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“Durante la Guerra Civil, la Virgen del Pilar actuó como elemento movilizador y legitimador de la idea de Cruzada, un proceso que continuó después durante las celebraciones por la victoria en la contienda. Las autoridades del régimen hicieron todo lo posible por convertir la basílica del Pilar en uno de los centros simbólicos del franquismo y para ello colocó allí las bombas”.
“Hoy en día siguen quedando muchas raíces de las simientes que entonces se sembraron y pretenden que no nos olvidemos de aquella cruzada y de lo que ello conllevó, como es el caso de la exposición de las bombas en el templo del Pilar…”
Tras la sublevación militar del 17 y 18 de julio de 1936 contra el gobierno de la República, Zaragoza, al igual que las otras dos capitales aragonesas, había caído en manos de los sublevados a pesar de que las fuerzas políticas de izquierda eran muy poderosas. Una mala coordinación, la falta de armas de gran calibre, la decisión final de Cabanellas y la reticencia de las autoridades republicanas a entregar armas al pueblo condenarían a la ciudad a un triste destino.
Por todos es conocido que sobre las tres de la madrugada del lunes 3 de agosto un avión republicano sobrevoló la ciudad y dejó caer tres o cuatro bombas sobre la basílica del Pilar que no llegaron a explotar. Los escasos testigos del suceso coincidieron que el avión iba a baja altura, pero hay cierta discrepancia en el número de bombas lanzadas, al parecer una de ellas cayó sobre el río Ebro y no se localizó, aunque hay quien afirma que lo hizo sobre el Arrabal provocando la muerte de una niña. Pero de esto nunca se habló pues no interesaba para la causa que vamos a analizar.
Sabemos que dos cayeron sobre el templo, agujereando la techumbre y dañando uno de los frescos de Goya, y la tercera en la plaza del Pilar, frente a la calle Alfonso y muy cerca de donde hoy se encuentra un relieve de la Virgen sobre la fachada del templo, obra de Pablo Serrano, quedando ésta empotrada en el suelo y formando una pequeña cavidad que los cronistas dijeron en forma de cruz, lo que supo aprovechar la propaganda franquista para remarcar aún más el suceso y explicar “milagrosamente” lo sucedido.
Este es un hecho por todas ya conocido, al igual que dos de las tres bombas se conservan expuestas en un espacio religioso de utilidad pública, el templo del Pilar, un templo que debería hacer una exaltación de la paz y no de la guerra. Hay otros espacios para ello. Llama la atención el estado de conservación de estas dos bombas idénticas, y despiertan dudas y la convicción de que no son las “auténticas” que cayeron sobre el templo. Ninguna de las tres que fueros lanzadas aquella noche eran iguales según los restos que aparecieron en la prensa del momento y los estudios recientes. Se sabía ya entonces que se habían mandado hacer una réplica de la caída en la plaza a los talleres Mercier donde se fabricaban en serie, talleres militarizados por los sublevados. Y seguimos con las dudas, ¿dónde están los restos de las auténticas?; ¿ por qué en el cartel que hay junto a las dos bombas expuestas se ve que ha sido manipulado y que el “dos” de las tres bombas se ha escrito sobre un papelito que muy probablemente tape el “una” de las tres bombas?, ¿por qué el cabildo Metropolitano es reticente a enseñar el informe que al día siguiente del suceso se mandó hacer al Parque de Artillería de Zaragoza tras haber analizados los restos de las bombas? Tampoco está accesible en el archivo el informe que el arquitecto Teodoro Ríos realizó sobre los efectos causados en la techumbre, ni el acta del cabildo extraordinario del día 3-VIII-1936 sobre el informe mandado hacer sobre lo acontecido; ¿qué papel desempeñaron los canónigos Francisco Izquierdo Trol, más conocido como “Orlando” y Leandro Aina Naval, las dos personas que trataron el tema del bombardeo de forma muy rápida y publicaron el informe del supuesto director del parque de Artillería, un inexistente coronel Miguel Cella? -el citado canónigo Leandro Aina se vería años más tarde implicado en el robo de libros y manuscritos del archivo de la Seo, junto al que fuera camisa negra italiano Enzo Ferrajoli-. El informe realizado ya explicaba la razón técnica de por qué no habían explotado las bombas, habían sido manipuladas previamente, y desestimaba que el motivo hubiera sido un milagro, como se defendió durante toda la guerra civil y posguerra. Eso sí, la iglesia católica mantiene que “nunca defendió el milagro oficialmente”, pero sí que, junto a la doctrina del nacional-catolicismo, utilizó este suceso para justificar su Cruzada. Hay otros dos temas más en los que no voy a extenderme ahora y que parecen resueltos. Uno el tipo de avión que efectuó el ataque, un Breguet XIX y no un Fokker, F VII, y el otro quién lo pilotaba, pues en los primeros momentos le cargaron las culpas al “Pintamantas”, el piloto republicano de Fuendetodos, resultando ser quien lo pilotaba Emilio Villaceballos.
