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La impronta de la Virgen

Egipto, uno de los centros del islam, alberga un amplio patrimonio de vestigios de la cristiandad Peregrinos cristianos y fieles musulmanes desfilan ante el árbol de María

El cristianismo caló pronto en Egipto. El país del Nilo, hoy uno de los principales centros del islam, está repleto de lugares que forman parte del patrimonio de la cristiandad. Algunos se remontan a los primeros años de la vida de Cristo. Según la tradición, fue en el Egipto de los faraones, entonces bajo dominio del Imperio romano, donde buscó refugio la Sagrada Familia en su huida del rey Herodes. Jesús, José y María recorrieron el país de norte a sur durante los cuatro primeros años de nuestra era.
En Al Matariya, un barrio popular situado en el noreste de El Cairo, se levanta uno de los lugares más venerados por los cristianos coptos egipcios, un 8% de la población. La tradición sostiene que el Shagarat Mariam, el árbol de la Virgen María en árabe, acogió bajo su sombra a la Sagrada Familia hace más de 2.000 años. Hoy es una reliquia visitada por peregrinos cristianos y devotos musulmanes, y algunos vecinos le atribuyen milagros y poderes especiales.

El sicomoro
Se trata de un viejo tronco de sicomoro, la higuera propia de Egipto, de unos 10 metros de largo y contornos fantasmagóricos, que se sostiene medio en pie gracias a dos pilares de madera. Está protegido dentro de un recinto limpio y bien cuidado, cercado por un muro de piedra. Otro árbol, este de apenas medio centenar de años, enorme y frondoso, hace las funciones de centinela. Junto a la reliquia brota una fuente de agua sagrada.
Sami, uno de los guías del recinto, musulmán para más señas, explica las bondades curativas del Shagarat Mariam a dos devotas del islam, ambas enfundadas de la cabeza a los pies con una abaya negra al estilo saudí que solo deja al descubierto los ojos. "En época de Napoleón", narra con voz pausada, "los soldados franceses intentaron talar el árbol de María, pero al final resolvieron no hacerlo. La savia que brotaba del tronco curaba las heridas de guerra".
Para reafirmar sus palabras, pide a las dos mujeres que fijen la vista en el tronco, donde aparecen grabados los nombres de varios soldados del Ejército francés, que invadió Egipto en 1798. Las dos escuchan con atención. "Jesús y la Virgen María forman parte del islam y creemos en ellos", recuerda Samira, la que parece más joven de las dos.

En el recinto también está el padre Youhanna, un sacerdote católico que acompaña a un grupo de peregrinos franceses provistos de cámaras fotográficas. Acaban de llegar a El Cairo y la visita al árbol de María es la primera escala de un periplo por el Egipto cristiano. El religioso les explica la historia de la fuente que se encuentra justo en la entrada, a unos 20 metros del árbol milenario. Fue Jesús quien hizo brotar agua en lo que entonces era un paraje completamente desértico.
Ajena a la narración de Youhanna, una mujer se remoja el cabello bajo el chorro de agua. Se llama Salam y explica que es cristiana, etíope y que reside en El Cairo desde hace varios años. "Busco la baraka (bendicion divina). Esta agua viene de Dios", añade mientras las gotas le surcan el rostro moreno. "Me acerco aquí una vez cada dos semanas para rezar. Y cuando me duele la cabeza me la mojo con esta agua y le aseguro que las molestias desaparecen".

Creencia popular
Pero no es ella, ni el padre Youhanna, sino Sami, el guía musulmán, el que se refiere a una creencia popular que se ha conservado a lo largo de generaciones entre muchos vecinos de Al Matariya. "El pan no fermenta en la calle Haret Eid", dice en tono misterioso. "Y no lo hace desde que los habitantes de esta zona se negaron a dar pan a la Virgen María, hace 2.007 años".
No es fácil dar con Haret Eid, a pesar de que se encuentra a pocos metros del recinto, y hace falta preguntar a unos cuantos lugareños. Es un callejón sin salida, de apenas medio centenar de metros de largo, que queda casi engullido dentro de un laberinto de míseras callejuelas estrechas y sin asfaltar.
Cuatro mujeres de extracción muy humilde platican en el portal de una de las casas. Todas dan fe del milagro –o de la maldición, según se mire– de los panes, aunque matizan que el fenómeno, "de origen divino", ocurre solo un día cada año. "No es un día fijo, sino que va variando", explica una de ellas que, al igual que sus compañeras, deja claro que es musulmana. "Aunque prepares la masa en esta calle y la lleves a cocer a un horno en otro lugar, tampoco se cuece", asegura.

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