Exponer en las etapas finales de un seminario de las características de este implica un riesgo en torno a la posibilidad de reiterar conceptos ya expuestos por otros colegas en estos días. De todas formas, es necesario revisitar algunos conceptos que usualmente han sido utilizados en la producción local en forma disímil, así como hacer el esfuerzo de salir, al analizar este tipo de temáticas, de los padres fundadores de la sociología para enriquecer la reflexión dando cuenta de posiciones y trabajos de investigación científica algo más recientes.
Para comenzar hay que mencionar los términos secularización y laicidad, que han sido usados muchas veces con un mismo sentido, otras veces diferenciando alguno de ellos y, también muchas veces, con un sentido más ideológico que científico.
Demetrio Velasco nos introducía en la evolución que ha seguido la reflexión en torno a la secularización en los últimos tiempos. Es inevitable referirnos a Casanova, que ha hecho un claro aporte en la identificación de los distintos aspectos a los que se hacía alusión en el término secularización.
Durante mucho tiempo se confundió o identificó la secularización con un proceso de modernización social que conduciría inevitablemente a la desaparición de lo religioso. Según se entendía, la temprana separación institucional entre la Iglesia Católica y el Estado, así como el llamado proceso de secularización, implicaban necesariamente, por un lado, la privatización de lo religioso y, por otro, la progresiva desaparición de la religión —uno de los sueños más caros de la Ilustración.
Sin embargo, el dinamismo de los fenómenos religiosos es inequívoco en nuestro tiempo. Lejos de desaparecer, lo religioso está en pleno proceso de transformación, de reformulación en las condiciones socioculturales de la época actual. A propósito de esto, en 1999, Rodney Stark publicaba en la revista Sociology of Religión un artículo titulado «Secularization R. I. P. (rest in peace)» en el cual se refería a la muerte del término secularización, tal como había sido utilizado.
Casanova ha hecho un aporte significativo al tema, en términos de nuevas perspectivas y vías de clarificación. Citémoslo textualmente:
La teoría de la secularización puede que sea la única teoría que fue capaz de alcanzar una posición verdaderamente paradigmática dentro de las ciencias sociales modernas […] aparentemente no era ni siquiera necesario demostrarla, dado que todo el mundo la daba por sentada. […] nunca fue examinada con rigor ni tampoco formulada de forma explícita y sistemática.
Y comenta que, recién en los años setenta del siglo pasado,
Por primera vez fue posible separar la teoría de la secularización de sus orígenes ideológicos en la crítica a la religión de la Ilustración y distinguir la teoría de la secularización como una teoría de la diferenciación autónoma moderna de las esferas religiosa y privada, y separarla también de la tesis que mantenía que el resultado final del proceso de diferenciación moderna sería el progresivo desgaste, decadencia y final desaparición de la religión.
En los ochenta,
[…] tras la irrupción repentina de la religión en la esfera pública, (fue) cuando se hizo claro que la diferenciación y la pérdida de sus funciones sociales no suponían necesariamente la privatización.
La antigua teoría de la secularización se volvió insostenible ante las nuevas realidades y ello le lleva a este autor a tres afirmaciones de diferente entidad y nivel, que estaban incluidas en la vieja definición y que no tienen conexión entre sí:
i) la secularización como proceso de diferenciación y emancipación estructural de las esferas seculares —principalmente del Estado, la economía y la ciencia— respecto a la esfera religiosa;
ii) la secularización como decadencia de la religión; iii) la secularización como privatización, como desplazamiento a la esfera de lo privado.
El hecho de que estos tres aspectos se hayan dado en algunos lugares en forma simultánea, llevó a afirmar que eran un solo fenómeno, cuando en realidad son tres procesos diferenciados, de los cuales solo el primero parece ser un proceso estructural de largo plazo e irreversible, en tanto que el segundo no ha soportado la fuerza de los hechos, y el tercero ha demostrado ser diferente según las sociedades en que se manifiesta; mientras en algunas se expresa en lo privado, en muchas otras se expresa en lo público y, en los últimos tiempos, se produce una desprivatización de lo religioso.
Además de esta confusión conceptual, otro error común ligado a la afirmación de la decadencia de la religión fue el de confundir práctica cultual con religión o religiosidad. Por ello, cuando se daba cuenta —desde lo cuantitativo— del descenso de prácticas culturales se infería un descenso de la religiosidad o de las creencias. La religiosidad y las creencias no son reducibles a las prácticas cultuales; las trascienden ampliamente.
Un claro ejemplo de esta visión puede encontrarse en el trabajo de Carlos Rama, sobre la religión en el Uruguay, del año 1964.
Recordemos que las instituciones religiosas no son sino una manifestación histórica concreta del fenómeno religioso, pero no son todo el fenómeno religioso ni pueden abarcarlo. Intentar entenderlo, explicarlo y conceptualizarlo exige dejar de lado enfoques lineales, simplistas, que no dan cuenta de la complejidad de la vida societal, y aproximarse a ellos con una mirada atenta y crítica que no confunda los componentes con el conjunto.
Probablemente el peso de lo ideológico, más que de lo científico social, ha sido muy fuerte en nuestra sociedad al intentar leer esta realidad.
El término laicidad es un concepto polisémico y se utiliza según variadas circunstancias con significados o énfasis diferentes. Es necesario salir de lo abstracto y vago para avanzar hacia la comprensión más precisa de la realidad que este término quiere evocar (más adelante analizaremos los distintos énfasis que se encuentran en el debate público sobre laicidad que cíclicamente se expresa en el Uruguay).
Hablar de laicidad es una referencia para iniciados, como menciona Poulat. Este autor la define como el producto de acuerdos llegados entre un cierto número de opciones fundamentales o entre adversarios que se combaten en función de esas opciones.
En Uruguay, la laicidad como expresión concreta del proceso de secularización en que se reconoce la diferenciación de esferas entre lo religioso y lo secular, y se expresa jurídicamente en la separación de Iglesias o religiones y Estado, se presenta como un valor altamente compartido por el conjunto de la sociedad.
Recordemos que, en este país, la separación entre Iglesia Católica y Estado se concretó en la Constitución de 1918, luego de un largo proceso de enfrentamiento entre actores sociales que pugnaban por la construcción del novel Estado uruguayo y la ocupación de lugares sociales.
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Néstor Da Costa