“Atentado salvaje que determinó una emocionante vibración del espíritu de los zaragozanos, heridos en sus más íntimos sentimientos frente a las hordas rojas que eran el bochorno de España”, “los laicos herejes y ateos se quedaban según ellos en la “otra España”, bajo el calificativo extensivo de “rojos”. La Iglesia sabía en qué trinchera apostarse”.
“Zaragoza, baluarte de la fe y del patriotismo, en pie ante la más criminal de las agresiones”
Estos eran algunos de los titulares que aparecieron en la prensa. Los sublevados aprovecharon lo sucedido para lanzar su campaña de contar con el apoyo divino que justificaba todos los excesos y atrocidades de su guerra, y en sus discursos oficiales hablaron abiertamente de Cruzada y el propio cabildo zaragoano reconocía la necesidad de que se “contribuyera decorosamente” a los gestos del movimiento salvador de España. Consideraban el hecho como un “ataque de los rojos a la Iglesia”, exigían venganza y se prodigaron en actos religiosos para desagraviar aquella “barbaridad comunista”: Manifestaciones religiosas (manifestación monstruo se decía desde el cabildo), procesiones, rosarios, adoraciones nocturnas, colectas, exaltaciones patrióticas, furibundos sermones, además de cartas y telegramas de numerosos pueblos y alcaldes que fueron llegando al gobierno civil y en las que se condenaban los hechos de la “barbarie roja”, daban su apoyo incondicional a la causa nacional, se exaltaba el poder milagroso de la virgen y la defensa de los valores cristianos frente a la “canalla catalana”. Pero fue la punta del iceberg que escondía bajo las aguas el aumento de las detenciones, fusilamientos y consejos de guerra.
Aquel bombardeo no fue tal y como nos lo contaron ni como hoy se quiere que recordemos. Se hizo un uso público y político de la virgen del Pilar y de la religión, haciendo de ello un mito y una clara manipulación. Un mito y un uso político que, sin embargo, no sucedió con los numerosos bombardeos que sufrió la población zaragozana desde los primeros días de la contienda civil, de los que la prensa nacionalista y la Iglesia se olvidó de homenajear y recordar a los 130 muertos causados entre su población, casi una treintena de ellos niños y niñas.
Los bombardeos republicanos más duros e importantes por el número de víctimas y destrozos provocados sobre la ciudad de Zaragoza fueron olvidados. Habían comenzado ya el 21 de julio, continuaron los días 22, 24 y 27 del mismo mes, pero los más dañinos que sufrieron sus habitantes tuvieron lugar en el mes de mayo de 1937, los días 3, 6 y 13. Uno de ellos, el del día 6, se produjo en la plaza Lanuza y calle Torrenueva y una de las bombas lanzadas en este mismo ataque alcanzó la cubierta de la catedral de La Seo, provocando escasos daños. Pero la catedral de la Seo no era el Pilar, no tenía el mismo peso mediático, y para nada se habló de un milagro. No, resultaba más impactante en la propaganda de los sublevados hablar del Pilar. Tampoco se habló de los numerosos zaragozanos fallecidos en los ataques posteriores. Eran más importantes para ellos las bombas sobre el Pilar que no habían provocado víctimas ni destrozos. A la santa Cruzada no les importaba aquellos muertos, pero sí el impacto propagandístico de un ataque considerado como “ultraje de los rojos a la Iglesia”.
Muchos zaragozanos y zaragozanas experimentaron en sus vidas, en sus casas y en sus familiares los efectos demoledores de estos otros ataques aéreos. Además de los citados, hubo otros sobre el aeropuerto de Zaragoza, el polvorín de Torrero, la barriada de Puente Virrey, la barriada de Terminillo, las calles Casta Álvarez, Anselmo Clavé y estación del Sepulcro o el del Refugio, y alguno más.
