de lo moralmente admisible y lo políticamente razonable.

"Todas las religiones son falsas y nocivas" dejó escrito Bertrand Russell, pero constato que tan rotundamente opuesta a la concordia civil, tan claramente partidaria de provocar la fractura social en un asunto tan delicado como la convivencia religiosa y tan exacerbadamente beligerante en una defensa de lo que estima sus derechos y son, simplemente, sus intereses, solo conozco a la jerarquía católica española actual que aún en estos inicios del siglo veintiuno, mantiene un discurso dogmático, en algunos aspectos con postulados puramente medievales, habitualmente a-científicos y siempre, ¡¡ siempre !! intransigente.

Es cierto que es la forma tradicional que ha tenido la jerarquía católica de reaccionar cuando sus intereses han sido puestos en riesgo por algo tan inevitable como es la progresiva pérdida de referencias y valores católicos – celibato, familia patriarcal,
sumisión de la mujer, resignación ante las injusticias y adversidades etc. etc. – pero no podemos dejar de observar que también se produce, simultáneamente a la disminución de seguidores y fieles, lo que verdaderamente moviliza a la estructura de poder eclesial: la pérdida de influencia social, la reducción de su poder político, su vocación de imponer sus respuestas al conjunto de la sociedad más allá de sus fieles y acólitos.

En una sociedad en la que – como magistralmente retrata El Roto en una de sus viñetas – la seña de identidad cultural es la incultura, debemos reflexionar ante esta reacción desbocada de la jerarquía de la iglesia porque, si el Estado no contrarresta sus desmanes, emprende una respuesta política junto con otra fundamentalmente ideológica y evade el contraste de discursos y propuestas en aras de la concordia y el apaciguamiento, ésta actitud será seguramente entendida como debilidad. Y el riesgo que corremos es que se desarrolle el caldo de cultivo propicio al surgimiento de los salva-patrias de turno, siempre dispuestos a sacrificar la vida – de los demás – por la defensa de sus intereses. Tras la confrontación con el gobierno, seguirá cuestionar la legitimidad del Estado y, a partir de ahí, cabe el llamamiento a la abierta insurrección civil como ya se ha producido – difusamente limitada – ante la asignatura de Educación para la ciudadanía.

Creo que la sociedad no dogmática – y al final es igual que la verdad revelada lo haya sido en una zarza o en una roca negra – debemos ser conscientes de que cualquier forma de fanatismo religioso, aparte de la negación más extrema de la evolución humana y sus conquistas científicas y sociales, entraña el riesgo de que se
desborden las pasiones más irracionales y destructivas.

Los palestinos saben lo que supone sufrir una teocracia en su versión política – se llama sionismo – y los indios nativos norteamericanos pueden dar fe de las ventajas de cruzarse en el camino de unos elegidos por Dios (al precio de ser 25 millones en el siglo XV y a estar al borde de la extinción cinco siglos después). No hablaremos de los nativos sudamericanos, de su exterminio y expolio, tributo necesario para satisfacer los deseos de riqueza de los poderosos y los designios de la iglesia de su época para devenir cristianizados.

En España, por ahora, la más grave amenaza y posiblemente tal vez única – que no nueva: sucedió algo parecido en cuanto a la actitud de la iglesia católica frente a la IIª República –, de dinamitar una convivencia pacífica y civilizada viene básicamente por la radicalización de la cúpula eclesial que, si consigue arrastrar tras de si a los miles de "franquista-católicos" que nutren el aún presente "franquismo sociológico", diariamente bombardeados radiofónicamente y con otros medios de comunicación colaboradores en la tarea de crispar los ánimos y soliviantar las voluntades, podemos asistir a un grave deterioro de la convivencia social y la estabilidad política.

Este capitalismo obsceno y descontrolado llamado "globalización" que arrasa con pueblos y culturas, que destruye la vida que conocemos y el medio ambiente que necesitamos para seguir viviendo, que no solo no provoca el repudio de la jerarquía católica sino que ésta está directamente implicada en la creación de las condiciones políticas que lo han favorecido,* necesita de consumidores, no de personas cultas y críticas, requiere espíritus sumisos y dóciles, no seres reflexivos e informados, en fin, del tipo de "fiel católico" tan querido de la jerarquía y tan ajeno a los reales problemas del hombre, encapsulado en un mundo tan primitivo y maniqueo como infantil y arrogante, anclado en situaciones históricas y esquemas mentales desfasados afortunadamente superados. Conozco personas católicas que viviendo intensamente su fe, abominan de una iglesia tan alejada de las enseñanzas cristianas y tan inmersa en los valores mundanos como el poder político y las riquezas materiales.

Dios, en sus diferentes versiones (Alá, Yhavé, Cristo…) ha sido el pretexto frecuentemente utilizado para justificar los más horrendos crímenes y salvajes saqueos y expolios. Cualquier fe que no se viva desde el interior del individuo, con el debido decoro y para la solidaridad y ayuda a los hombres, sino obsesionada por el poder terrenal y la hegemonía social, es difícil que no se convierta en una estructura nefasta y colaboradora de los más brutales tiranos: Hitler, Franco, Videla, Pinochet … han tenido el respaldo de la jerarquía católica de sus países y la aceptación cómplice de la Curia romana.

Es importante recordar esto cuando nos pretendan convencer de sus preocupaciones democráticas y de sus inquietudes humanas.

Bruno Moreno Racionero.
Miembro de la Asociación Laica de Rivas Vaciamadrid.

(*) "Su Santidad. Juan Pablo II y la historia oculta de nuestro tiempo", de Carl Bernstein y Marco Politi.

 

 

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