Con la profundidad documental y la densidad informativa que son su marca registrada, Horacio Verbitsky -periodista de Página/12- se lanzó a revisar la historia política de la Iglesia Católica en la Argentina.
El resultado fueron 1.500 páginas de texto, de las que dos años atrás entresacó "El Silencio", el libro donde se revela el aporte ideológico y hasta logístico de la Iglesia al aparato represivo de la dictadura. Del resto del material nació "Cristo Vence", una recopilación de las relaciones e influencias de la Iglesia con el poder político, desde 1880 hasta 1983. Hoy a las 19 en Ross Centro Cultural (Peatonal Córdoba 1347), con el periodista Carlos del Frade como anfitrión, Verbitsky presentará el primer volumen de "Cristo Vence".
-¿Cómo nace este proyecto de escribir una historia política de la Iglesia Argentina?
-Cuando en 1995 entrevisté al capitán Adolfo Scilingo me sorprendí cuando me dijo que el método de arrojar prisioneros al mar había sido consultado por la Armada con la jerarquía eclesiástica, que lo aprobó por considerarlo una forma cristiana de muerte. A Scilingo esa información se la dio el almirante Luis María Mendía, pocos días antes del golpe del `76 junto al resto de oficiales de la Armada en el cine de la base de Puerto Belgrano. Mendía, en una declaración judicial muy reciente, pocos días antes de morir, confirmó la existencia de esa reunión donde él impartió esas directivas. Además Scilingo me contó que cuando él volvía de los vuelos y se sentía muy angustiado y dudaba si lo que había hecho era legítimo o no, fue a ver a los capellanes navales de la Esma, quienes lo confortaban con parábolas bíblicas, conque se trataba de separar la cizaña del trigo. Eso me llamó mucho la atención porque si bien se sabía que la jerarquía eclesiástica había dado su apoyo a la dictadura, también era público que había reclamado por los asesinatos y las desapariciones. Pero no tenía idea de que hubiera habido una relación íntima de complicidad donde opinaran sobre el método de represión. Desde ese momento me quedó la inquietud de trabajar el tema y retomé una investigación sobre un episodio que ocurrió en 1979 cuando la comisión de Derechos Humanos de la OEA vino a indagar sobre las denuncias. En ese momento la Armada tenía todavía unas cinco docenas de prisioneros y, para que no los encontrara la comisión, los escondió en una quinta de fin de semana que funcionó durante más de un mes como un campo de concentración transitorio donde los prisioneros eran sometidos al mismo régimen que en la Esma. Mientras, el edificio de la Esma se modificó para que los comisionados no encontraran la misma disposición de lugares que habían dibujado algunos sobrevivientes que habían logrado salir de la Escuela. Esa propiedad era el lugar donde todos los años se festejaba el fin de curso del Seminario Mayor de Villa Devoto, donde egresaban los nuevos sacerdotes. Y era el lugar donde los fines de semana iba a descansar el arzobispo de Buenos Aires. Es el único caso conocido de un campo de concentración que funcionó en una propiedad de la Iglesia.
-El hecho de que casi todos los gobiernos de la historia argentina aceptaran el maridaje con la Iglesia Católica, ¿se origina en que son funcionales entre sí?