La sacralización de la sublevación militar contra la República y la conversión del golpe de Estado en una Cruzada o “guerra santa” en defensa de la religión fue algo inmediato y oportuno para legitimar o maquillar la sublevación, y la Iglesia de inmediato se les entregó en cuerpo y alma, convirtiéndose en “la Iglesia de la Victoria”. En la pastoral el obispo de Salamanca, Enrique Pla y Deniel, del 30 de septiembre de 1936, pocos días antes de que el general Franco fuera proclamado “Generalísimo” y “Jefe del Gobierno de España”, presentaba ya la guerra como “una Cruzada por la religión, por la Patria y por la civilización”, y Franco pasaría a ser además el “jefe y salvador de la Patria, Caudillo de un nueva Cruzada en defensa de la fe católica”. Franco era el enviado de Dios por la divina providencia, el que iba a poner orden en la ciudad terrenal. Una íntima alianza entre iglesia católica y los sublevados que se trasladó a una colaboración recíproca para lograr sus propios intereses, el del “nacional-catolicismo” que perduraría durante todo el régimen franquista y algunos años más.
Hoy en día siguen quedando muchas raíces de las simientes que entonces se sembraron y pretenden que no nos olvidemos de aquella cruzada y de lo que ello conllevó, como es el caso de la exposición de las bombas en el templo del Pilar, un lugar que debería ser considerado espacio de conciliación, de espiritualidad, de paz y de exaltación de los valores que defienden los evangelios y no un símbolo de conflictos y violencias. Ha quedado consolidado en el seno de las derechas aquella cultura del nacional-catolicismo y la devoción pilarista se sigue utilizando para elaborar un discurso ultra conservador, reforzado con otros hitos como el de la “Reconquista” o el del “Descubrimiento de América”. En sectores ortodoxos de la iglesia de Zaragoza sucede bastante de lo mismo, anulando cualquier movimiento discrepante en su interior que pretenda dar un enfoque más edificador y acorde con los tiempos en los que estamos.
Un ejemplo de lo que acabo de afirmar lo tenemos recientemente en la ciudad de Zaragoza, en donde en algunos espacios públicos, como es el caso de la Estación intermodal de las Delicias, han estado expuestos durante varias semanas carteles publicitarios, pagados por el ayuntamiento de Zaragoza, con la publicidad de la empresa Avanza promocionando el turismo de la ciudad y sus puntos de interés, y en los que podíamos leer:
“¿Lo sabías? La basílica del Pilar fue bombardeada en 1936, pero dos de las cuatro bombas que cayeron nunca llegaron a explotar. Hoy ambas se conservan en el interior del Templo”.
Esta es la atracción turística que se promociona, olvidando y menospreciando el rico patrimonio cultural, artístico e histórico que Zaragoza encierra. La publicidad parece indicar que el templo del Pilar sea un parque temático y no el lugar donde la gente devota va a visitar su Virgen, ignorando los frescos de Goya o el magnífico retablo de Damián Forment, entre otras joyas que podemos contemplar en su interior.
La exposición actual de las bombas en el templo del Pilar es un asunto que, a raíz de la Ley de Memoria -democrática, la Iglesia ha resuelto solicitando a la guardia civil darse de alta como coleccionista de armas para poder seguir exhibiéndolas en el templo. Los dos obuses han sido catalogados como históricos, una catalogación no muy clara pues son dos bombas reconstruidas, y si fueran las auténticas, que no lo son, deberían tener en tal caso la clasificación de “armas de guerra”.
Durante la Guerra Civil, la Virgen del Pilar actuó como elemento movilizador y legitimador de la idea de Cruzada, un proceso que continuó después durante las celebraciones por la victoria en la contienda. Las autoridades del régimen hicieron todo lo posible por convertir la basílica del Pilar en uno de los centros simbólicos del franquismo y para ello colocó allí las bombas. El cabildo había solicitado a la autoridad militar las bombas para colocarlas en “el museo en memoria del bombardeo y del movimiento patriótico militar”, pero esto no fue así. El 17 de agosto de 1936 se colocó una cruz con la fecha del bombardeo en el sitio de la plaza donde cayó una de las bombas y la virgen del Pilar se vestía definitivamente para el combate. El Boletín Eclesiástico Oficial del Arzobispado de Zaragoza -15 de junio de 1937- señalaba:
“España se presentó ante el Pilar bendito, destrozada, sangrante, pecadora y con clamor salido de lo más hondo de su pecho, hizo protestas de su amor, de su fervoroso anhelo de renovarse. La España que nace, la que acaudilla el invicto general Franco, la que quiere recoger la vieja savia de nuestras gloriosas tradiciones para que inspire a los forjadores del nuevo imperio, recordando que es de María, que de entre sus hijos salieron los adalides marianos por excelencia, renovó su consagración a la dispensadora de todas las gracias”.