-Lo han sido, luego del gran conflicto que hubo entre la Generación del `80 y la Iglesia, cuando la curia se resistió a la ley de educación laica, universal y gratuita, al matrimonio civil, al registro civil de nacimientos, matrimonios y defunciones y a la ley de divorcio. Luego de una suspensión de tres lustros de relaciones diplomáticas entre la Argentina y el Vaticano, en los primeros años del siglo pasado se produjo un nuevo acercamiento entre la Iglesia y la burguesía, porque la clase que había organizado la nación después de la batalla de Caseros no fue capaz de crear un partido político que representara sus intereses dentro de una competencia democrática. Además no tenía un discurso articulado para responder a la crisis social que planteaban los hijos de los inmigrantes. La Iglesia sí lo tenía, el discurso eterno de la obediencia, de la disciplina, de la jerarquía de lo que nunca cambia, que tiene que ser inmutable. Y con el prestigio de que eso tiene que ser así por decisión divina. Entonces en la primera parte del siglo XX cuando se producen huelgas y atentados anarquistas, esa burguesía incapaz de organizar una representación política de sus intereses por medios democráticos, vuelve a acercarse a la Iglesia y juntos comienzan a trabajar en la creación de un partido militar, que tiene su bautismo de fuego en el golpe de 1930, bendecido por la iglesia y que coincide con un momento de apoteosis del catolicismo en la Argentina. A partir de ahí la Iglesia, el Estado y el Ejército descubren que pueden legitimarse recíprocamente y que forman una sociedad de mutua conveniencia. Esto se va a repetir en los golpes de 1943, 1955, 1966 y 1976. En todos los casos la Iglesia tuvo una participación muy importante y ese es uno de los ejes de mi libro, desde la expulsión del país del delegado apostólico Luis Matera por el presidente Roca hasta el derrocamiento de Perón luego del bombardeo de la plaza de mayo el 16 de junio de 1955, por aviones que tenían pintadas en las alas una cruz dentro de una V, que quería decir Cristo Vence, justamente el título de mi libro.
-Con el partido militar fuera de juego, ¿cuáles son las armas que ahora utiliza la Iglesia para hacer valer su influencia en la política nacional?
-La Iglesia ha comprendido que no tiene espacio para seguir resistiendo la democracia en la Argentina, aunque tardó 40 años más que la iglesia universal en darse cuenta. En la nochebuena de 1944, Pío XII hizo un famoso discurso radial en el cual de alguna manera se resignó a que la democracia era la forma de gobierno que regiría de ahí en adelante y con la cual la Iglesia debía hacer las paces luego de haber apoyado a los totalitarismos. Pero la Iglesia argentina recién en los finales de la última dictadura, en 1981, tomó conciencia de lo mismo, respecto a que la dictadura no tenía rescate ni ese sistema de gobierno futuro. Claro que las relaciones de la Iglesia con la democracia en la Argentina, son muy conflictivas. Si bien la Iglesia no fomenta ya una intervención militar, sí reivindica una activa intervención política en apoyo de los sectores que suponen le da satisfacción a lo que ellos creen que deben ser las políticas del Estado. La Iglesia a sí misma se llama, modestamente, El Magisterio, ellos son maestros. Uno de los últimos documentos del Episcopado se denomina "una luz que ilumina la Nación" y todas las reflexiones episcopales recurren permanentemente a la metáfora del pastor. La Iglesia es un pastor. La homilía que el 25 de mayo en Mendoza brindó el obispo Eduardo María Taussig, la hizo con un báculo de pastor en la mano. Y el pastor se dirige a las ovejas, al rebaño, que reconoce la voz del pastor y por eso le obedece. Ellos reclaman obediencia de un rebaño de oveja, pero sucede que la Argentina de hoy no parece mucho un rebaño de ovejas. Y ahí surge un conflicto que la Iglesia no sabe muy bien cómo manejar, porque la sociedad no se deja apretar como ovejas.
-Ese mismo documento llama a formar políticos y legisladores cristiano, mezclando otra vez el poder civil con el religioso.
-Que ese documento plantee la inquietud porque hay gobiernos autoritarios en América Latina, es cómico. Como es cómico que una sociedad formada por varones que han hecho un voto de abstinencia sexual pretenda erigirse en árbitro de la vida sexual del resto de los ciudadanos. Son perversiones que requieren de análisis psicológicos, porque no tienen otra explicación válida.
-En este contexto, pensar en una separación de Estado e Iglesia en la Argentina, como muchos países de Latinoamérica que ya la tienen desde hace décadas, suena un poco difícil.
-Eso requeriría de una reforma de la Constitución, que no es una urgencia en este momento. Pero hay una serie de medidas que se pueden ir tomando y que completen el proceso de secularización que la sociedad argentina tardó mucho en hacer, a diferencia de países vecinos como Uruguay, Brasil e incluso Chile. Y que a mi juicio eso explica por qué mientras la Iglesia en esos países fue el refugio de los perseguidos durante los golpes militares, en nuestro país fue su azote y no su consuelo.